31 octubre 2013

Despeguen





Me encontraba en el aeropuerto de Lisboa de regreso a Madrid, mi jefe me había enviado para ver a un cliente en un viaje de ida y vuelta, esta vez tenía que volver en el día así que la empresa se gastó un extra en el pasaje, iría en primera, al menos disfrutaría por una vez de un pequeño lujo a costa de mi trabajo, también me costó otra discusión con mi marido por culpa de mi profesión, pero solía merecer la pena, en fin, que estaba algo cansada de la reunión y deseando llegar a casa.
Mientras esperaba frente a la puerta de embarque pude fijarme en un hombre muy elegante y trajeado, seguramente algún empresario, que andaba perdido en su portátil y que de vez en cuando me miraba y al que le sonreí cuando vio que me dí cuenta de su inofensivo coqueteo.
Ya nos llaman para embarcar, la azafata me acomoda en un conformable asiento en primera y observo que soy la única pasajera de esa categoría, a los pocos minutos escucho las risas de la azafata que acompañaba a mi gentil admirador y que lo sentaba a mi lado.
Hoy viajarán solos, espero que disfruten del trayecto, si desean cualquier cosa no duden en llamarme, feliz vuelo.- dijo la azafata, con voz muy amable.
El caballero me miró y con una sonrisa me saludó y fue acomodándose.
Me pareció algo inquieto y supuse que tendría miedo a volar o quizás sólo al despegue, así que me atreví a preguntarle:
Perdone ¿tiene Ud. miedo a volar?.- le dije con voz tranquilizadora.
Jeje, lo hago a diario, pero el despegue me sigue impresionando.- contestó sin dejar de sonreír.
En ese momento, escuchamos decir al piloto que tardaríamos un rato en despegar, por algún problema con la pista, fue cuando observé que su nerviosismo subió de un salto y decidí conversar abiertamente con él para tranquilizarle.
Y eso hicimos, comenzamos una conversación de lo más agradable que duró algo más de veinte minutos y que finalizó al oír la voz del piloto anunciando que por fin despegábamos.

El avión avanzaba por la pista, cogiendo algún que otro bache, y al salto, él me cogió de la mano, mirándome, esperando mi aceptación, al que yo le respondí apretándola. Comenzaba el despegue, nunca me he fijado en cuanto dura, pero en esta ocasión parecía eterno, su mano se soltó de la mía bruscamente y yo, aún no sé por qué, puse la mía en su entrepierna y empecé a masajearle lentamente, esperando su reacción, él me agarró la mano y la metió en sus pantalones, donde encontré su miembro erecto y endurecido al sentir mi tacto. No sé como llegué hasta allí, sólo sé que no quería parar de masajearle, sentía su humedad y me apetecía seguir disfrutando de ella, pero… la azafata irrumpió en el compartimento, y él rápidamente se tapó con su chaqueta y yo saqué apresuradamente mi mano.
¿Desean beber algo?- dijo la azafata, inoportunamente por cierto.
Yo quiero agua, por favor.- contesté apresurada (el calentón me dejó la boca seca)
Yo un whisky con hielo.- dijo él, aún con los colores subidos.
En cuanto la azafata se volvió él colocó su mano en mis piernas, accediendo al interior de mis muslos y acto seguido a mis humedecidas braguitas, ¡dios! como deseaba que no parase.
La azafata nos trajo las bebidas que nos tomamos enseguida y cuando ella retiraba los vasos le dijo, con complicidad:
No nos molestes hasta que vayamos a aterrizar.
Ella sonrió y asentó con la cabeza dejándonos solos.
Mi mente y mi cuerpo no se ponían de acuerdo, era una situación de lo más inusual y no era moralmente aceptable, pero el momento era único y no lo podía dejar escapar.




Él desabrochó su pantalón y yo me quité las braguitas, dejándolas en el suelo, me arrodillé ante su miembro y comencé a comerle, lamía cada centímetro de su pene, su dureza me estaba volviendo loca, era un bello espectáculo, verle sentado placidamente mirando sobre mi cabeza, deseoso de que le diese más mostrando su superioridad, era mi amo y señor, yo su sumisa sierva. Su erección iba en aumento, su miembro llenaba mi boca, no dejaba hueco por mojar, pasaba mis dientes rozando la superficie de su lasciva carne mordiendo y chupando, podía sentir la sangre fluir por sus venas accediendo hasta el infinito… me levanté y me senté sobre sus rodillas abriéndome todo lo que pude, para dejarle paso, así fue como se introdujo en mí, le tenía tan adentro que la sensación era inmensa e incontrolable, bebía de su boca y sus manos me alzaban metiendo y sacando su pene de mi sexo cada vez más húmedo, dejó mi boca para entretenerse con mis pechos, que andaban hinchados de la excitación y pedían ser comidos.
Subíamos y bajábamos como un tiovivo que había perdido el control en sus marchas, pues cada vez era más intenso el ritmo, y mis gemidos anunciaban mis ganas de llegar al nirvana. Me agarró fuertemente por la cintura y apretó su cuerpo contra el mío dejando imposibilitada la salida, mi momento había llegado, no pude avisarle y me corrí llevando mi abdomen tensado al relax, por supuesto yo no iba a privarle de tan deseado placer, así que le levanté del asiento y le dí mi boca para que me diera de beber su preciada leche… y fue allí donde, con un gesto parecido a un aullido me mostró el momento en que me llenó de él.
            Relajadamente disfrutamos del resto del vuelo, cogidos discretamente de la mano, con suaves caricias, sustituyendo el cigarrillo del después, aterrizamos en Madrid donde nuestros caminos despegaban cada uno en una dirección, quizás algún día volvamos a volar juntos… no tiene porque ser en un avión.


Autora: La Dama de las Tentaciones.





24 octubre 2013

Relato de un Seguidor: Autorretrato a lápiz

autorretrato a lápiz 

 

 

Coincidimos una tarde, cuando ella regresaba de compras. Durante nuestra larga separación, la recordaba siempre arreglada con su uniforme colegial. Ahora vestía informalmente, sin gota de maquillaje y el pelo recogido en una coleta, pero sus ojos seguían luciendo esa chispa café rojizo que tanto le añoraba en mis ensueños.

Me invitó a pasar a su departamento en el que tenía un pequeño taller donde elaboraba maquetas. Nos relatamos brevemente nuestras vidas mientras bebíamos café frío. No, no se había casado, ni tenía pareja desde hacía tiempo. Ella, siempre asediada pero distante, como ahora que se escudaba tras su escritorio, donde se revolvían bocetos y planos.

Entre ellos entreví un dibujo a lápiz. Lo tomé sin preguntar: un desnudo femenino muy bello, de espalda. La modelo esperaba a su amante sentada en su lecho mirando hacia la puerta, con el pelo ondulado cayendo suelto sobre la musculatura de una espalda lista para brincar hacia adelante.
Miré a Bertha de reojo mientras admiraba el retrato. Se había puesto tensa, ya no sonreía y tenía entornados los párpados. Me levanté y rodeando el escritorio, me situé tras su sillón.

--Te ves cansada --dije mientras presionaba sus hombros hacia abajo--, deberías relajarte.

Percibí su tibieza bajo la blusa, percibí como su respiración se acompasaba. Transformé el masaje en caricias sobre sus hombros y cuello. Ella callaba, entonces apoyé mi barbilla sobre su clavícula y entrelacé mis manos con las suyas.

La levanté por los codos, y la conduje a un sofá junto al restirador; siempre detrás de ella, con su espalda apoyada en mi pecho, la senté sobre mis piernas. Recorrí con mis uñas la orilla de su escote al tiempo que mordisqueaba la base de su cuello. Luego separé suavemente sus rodillas; la otra mano soltaba el primer botón de su blusa para explorar bajo las costuras de sus copas. Recorrí sus muslos, el exterior primero, luego la parte interna, describiendo círculos en ascenso, mientras mi boca también subía besando su cuello hasta la base de su mandíbula.

Le quité la blusa y solté el broche del sostén para acariciar sus senos con la piel de mi pulso: no quería lastimarlos con la aspereza de mis dedos. Cuando empecé a presionar sobre su pubis, le susurré al oído:

--Bertha, mi Bertha... eres mía, eres mí Bertha: Dímelo.

Asintió sin palabras. Entretanto yo exploraba entre sus prendas y su vello: un monte suave y tibio, tan tibio como el aroma que emanaba toda ella, aroma a mujer en entrega total, silenciosa.

Hice que se pusiera de pie frente a mí, y la atraje sosteniéndola firmemente de las nalgas para poder besar sus senos y liberarla de sus últimos encajes. Allí estaba frente a mí, mirándome mientras le mordisqueba los pezones.

Como puede me quité la ropa; ella se recostó con las piernas dobladas muy abiertas. La miré de nuevo: vi su vello escaso y rizado, sus pezones rozados, su boca entreabierta que sonreía, sus ojos entrecerrados me llamaban. Me arrodillé frente a ella, con mis rodillas bajo su cadera.

Y así conocí su estrechez satinada y palpitante. La amé despacio, repitiendo su nombre, acariciándole el rostro y el pelo, oyendo sus gemidos ahogados, aspirando sus olores almizclados. Cuando llegó al clímax lo compartí con ella: absorbí su orgasmo que me llenó el vientre con una luz azulada que subió hasta mis pómulos mientras lograba decirle que la amaba, que era bella.

Ya relajado, recordé que en un cambio de posición vi un lunar sobre su cintura, en forma de media luna, el mismo que se bocetaba en el dibujo. Mientras mis dedos se entrelazaban en sus rizos le pregunté que en qué pensaba mientras se dibujaba tan fielmente.

--Pero qué tontos son los hombres... --fue su única respuesta, mientras se daba la vuelta, --acabas de arruinar todo. Mejor vete, y no regreses.

Salí desconcertado. Nunca la volví a ver, pero mis recuerdos se enardecen cuando miro un autorretato sin firma que colgué de mi estudio, y del que sólo yo adivino su historia.


Autor: Ged. De su blog. "El taller de Ged". SEGUIDOR DE NUESTRO FACEBOOK

RELATOS APASIONADOS:
https://www.facebook.com/mayselen.truhan?ref=tn_tnmn
BLOG "EL TALLER DE GED":
http://eltallerdeged.blogspot.mx/2008/10/autorretrato-lpiz.html?zx=faf6bc6608612fe6

17 octubre 2013

Relato por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Último capítulo
–¿Ahora? Susana... En este momento estás empezando a sentirte mujer... ¿Cuánto hace que tu marido ronca a tu lado? ¿Cuánto hace que no te acaricia? –se puso de pie y le tomó una mano– ¿Cuánto hace que no te besa, que no te hace el amor? ¿Te vas a ir ahora? Si lo haces, ya no habrá otra ocasión. Tu vida comienza aquí... o termina aquí.
Susana retiró su mano.
–Tu dijiste que no...
–Claro que lo dije. Y lo haré así. No te voy a obligar a nada, pero créeme; estás al borde de convertirte en una señora sin forma... No me lo tomes a mal. Es que me aterra pensar que tú, con tu belleza, con tu sensualidad, te dejes languidecer, te dejes secar como un higo...
–No soy una muchacha...
–Una muchacha. ¿Quien quiere una muchacha cuando tiene una mujer madura, con tus formas, con tu sensualidad, con tu clase y, no lo dudo, con tu talento para amar? ¡Una muchacha! Esas no saben diferenciar un orgasmo de un estornudo...
Susana sentía que su corazón palpitaba con furia.
–Gustavo... Me sentiría culpable. No me lo perdonaría...
–Y si no, ¿te lo vas a perdonar?
Volvió él a tomarle la mano.
–No te voy a forzar. Sería un sacrilegio. Quiero que tú me lo pidas. Que lo desees tanto como yo, que sea una explosión de luces, de sensaciones...
Susana le miró fijamente. Su rostro estaba acalorado. Su respiración agitada. Luego cerró lo ojos y sin moverse le dijo:
–Hazme el amor... Hazlo. Lo deseo...
Gustavo se le acercó y la besó suavemente.
–Será algo que ninguno de los dos podrá olvidar jamás. Te lo prometo.
Ella estaba quieta, con los ojos cerrados. Él le besaba en los labios, suavemente, en el cuello, en los hombros. Corrió el cierre del vestido y lo fue deslizando suavemente hasta que cayó al suelo. Luego fue retirándole las demás prendas con suavidad mientras la acariciaba con lentitud.
Susana lo abrazó. Sintió de pronto que ya nada le importaba, que ese momento era lo único que existía. Todo lo demás había perdido relevancia. Besó a Gustavo y se tendió en el sofá mientras él se desvestía.
No quería abrir los ojos para no romper el encanto. No quería ver a otro hombre sobre ella, dentro de ella, temiendo lo que su corazón pudiera sentir. Pero las caricias de Gustavo eran perfectas; la forma en que besaba sus pezones, en que acariciaba su vientre… Cuando su mano se volvió más osada, sintió como palpaba suavemente su intimidad, abriendo delicadamente aquellos labios. Tuvo un leve espasmo y pudo sentir como se humedecía a plenitud. 
Puso sus manos en los hombros de Gustavo y, sin poder contenerse, lanzó un suave quejido. De pronto, entre sus muslos, el visitante esperado mostró su presencia perentoria. En ese momento su cerebro sufrió un colapso, dejando de pensar, dando paso a las sensaciones absolutas. Y separó sus piernas en un gesto de ruego amatorio. 
La invasión fue perfecta, suave pero decidida, firme pero delicada a la vez. Y a medida que se abría paso en su enardecida bóveda, su cuerpo se encendía completamente. Entreabrió sus ojos y su vidriosa mirada buscó la de Gustavo. El la observaba con un gesto de placer y ternura que la encendió aún más. Entonces pegó sus labios a los suyos, los entreabrió y le dio espacio para que pudiera jugar con su lengua en su boca.
A partir de ese momento ya no hubo freno, no hubo inquietud ni lamento, sino sólo deseo, goce, pasión. Se aferró a él con brazos y piernas permitiéndole así la más profunda penetración. Sentía sus cálidas y suaves manos palpando sus senos, su espalda, sus nalgas. Nunca había deseado tanto que la tocarán, que hurgaran en sus rincones, que descubrieran sus sensaciones que, a la vez, ella misma comenzaba a descubrir quizás por primera vez en su vida.
Y cuando Gustavo aumentó su pasión, cuando con la delicada fiereza del amoroso deseo se lanzó en persecución de su destello, Susana se vio invadida por estremecimientos incontrolables. Sólo quería sentir el goce de su amante dentro suyo, sentir como estallaba en su interior y poder compartir ese instante precioso.
Luego, la calma, el sopor. Durante varios minutos permaneció quieta, en silencio. Finalmente logró reunir las fuerzas suficientes para levantarse y vestirse. Gustavo la ob-servaba con cierta inquietud. Susana no le miró. Sólo se acercó a él, le besó suavemente en los labios, y se marchó.


Volvió tarde a casa, sin embargo nadie le dijo nada. Enrique estaba en su estudio, trabajando. Los muchachos, luego de cenar, se fueron a sus piezas a escuchar música.
Estaba preocupada. No sabía como enfrentaría a Enrique. ¿Que cara poner? ¿De inocencia? le dieron ganas de reír. Si. Porque lo terrible era que no estaba arrepentida, como creía. Recordaba cada momento, cada estertor y sentía que le subía la temperatura.

Enrique entró a la habitación. Susana lo saludó y él le contestó, como siempre, con un ruido ininteligible. Lo miró detenidamente. Se imaginó que comenzaba a crecerle una cornamenta y sintió deseos de reír, pero se contuvo.
Estaba preocupada por no estar preocupada. ¿Qué había sucedido con ella? Quizás, a lo mejor, se había enamorado. Nuevamente... Pero, no. Era sólo pasión. Y sintió deseos de volver con Gustavo. Claro que, como lo había prometido, no le quedaron muchas fuerzas… 
Se sentía como una chiquilla que había hecho una diablura. Y no podía pensarlo. No había sino correcto... pero lo había disfrutado... ¡Oh! ¿Que hacer? ¿Que va a pasar después? ¿La va a atacar un sentimiento de culpa? ¿O se va a volver cínica? ¿Volvería a ver a Gustavo?
Lo estuvo meditando toda la semana. Quería aclarar sus ideas para estar segura de sí misma. Pero de noche se le repetía en sueños; se le venía a la memoria durante el día. ¿Como era posible que le hubiera afectado tanto?
Decidió ir nuevamente al bar, a buscar a Gustavo. Ahora sabía que los viernes era posible encontrarlo allí.
Esa noche sus hijos irían a una fiesta y volverían tarde, sino al otro día. Enrique tenía una reunión y saldría muy tarde. Quien sabe si el canalla tenía una amante; lo pensó, y le molestó que no le importara.
–En fin... –se dijo, encogiéndose de hombros.
Se había vuelto cínica. Había conocido una parte suya que nunca se había imaginado que existía, y le gustaba. Pensó que iría al bar vestida de otra manera. Recordó que aún tenía alguna ropa de antes aunque que quizás no le quedaría. Su talla había aumentado algo. Y era así, pero de todas formas la ropa le quedó perfecta; algo más ajustada, lo que resaltaba su figura.
El bar estaba repleto de gente. Sería difícil encontrar a Gustavo entre esa multitud. Pensó que sería capaz de subirse a la mesa y llamarlo a gritos, pero no fue necesario; lo vio entre toda la gente y venía hacia ella.
Empujado y haciéndose espacio Gustavo logró pasar. Susana avanzó hacia él, pero luego se detuvo. Una mujer lo tomaba a él del brazo. Iban de salida. Sintió que palidecía. ¡Maldición! ¿Que había sucedido? Gustavo seguía acercándose y ella quería parecer se-gura, dueña de sí. Gustavo estuvo casi frente a ella. Y la miró...
La miró como si jamás la hubiera visto, como si no existiera, como si nadie hubiera frente a él; pasó por su lado y salió con su nueva conquista del brazo.
Susana sintió que iba a llorar. Quería irse de allí. Quería gritar. Quería salir tras él... rogarle... o patearlo. Quería... No podía creerlo. Todo había sido una noche. Y luego ¿qué? ¿Ahora podía secarse como un higo?
–¿Te acompaño?
La voz la sobresaltó. Se volvió y vio a un hombre medianamente joven que le miraba con una sonrisa agradable en un rostro atractivo.
Susana le observó un instante. ¿Lo mandaría a freír espárragos? ¿Se pondría a llorar como una idiota? Algo sucedió en su interior. Sintió que, de pronto, un muro caía en pedazos, dejando al descubierto un campo amplio sembrado de opciones... 

–Invítame un trago –le dijo Susana con una sonrisa y, tomándose de su brazo, caminaron hacia el bar...





Fin

10 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"

Tócame
Penúltimo capítulo

–¿Un  amigo?
–Y un perrito... o un osito... o un...
–¿Amante? –No supo porque lo dijo. Simplemente se le escapó de los labios. Se sintió incómoda
Gustavo la miró.
–Lo que tú quieras, pero no creo que sea eso lo que deseas. Estás desorientada, herida, maltratada... Si soy tu amante será porque me deseas a mí y no porque odias a tu marido.
–No quise decirlo... Sólo que...
–Eres mujer. Quieres amar y ser amada... No tienes que decírmelo. Lo sé bien.
–¿Has tenido muchas mujeres?
–No lo sé. Siempre, con la que estoy, es la primera.
–Bueno, entonces ¿has tenido muchas primeras mujeres?
–Tampoco lo sé, porque no recuerdo a la última.
Ambos rieron. La tensión se relajó y Susana se sintió mas tranquila.
–Vamos a mi departamento –dijo él– Está cerca de aquí.
Susana le miró.
–No... No sé. La verdad es que...
–Te juro que no te obligaré a nada. Sólo que aquí no podemos hablar tranquilos. Te-nemos que cuchichear para que los chismosos no se metan en nuestra conversación. A lo mejor tienen hasta micrófonos ocultos. ¡Tu aceituna! –dijo él– No la comas; puede ser un transmisor...
–No digas disparates.
–Vamos. Confía en mí.
Susana estaba confundida. No sabía que hacer. No sabía que determinación sería la adecuada. ¿Irse a casa y languidecer? ¿Ir con Gustavo y arriesgarse a hacer algo que quizás nunca se perdonaría?
–Vamos… –dijo luego con firmeza, decidida. ¿Qué podía perder? 
Gustavo pagó los tragos y salieron del local.


El departamento era confortable. Pequeño, pero completo y muy bien decorado. Susana entró y Gustavo le indicó el sofá.
–¿Quieres beber algo? ¿Un trago? ¿Café?
–Prefiero café –dijo ella,
–Estás a la defensiva ¿eh? –dijo él en todo de broma.
Susana sonrió.
–No, sólo que no estoy acostumbrada a beber y después me siento muy mal.
–En ese caso, café. Yo quiero que siempre te sientas bien.
–Creo que eres un cínico. ¿Siempre conquistas así tus mujeres?
–¿Las  mujeres? Cualquiera pensaría que soy un Casanova...
–¿No lo eres? 
Gustavo le miró seriamente.
–Se supone que eso debo ser...
Susana no comprendió.
–¿Debes?
Gustavo se sentó frente a ella
–Ya lo entiendo –le dijo mirándola fijamente a los ojos–. Contéstame, ¿porque fuiste a ese bar?
–¿Qué tiene de raro?
–Mucho. Ese es un bar de solteros. Allí van mujeres que quieren compañía masculina...
Susana le miró interrogativamente,
–Te juro que no tenía idea –dijo, sinceramente–. Sólo entré porque tuve ganas de to-mar un trago.
–Te creo. Y la verdad es que yo voy allí cuando estoy solo, aburrido... Conozco una dama, nos divertimos y luego nos despedimos.
–¿Mujeres... casadas?
–Generalmente. Uno las atiende, las divierte...
–¿Como a mí? 
–No. Tu caso es especial. Tú eres especial. Si todas las mujeres que van allí fueran como tú yo ya estaría casado hace mucho.
–No te creo. Sólo lo dices para agradar.
–Estás en tu derecho. Ahora que ya lo sabes seguramente vas a dudar de mí.
–Totalmente.
–En ese caso, tómame como lo que soy. Algo así como un gigoló.
Susana quería salir de una duda, pero no se atrevía a hacer la pregunta. Pero debía hacerla...
–¿Te... pagan por ello?
Gustavo soltó una carcajada.
–No... Claro que no –le explicó con sinceridad–. No es un negocio. Tengo un trabajo que me deja suficiente para vivir bien, viajar y disfrutar de la vida. Sólo que soy un cobarde, le temo al amor, y no me gustan los romances. Prefiero relaciones más fáciles...
–¿Como conmigo?
Gustavo le tomó la mano.
–No. –dijo suavemente– Tu no eres fácil. Aunque no me quieras creer, te lo repito; eres algo especial. Aquí, tú mandas. Tú decides que hacemos; conversamos, reímos... hacemos el amor.
El pito de la tetera sonó en ese momento. Gustavo se puso de pie y fue a preparar los cafés.
–¿Y cómo te consideran tus... mujeres?
–¿Consideran? –dijo él desde la cocina.
–Como... amante…
–Supongo que bien –dijo él con naturalidad. –No he tenido quejas... Nadie ha venido a reclamar –agregó.
Rieron. Susana estaba tranquila, relajada. Era una extraña sensación; había perdido la vergüenza de hablar de ese tema.
–Eres un cínico... Pero me agradas,
–Y tú también, –dijo él mientras ponía las tazas en la mesita.
Se miraron.
–Quisiera saber que piensas en este momento –dijo ella.
–Te enloquecería –le contestó él.
–¿Porqué?
–Pienso en ti.
–¿En mí?
–En lo que haría si tú me amaras. Pienso en ambos, allí, en el lecho, fuera de este mundo, en nuestro propio universo de sensaciones...  Pero, claro. Tú sólo quieres con-versar.
–¿Te aburre?–dijo ella con una sonrisa burlona.
–No. El estar aquí contigo es suficiente...
–No sigas. No te creo nada.
Gustavo se sentó junto a ella.
–Créeme. Sólo porque tengo experiencia es porque puedo dominarme, pero si no, te atacaría como un animal salvaje, te quitaría la ropa a tirones y te haría el amor hasta que se me acabaran las fuerzas...
Susana se puso de pie. Sintió que su rostro se enrojecía. No era vergüenza. Gustavo la había inquietado...
–Creo que debo irme...

03 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Capítulo 3


–No –dijo ella, divertida.
–Eso es imposible. ¿Una mujer como tú, con hijos grandes y un marido descarburado, y sin un amante? ¡Eso es un crimen!
–Crimen sería si lo tuviera... –dijo ella.
Gustavo la observó con detenimiento.
–Si. Creo que lo dices en serio. Eres una dama respetable. Pero hay amantes respetables, también.
–¿Si?–dijo ella riendo–¿Dónde?
–Aquí –le contestó Gustavo muy serio– Frente a ti.
Susana le miró sonriendo. Al ver que Gustavo no reía se dio cuenta que hablaba en serio.
–Es hora que me vaya –dijo ella.
–No. Disculpa. No quise ser grosero. Perdona.
Susana lo miró. Si Enrique fuera tan vital, tan simpático... Había sido así... ¿Que pasó?
–De todas formas tengo que irme.
–¿Te  acompaño? 
–No. Prefiero ir sola.
Susana abrió la cartera para pagar su copa, pero Gustavo la detuvo.
–Dame ese gusto. Mo creo volver a encontrar una mujer como tú. Déjame recordar que alguna vez le pagué una copa a alguien especial.
Susana sonrió.
–Eres un cínico.
–No. Hablo en serio. Y ya sabes. Si necesitas un amigo, aquí esta Gustavo Florencio, para servirla.
Susana rió. Se le acercó y le besó en una mejilla.
–Gracias. Hacía mucho tiempo que no reía.
–Y te ves preciosa haciéndolo.
–Me voy antes de terminar creyéndote tus mentiras –dijo y salió del lugar.


Ya había oscurecido. Fuera el aire había refrescado y sintió que se mareaba. Decidió tomar un taxi para llegar antes que su marido a casa.
Se sintió satisfecha del día. Y a sí misma. Ahora creía que sí se veía bien. Quizás Gustavo exageraba, pero los demás hombres confirmaban lo que él decía. Aún tenía belleza, aun tenía vida. Aun podía reír... y sentir...

Esa noche decidió que las cosas tenían que cambiar. Busco en el cajón de la cómoda aquella camisa de dormir suave y vaporosa que Enrique le regalara hacía ya... años. Se dio un largo baño de tina, se vistió con prolijidad y preparó la cama.
Enrique trabajaba en su estudio.
Susana esperó un largo rato que él subiera. Cuando lo vio llegar le sonrió y se le acercó.
–¿Estas muy cansado?
–Agotado –dijo él pasando al baño.
Estuvo lavándose los dientes y haciendo gárgaras. Luego sintió el ruido que hacía al orinar y correr el agua del inodoro. Intentó no percibir todo aquello para no romper el encanto que quería darle a esa situación. Momentos después salió Enrique con su pijama puesto. 
–¿Quieres que te haga un masaje? –preguntó ella.
–¿Y cuándo aprendiste a hacerlos?
–Antes te los hacía. Te gustaba...
–Ahora no. Lo único que quiero es dormir –dijo su marido perentoriamente–. Tuve un ajetreo de locos hoy y mañana será peor.
Susana se sentó en la cama.
–Enrique...
–Mmm.
–Quiero hacer el amor...
El la miró como si hubiera oído hablar al diablo.
–¿Y de donde tanta... necesidad?
Susana miraba la alfombra.
–Nos estamos oxidando –dijo ella. –Ya no hay encanto, no hay magia…
–¿Magia? Oye, ¿estás enferma? ¿Se te olvida que estamos casados?
–¿Y eso que significa?– gritó Susana. 
–No grites. Los niños tienes que dormir...
–¿Acaso crees que el matrimonio es algo así como una condena a cadena perpetua?
–No he dicho eso.
–Si quieres separarte...
–No lo quiero. Pero a lo mejor tú...
–Creo que lo voy a pensar seriamente.
Enrique la miró extrañado.
–¿Qué  te sucede?
Susana se sentó en un silloncito.
–Tú no ves lo que sucede. Nuestras vidas no tienen alegría, no tienen emoción...
–Oye, perdóname, pero con las emociones de la oficina...
–Tú. Pero ¿y yo?
–Tú ¿que?
–¿NO te has puesto a pensar que mi vida es una constante rutina tediosa, destructiva?
–¿Y por qué no vas al cine? O a la opera. A ti te gustaba la opera...
Susana le observó. No sabía que había pasado. O Enrique se había vuelto imbécil o ella estaba mal de la cabeza.
–Olvídalo –dijo con un gesto de resignación.
Abrió la cama, se metió dentro y apagó la luz. Enrique la imitó. En la oscuridad él le dijo:
–No sería bueno para los niños que nos separáramos...
Susana sintió deseos de estrangularlo...


Toda la semana estuvo preocupada de poner la casa en orden. A veces las cosas no le salían tan bien. Antes era mas organizada; últimamente estaba distraída, desanimada...
Aquel viernes en la tarde, mientras ordenaba la ropa, se encontró aquel vestido. Lo miró y recordó a Gustavo. Se sonrió. Había sido grato. Muy agradable. Sintió deseos de verlo nuevamente.
Y ¿por qué no? ¿Quién se lo impedía?
Tomó el vestido y se metió en el baño. Se ducharían se arreglaría e iría a reír un rato con un... viejo amigo.
El local estaba semi vacío. Gustavo no estaba. Claro. No pensó que él podía ir ocasionalmente. Quizás no había vuelto desde aquel día... Quizás no volvería...
Se volvió para marcharse cuando una mano la tomó por el brazo.
–Es realmente bello volver a verte.
Susana lo miró. Ahí estaba, con su sonrisa agradable, su rostro amigable...
–Hola. Que bueno encontrarte...

–¿Me  buscabas?
–No especialmente –mintió ella– pero como pasaba por aquí decidí ver si estabas...
–Perfecto. Sentémonos y conversemos un rato.
Ocuparon una pequeña mesita en un rincón y pidieron un par de tragos.
–Y –dijo él– ¿mandaste tu marido al taller?
Esta vez Susana no sonrió.
–Vaya –dijo Gustavo– Creo que la cosa es peor. ¿Se fundió?
Susana sonrió.
–Tú haces que las tragedias se hagan comedias.
–Eso debe ser siempre. Si uno se deja aplastar por la tragedia, entonces ésta nos ha vencido. Uno tiene que vencerla a ella. Uno tiene que demostrar que es capaz de enfrentársele y derrotarla... Y la mejor arma es el humor.
–O el olvido.
–No. El olvido no vence el problema; sólo lo oculta.
Se hizo un silencio. Susana se sintió incómoda. ¿Porque no decía algo él? Seguramente estaba observándola. No se atrevía a mirarlo. Debería estar pensando que ella estaba allí porque... buscaba una aventura...
–Te cuento un chiste si no me arrojas el trago encima –dijo él. 
Susana se relajó y sonrió.
–Lo prometo.
–Me cambié el segundo nombre.
Susana le miró divertida.
–No seas mentiroso.
–En serio. Fui donde un abogado y él está haciendo los trámites legales para sacar esa mancha de mi ficha de nacimiento.
–¿Y por cual lo vas a cambiar?
–Reginaldo.
Susana soltó una carcajada.
–Ya sabía que era una broma.
–No es broma. Es el nombre de mi otro abuelito. El murió antes que yo naciera y...
–Cállate. 
–Alguno de los dos tiene que hablar. Si vas a estar mirando la mesa, voy a tener que meterme debajo de ella para que me consideres.
Ambos rieron.
–Perdona. Sólo que... No sé...
–Aumentan los problemas. Pues bien, vino usted al lugar correcto –dijo el en tono doctoral–. Aquí tenernos una cura milagrosa para los problemas. La más fina diversión. No tenemos hombre “tragallamas” pero tenemos una mujer "escupe tragos”
Susana soltó una carcajada. Algunos clientes la miraron.
–No seas idiota...
–Soy lo que tú quieras.





CONTINUARÁ...