Capitulo 1.
Aquella
tarde llovía a mares. Eran prácticamente las ocho de la tarde, mi habitual hora
de cierre de la consulta de psiquiatría y psicología, que tenía de forma
privada en una céntrica calle de Madrid.
Apoyado
en la ventana, veía a la gente correr por la calle buscando refugio de la
tremenda tormenta que caía. Prácticamente no tenía clientes últimamente, la
crisis había hecho estragos hasta en los enfermos comunes de esta consulta,
depresiones, rarezas, comportamientos compulsivos etc... pues ya la gente no lo
podía permitir. Vivía exclusivamente de cuatro ejecutivos de banca que me
contaban sus rollos extramatrimoniales disfrazados de patología para aliviar su
sentimiento de culpabilidad.
Por
la mañana ejercicio como médico de la seguridad social en un psiquiátrico de
Madrid, donde ahí si había verdaderos psicópatas.
Mi
vida estaba dividida entre las mentes podridas de la mañana y las desquiciadas
de la tarde.
Vivía
en una zona residencial a las afueras de Madrid, con mi mujer un hijo y un
perro. Salía pronto por la mañana y volvía tarde por la noche, cansado y
últimamente también aburrido de la monotonía por la inactividad de las tardes.
Allí
estaba, las gotas de agua golpeaban furiosamente empujadas por un viento
revuelto y primaveral contra la ventana. Una ventana de una casa vieja,
ventanas de madera de cristales de vidrio soplado y marcos pequeñitos. La
estancia era una habitación de techos altos, molduras de escayola en los
techos. Tarima de madera clara pero oscurecida por el tiempo hasta media pared.
Mi
mesa, una mesa de madera tallada, grande, recia, con escritorio de cuero y una
lámpara de bronce de esas de antiguo pasante de notaría.
El
diván, un diván de cuero negro, tapizado en rombos con botones en las juntas,
Un diván que si hablará, tendría para escribir una novela de intrigas, miedos,
locuras y rarezas.
Y
mi sillón al pie del diván, un cómodo sillón de esos de orejas en el respaldo.
También de cuero negro aunque este algo roído por el roce y el uso de las
interminables horas de terapia y escucha de problemas ajenos.
Ajenos
si, siempre los problemas de los demás, siempre soluciones para otros, siempre
desoyendo mis propios ruidos interiores, haciendo oídos sordos a los desajustes
propios ensordecidos por los de los demás. Pero………. no por no oírlos, no
existían, existían como pude comprobarlo con ella. Ella……..
Se
hacían las ocho y miraba al reloj, como se acercaba la manecilla a las en
punto………. cuando ringgggggggg ringgggggggggg……………… sonó el timbre
del portal, sobresaltándome y haciéndome correr hacia el portero automático
como si en ello me fuera la vida…
Abrí
sin preguntar quien era por la precipitación………. Oí por el telefonillo como se
cerraba la puerta del portal……….
Quien
podría ser a esas horas? me preguntaba y mientras miraba por la mirilla de la
puerta que daba directamente al ascensor. Un ascensor de esos viejos, de esos
de puerta corredera de cierre metálico como las persianas de las tiendas
viejas.
Mientras
miraba por la mirilla podía ver como bajaban los contrapesos del ascensor y
subía este, haciendo parada en mi rellano metiendo el característico ruido de
parada, un ruido que hacia días no oía.
Se
abrió la puerta y me pareció distinguir una mujer. Una mujer, una
clienta?........ que bien, no era ningún pizzero con una dirección errónea ni
un cartero trayendo más facturas. Era una mujer que no podía vislumbrar
bien………..dingggg – dongggg, dingggg – dongggg, silencio……
Esperé
un poco para abrir la puerta, para que no pareciese que estaba allí mismo,
pegado a la mirilla cotilleando a mi inesperada visita.
Abrí.
La puerta crujía, con ese crujir de las películas de miedo………… despacio………….
-
Que desea – le dije-
--
¿Es el doctor Ventura, el psiquiatra Enrique Ventura?
Antes
de contestar, me quedé por un segundo contemplándola. Era una mujer pequeña, de
largo cabello negro, muy bien vestida y de aspecto latino, mas que nada por su
melódico tono de voz.
Pero
con una peculiaridad, ………estaba empapada de
agua. Chorreaba, le
caían gotas por la cara, el vestido se le había pegado al cuerpo y así vista,
con unos zapatos de tacón y una minifalda de las de quitar el hipo,…………..
joderrrr………….. casí se me abre la boca y comienzo a babear…….
-
Ehhh,……. Si, si,…….. soy el doctor Ventura pero pase por favor está
empapada…….. pase pase….
Y
pasó hacia el interior, cerrando tras de sí la chirriante puerta, que sonó
lapidaria al cerrase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario