Juego de tres
Celebraban sus bodas de plata, veinticinco años junto
a la misma mujer, amante, amiga, madre de sus hijos y cómplice incondicional,
él decidió celebrarlo dándole una sorpresa muy especial, para comenzar la
velada cenarían en su restaurante favorito, donde se citaron por primera vez, y
después continuarían en la habitación de
un lujoso hotel, la noche prometía ser serena, tranquila y apetecía disfrutar
de ella.
Aunque la verdad era, que los años habían apagado la
pasión que sentían mutuamente, no esperaban mucho más el uno del otro, la
rutina y la monotonía del lecho compartido ya no era lo mismo, el amor perduraba pero ya no era suficiente.
-
Y que
me has preparado.- dijo ella curiosa.
-
No seas
impaciente, cuando lleguemos a la habitación lo sabrás.- contestó él con una
sonrisa picarona en el rostro.
Entraron en la habitación y mientras él iba al baño
ella pensaba en que seguramente le tendría preparada alguna joya de regalo,
como era habitual en él.
-
¿Necesitas
ir al baño?.- preguntó él desde el fondo de la habitación.
-
No
cariño, estoy bien.- dijo ella, apresurándose a desnudarse antes de que él
volviera.
En ese momento llamaron a la puerta, ella se extrañó,
y él se apresuró a abrirla mientras la miraba de refilón, medio desnuda sobre
la cama.
-
Debe
ser tu regalo.- le dijo con voz serena y
profunda.
Al abrirse la puerta una dulce voz dijo, hola, la
acompañaba una figura de mujer esbelta, algo más joven que ellos, de sonrisa
tierna y un hermoso cuerpo disimulado en un traje de chaqueta que realzaba su
cuerpo de mujer.
-
¿Quién
es?, ¿Qué quiere?.- preguntó ella inquieta y desconcertada.
-
Ya te
dije mi amor, es tu regalo… nuestro regalo.- dijo él guiñándole un ojo y viendo
como ella se sonrojaba y entendía de que iba aquella “sorpresa” que su esposo había
preparado.
-
En múltiples ocasiones hablaron de hacer un trío, para
él era la mayor de las fantasías y se lo había propuesto en varias ocasiones,
pero ella no terminaba por acceder, cosa que a él le daba mucha rabia puesto
que aquella fantasía era casi una obsesión a la que no pensaba renunciar, éste
era su último intento de hacer participe a su mujer de aquel sueño, así que
dejó pasar a la chica a la habitación y le preguntó a su mujer:
-
¿Quieres
que se quede?.- dijo con voz atrevida y deseosa, de hecho ya andaba excitado
con la idea.
Ella dudó durante un momento, su primera intención fue
decir que no, pero después de vacilar unos segundos accedió a la petición de su
esposo.
-
Déjala que
se quede cielo y dile que se desnude.- añadió a sus pensamientos.
A los pocos minutos eran dos las mujeres que ocupaban
la cama y él, desde un cómodo sillón, era espectador privilegiado.
La chica se fue desnudando poco a poco delante de
ellos, con media sonrisa en su rostro y movimientos insinuantes, mientras
disfrutaban del espectáculo, cada uno desde su posición, se acercó a ella y
comenzó con un largo beso lésbico.
Los juegos entre ellas iban en aumento y después de un
largo paseo entre sus cuerpos llevándolas a la máxima excitación le invitaron a
él para que las acompañara… y ya eran tres en la cama, compartiendo caricias,
que no sabían bien a quien iban dirigidas, miradas muy cómplices, el canto de
los dedos acompasados y placeres inimaginables, haciendo el trío perfecto de
cualquier sueño erótico.
La lujuria de él se reflejaba en sus ojos deseosos de
placeres ocultos hasta el momento, las ganas de alcanzar el nirvana mientras
aquellas hermosas mujeres, ninfas convertidas en diosas, paseaban sus lenguas
por todos los huecos que encontraban a su paso y sus besos se alargaban hasta
su boca para convertirlo en eterno. Era el paraíso. Más allá de lo imaginado su
cuerpo se estremecía a cada caricia multiplicada por dos, elevándole por
momentos la conciencia a territorios perdidos donde se encontró atravesado por
el éxtasis al que fue irremediablemente arrastrado. Alternando su boca, sus
dedos y su medida a cada una casi al unísono, para hacerlas llegar y llegar él
con ellas.
El tiempo se acababa, ahora solo quedaba dejarse
llevar por aquella onda inmensa que sacudía su orgasmo, abandonándose a ellas,
tal vez fuera un sacrilegio ser tan feliz en ese momento pero pensó que jamás
pediría perdón.
Después de varias horas, sus cuerpos se abandonaron al
sueño, al descanso del guerrero tras la gran batalla, visiblemente ganada.
La invitada se vistió y abandonó la habitación dejando
a la pareja disfrutar de la relajación que ofrecía el momento, y del regalo que
se habían hecho, sin hacer ruido cerró la puerta tras ella, no sin antes
intercambiar una mirada cómplice con él.
Bajó hasta el hall del hotel y se dirigió al bar,
donde pidió algo de beber y dejó perder su mirada entre las botellas de
alcohol.
-
¿Se
encuentra bien?.- le preguntó el camarero, viendo una lágrima caer por su
sonrojado rostro, aún sofocado por lo sucedido.
-
Estoy
bien, gracias.- dijo ella, con una leve sonrisa que interrumpió el camino de la
lágrima.
Era evidente que no sabía mentir, así que el camarero
quiso evitar hacerla entristecer aún más con su curiosidad y simplemente le
dijo:
-
¿Hoy no
le acompaña su marido?.- mientras le cobraba la copa que acababa de beberse de
un tirón.
-
No.- respondió
ella, con voz muy firme tras levantarse para marcharse.
-
Hoy mi
marido se quedó en la habitación con su mujer.
Autora: La Dama de las Tentaciones.
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Un recuerdo perdido
Me despertó una voz
femenina que cantaba. Estaba perdido en un horrible dolor de cabeza que
torpedeaba mi sesera, a golpe de notas musicalmente imperfectas. No sabía donde
estaba, no recordaba nada. Miré alrededor buscando algún signo conocido. Sólo
encontré mi ropa esparcida por el suelo, arrugada y pisoteada; era evidente mi
resaca.
Me estiré pegando con mi cabeza
en el cabecero de la cama. Descubrí que me encontraba acompañado de una hermosa
rubia desnuda. Al verla, me dieron ganas de rodearla con mis brazos para
hacerla mía ─cosa que, por
supuesto, no me atreví a hacer─.
─¡Que diablos pasó anoche!─me decía─. Tragándome mis palabras
que atoraban mi seca garganta con sabor a alcohol.
Dí marcha atrás en mi
mente, buscando el último de mis recuerdos. Podía recordar que había salido a
tomar unas copas con unos amigos, al mismo garito de siempre… pero no alcancé a
más. Mis pensamientos fueron interrumpidos por la visión de una silueta mojada ─deducí que sería la chica
que cantaba, recién salida de la ducha─.
─Buenos días. ¿Quieres algo para la resaca?─dijo dirigiéndose a mi.
─Estoy bien, gracias─contesté cortésmente.
No tenía ni idea de quién
era, eso si, estaba aún más buena que la rubia. Me pareció de mal gusto
confesarle que no me acordaba de nada, así que me callé y me incorporé
dispuesto a marcharme.
─¿Dónde vas?─se escuchó una vocecilla de entre las sábanas.
Y sin darme tiempo a
contestar tenía dos bellas mujeres entre mis brazos, diciéndome:
─Nos apetece repetir lo de anoche. ¿A ti no?...
Al momento aquellas
bellezas estaban paseándose por mi cuerpo, usando sus encantos de mujer. Manos
que se deslizaban por mi torso desnudo, labios que buscaban mi miembro viril.
Me tumbé cómodamente en la cama para disfrutar de las imágenes más deliciosas
que un hombre puede desear; dos mujeres sólo para mí.
Mis manos empezaron a
moverse por los cuerpos de las chicas, parándome en sus sexos, al mismo tiempo
y con el mismo compás, mientras ellas se besaban y acariciaban gimiendo. Sus
figuras desataban las olas que las llenaban con espasmos de placer, que mis
dedos dentro de ellas conseguían. Al subir el ritmo una de ellas se apartó (la
rubia) y cogió mi pene erecto y endurecido, metiéndolo dentro de su sexo, tras
comerlo con ganas. La otra chica le comía los pechos tras posar su sexo sobre
mi boca para ser comido. Los gritos y gemidos hacían mi erección más intensa.
La rubia consiguió llegar
al orgasmo cuando apenas me quedaban unos segundos para explotar. Las dos
volvieron a besarse y comerse, en un sesenta y nueve perfecto mojándose
mutuamente. Una de ellas abrió el cajón de la mesilla y sacó un enorme
consolador─he de reconocer
que por un momento me asusté, ante la idea de que fuese aquello para mi─pero enseguida las chicas
le dieron otro uso, mucho más satisfactorio.
La chica, que aún no se
había corrido, se puso sobre mi pene contoneándose como una auténtica bailarina
exótica, echó su cuerpo sobre mi pecho y sin dejar de moverse dejó que la rubia
le metiese el consolador por detrás. Sus dos huecos bien amueblados. Entre
palmaditas suaves en sus cachetes, dados por mi, los gritos eran música divina
para mis oídos─ella disfrutaba
con la doble penetración, al igual que yo de verla─. Podía sentir como se estaba yendo─por su corrida sobre mi
pene─. Yo también
quería correrme, iba a reventar de tanta excitación.
Las chicas se apartaron
cogiendo mi pene entre las dos. Comenzaron a masturbarlo con sus bocas hasta
conseguir que derramase mi leche, manchando sus lindos rostros.
Quizás la noche anterior
jamás la recuerde, pero desde luego aquella mañana─con resaca incluida─la tendré siempre presente.
Autora: La Dama de las Tentaciones.
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Un encargo muy especial
Me dirigía con paso firme a la dirección acordada. No
sentía miedo pero la incertidumbre me corroía lentamente. Había realizado
muchos trabajos pero como este ninguno, tal vez por eso me sentía así y también
porque él apenas me había dado detalles del trabajo, aparte de la dirección
donde debía presentarme y que sobre todo
que debía vestir con falda y zapatos de tacón.
Recuerdo nuestra última conversación, sus palabras fueron
claras y concisas:
“ Tranquila, no habrá sexo”
De ahí la incertidumbre y si no había sexo, ¿para que me
había contratado?. Crucé el umbral del hotel y aparté todos esos pensamientos
de mi cabeza. Me dirigí al bar, era allí donde habíamos quedado. Respiré hondo
y me acerqué hasta el hombre que estaba leyendo “ Madame Bobary”. Sin titubear
me presenté:
-
Buenas tardes Sr. Forbes, soy Miriam
Se levantó de la silla y con amabilidad me estrechó la
mano. El contacto solo duró unos segundos, lo suficiente para comprobar la
calidez de su piel y su extremada suavidad.
-
Por favor, siéntese
y bebamos algo.
Desde aquellas palabras hasta la llegada al ascensor, no
fui capaz de recordar cuanto tiempo estuvimos en el bar, pero sí que ese rato
me ayudó a relajarme y a confiar un poco en él.
Subíamos solos en el ascensor y con voz sorprendentemente
dulce me susurró:
-
Le agradezco que no me engañara cuando me respondió y
aseguró que era pelirroja natural. Gracias por ayudarme a cumplir un deseo.
Cuando entremos a la habitación le explicaré que es lo que debe hacer. De
momento solo quiero que se tranquilice y se sienta cómoda conmigo.
Caminaba a mi lado por el pasillo hablando de cosas
triviales. Lo miraba de soslayo, aquel hombre alto, delgado y de pelo cano, me
intrigaba. Pero yo allí no estaba para satisfacer mis preguntas sino todo lo
contrario, para satisfacer su fantasía.
Abrió la puerta de la habitación y de nuevo su amabilidad
apareció invitándome a entrar yo primera. Me adentré hasta el centro y
parándome a los pies de la cama, observé que al lado de la puerta había un antiguo
biombo de madera y cortinillas de seda azul eléctrico, color que combinaba a la
perfección con los tonos que predominaban en la habitación, blancos y grises.
Él se acercó hasta mí y comenzó a darme instrucciones
susurrándome al oído de todo lo que quería que hiciera. Vi en sus ojos grandes
ojos marrones un brillo diferente cuando me explicó todo con detalle. Se alejó
y se escondió detrás del biombo. Tras la fina abertura que separaba una
cortinilla de otra, vi uno de sus ojos.
Yo estaba preparada para desvestirme al ritmo de la
canción. El espectáculo iba comenzar, “You can leave your hat on” de Joe Coker
había empezado a oírse. Lentamente me desabroché uno a uno los botones de la
camisa y siguiendo la canción la tiré al suelo. Me giré quedando mi espalda a
la vista de sus ojos. Me desabroché el sujetador y sin sacármelo me volví a
hacía él. Me acerqué lo suficiente al biombo para que pudiera verme, incluso
olerme. Con mucha sensualidad y moviendo mis caderas al son de la música me
despojé del sujetador. Bailé desenfrenademente acariciando mis pechos y mis
pezones enseguida comenzaron a ponerse duros. Me apoyé en el biombo y acerqué
mi cuerpo a él, pero no se inmutó, tan
solo suspiró. Me separé y sin levantarme la falda me bajé, con cierta
dificultad el tanga, ese era uno de las cosas pactadas. Pausadamente me
aproximé de nuevo al biombo y le tiré mi tanga negro, un tanga que debía haber
llevado todo el día. Apenas pude ver su reacción, debía continuar con el
espectáculo.
Modifiqué una parte del pacto, estaba disfrutando tanto
que no importaba. Cogí una silla, en vez de sentarme en la cama, y colocándola
enfrente a él me senté con las piernas abiertas, todo lo que daba mi estrecha
falda. Me levanté y bailando un poco me subí la falda lentamente enroscándola en la cadera. Mi corto vello púbico anaranjado, quedó al
aire. Me senté de nuevo en la silla y abriendo totalmente mis piernas comencé a
acariciarme lentamente. Mis dedos recorrían mi vello haciendo circulitos, me
acariciaba la parte interna de mis muslos subiendo y bajando. Comenzaba notar la excitación y llevé mis dedos a mi
clítoris. Con un solo dedo lo acaricié, primero despacio de un lado a
otro, y luego de arriba abajo, estaba ya
durito. Estaba llegando al clímax y con otro dedo más pellizque varias veces mi
clítoris para tener un orgasmo más intenso. Entre suspiros y jadeos llegó y
exploté sin vergüenza. Grité de satisfacción. Cerré los ojos unos segundos y al
abrirlos allí estaba él con mi tanga en sus manos. Se agachó, besó suavemente los labios y dejando mi tanga
junto al sobre que había encima de la cama se fue con un simple “hasta otra
preciosa”.
Autora: Selene
Analís
Capítulo 2.- Adam Weiss
Analís Lima, mesera de profesión, renta un agujero
de un solo dormitorio entre la
Novena y Décima calle, en el área más peligrosa de
Gettysburg. No conoció a su padre, y su madre entra y sale de su vida,
dependiendo de su estado de sobriedad. Su única familia es una hermana mayor,
casada con un mecánico local, con el cual cría tres chiquillos.
No educación formal, no carrera definida, no casa
propia y su automóvil era una amenaza pública … Pero... ¡joder! Alan no podía
sacársela de la cabeza desde que la viera por primera vez, en la Casa de Los Panqueques.
La razón se le escapaba, ella no poseía ningún
atributo que él apreciara con antiguas compañeras de cama. Era
delgada, pálida, cabello negro, y a simple vista con un rostro común.
Sin embargo, admitía, que pasada ésa primera impresión y al observarla con
detenimiento, cualquier hombre podría apreciar la redondez de unos ojos
acaramelados, vivos y risueños, una nariz pequeña que coronaba una boca sensual
de labios carnosos, además de gozar de la redondez de un trasero espléndido.
El encanto de Analís, podría muy bien pasar
desapercibido, si es que no se tomaba el tiempo de observar con detenimiento; y
observar, era a lo que Adam se había dedicado por el último año, sin intentar
nada. Pues en su opinión, la mujer llevaba un letrero en la frente que
claramente advertía “ Peligro” así que decidió no involucrarse con ella…. Hasta
esa noche.
-
Espera un segundo, Annie… - Comenzó a decir con suavidad, estirando una mano
para posarla sobre su brazo y detenerla. No quería que se vistiera, la quería
así, desnuda.
¡Coño! temblaba, como un estúpido adolescente en su
primera sita, debía de tranquilizarse.
- No… no
te preocupes Adam, no pasa nada. ¡Vamos! Llevame a casa, por favor.
¿A casa? No. Definitivamente no, quizás ella podría
reacomodar el cabello, colocarse la ropa, como si nada ocurriese, pero Alan
hervía por dentro.
- ¿Por
qué no tomamos un segundo para pensar las cosas? ¿Ah?
Ella lo volvió a ver con aquellos enormes ojos
avellanados, parpadeando, con una expresión entre indignada e incrédula.
- Mira…
No quiero sonar pesada, pero tener sexo sin protección no es algo que suelo
hacer, mucho menos con desconocidos…
- Nos conocemos…
- No, no
nos conocemos.
- ¡Claro
que sí! – inclinándose en su dirección le musitó – Sé que hoy es tu cumpleaños…
Aquella declaración la dejó perpleja.
- ¿Cómo
lo sabes?
“Porque me traes loco y te he venido investigado”
- Lo
escuché por allí…
- ¡Oh…!
– bajó la cabeza, perdiendo la mirada en la blusa, que sostenía en contra de su
pecho – te lo dijo la mesera que me sustituyó… ¿verdad?
Regresó a verle con una medio sonrisa, y al observar
aquellos labios sensuales, aun hinchados por la fogosidad de sus besos, sintió
un jalón eléctrico en los testículos que le llegó el pene, endureciéndose aún
más; impidiéndole contestar. No quería seguir charlando, quería besarla,
tocarla, sentirla…
- Quiero
darte un obsequio…pero… ¿Qué podría regalarte…? – Inquirió insinuante, pasando
los dedos por su nuca, suave, lentamente.
Ella abrió la boca, pero no dijo palabra alguna,
cerró los ojos, estremeciéndose, entregándose a tan sutil caricia. Adam siendo
el oportunista que era, aprovechó aquel segundo de debilidad para inclinarse y
robarle un beso. Analís temblaba… ¡Oh, si! Aun quería que la tocara…
- Alan…
por favor… - susurraba, sin hacer el intento de alejarse de su boca, que le iba
dibujando besos apasionados en el cuello, en el hombro, bajando hacia su
deliciosos senos…
- Shhh….
– Recomendó él, antes de atrapar un pezón con la boca.
Comenzó a succionar con suavidad, pasando la lengua
por el nudito rosado, escuchando cómo su respiración se tornaba agitada, hasta
volvérsele un esfuerzo el mantenerse quieta, ahogando gemiditos que estaban por
volverlo loco, si es que no comenzaba a entrar en su cuerpo….
- A…Alan… ¡Por Dios…!
– Gemía -¿Qué me haces…?
-
Darte tu regalo de
cumpleaños… - le sonrió, viéndola con picardía.
La fue inclinando de nuevo en el sillón, sin dejar
de mordisquear, de chupar… ¡Quería comérsela enterita! bajó lentamente, besando
su abdomen, su ombligo, enganchando las esquinas de sus braguitas hasta
retiralas y dejar al descubierto las puertas del cielo. Ella protestó, pero
Adam continuó abriendo sus piernas ampliamente, admirando la belleza de su
intimidad… ¡Cristo! La mujer era perfecta… Se acercó más, aspirando su
delirante aroma, salivando de ganas por probarla… “No, Adam” gemía ella,
entre suspiritos de placer. Adam no contestó, era incapaz de hacerlo… besó su
montaña púbica, lamiendo un camino hacia el dulce botoncito de su sexo.
La escuchó protestar nuevamente, pero esta vez la hizo
callar al lamer su clítoris, girando la punta de la lengua en círculos. Fue
suficiente para que ella perdiera el aire y arqueara la espalda, rendida,
gimiendo en desesperante ardor. ¡Guau, sabia a gloria! Y el olor de su sexo
solo era superado por su sabor… La penetró, primero con la lengua,
saboreándola, bebiéndola, hundiendo dos dedos dentro de su apretadísimo canal,
deleitándose en la suave y mojada succión que jalaba sus dígitos y que casi lo
hace correrse en el pantalón… se llevó la mano hacia la bragueta, apretando la
cabeza del pene, evitándolo… ¡Coño! Quería penetrarla, cabalgarla, pero lo
sabia imposible por el momento… Arremetió con furor, chupando su labia, sin
detener el delicioso ritmo de entrada y salida de su dedos… multiplicando los
apasionados besos de lengua… Ella atrapó su cabeza, apretándolo aun más a su
sexo, girando la cadera en contra de su cara… gimiendo… jadeante…destilando por
un alivio a la tensión que se le acumulaba en la pelvis….Dejando a Adam,
borracho, con la dulzura de su néctar y ciego de lujuria.
Lo sintió; como si hubieses estado enterrado en
ella, Analís dio un grito ahogado y su vagina se contrajo, apretando los dedos
que se la cogían. En seguida un torrente de jugo bañaban los labios de Adam,
quien bebió, chupando cada gota…
Por unos segundos permanecieron callados, respirando
con dificultad. Adam aun caliente, listo a explotar, pero satisfecho de haberla
hecho gozar. Se irguió, buscando su rostro. La luz del farol del aparcadero
iluminaba la nieve que seguía acumulándose afuera, formando un resplandor que
dejaba el lindo rostro de Analís, viéndose como el de un ángel, recién bajado
del cielo- Aun con los ojos cerrados, lentamente
dejó que una sonrisa perezosa jugueteara en sus labios.
-
¡Guau…! - dijo mojándose los labios con la lengua, tragando en seco - Er... eso
fue... ¡Guau…!
-
Feliz cumpleaños …. – Musitó él, besando sus labios.
Autora: Alixel.
- Que hizo… ¿Qué?
- Ya te lo he dicho… Terminó conmigo…
- No eso… -
Exclamó Mónica, impaciente - ¿Cómo dices que lo hizo?
- ¡Ah! – Suspiró
Analis - Me envió el mensaje por texto…
- ¡Dios! Que hijo
de su madre, ni la cara te dio ¿no? y sabiendo que era tu cumpleaños – Negó con
la cabeza indignada, ocupándose en colocar dos cafés en la bandeja – Ya verá
cuando…
- ¡Ah, no! Te
prohíbo que se lo digas algo a Roberto, Mónica – Exclamó Analis, traspasándola
con una mirada acusadora – Tus votos matrimoniales no incluían “Prometo
contarte todos los detalles de la vida amorosa de mi hermana; hasta que la
muerte nos separe…”¿Sabes?
Mónica sonrío levemente, sin dejar de colocar la
azúcar y leche en el azafate.
- Además – continuaba Analis -de seguro que si se lo dices a
Roberto, se lo cuenta a Pete en el taller, que es lo más cercano a publicarlo
en el Gettysburg Gaceta.
- ¿Y…? ¿Sería muy
malo que todos se enteraran de lo pendejo que se comportó contigo…? ¿O lo
quieres mantener en secreto?
Analis se encogió de hombros, hacía tiempo que
esperaba aquel desenlace con Jason. Cuando un hombre te dice: “Nena… ¿Puedes
hablar de otra cosa que no sea tan deprimente?” cuando le describes tus sueños
y aspiraciones, no necesitas una bola de cristal para adivinar que no tiene
ninguna intención de ser parte de ese futuro. Sin embargo, tampoco quería ser
el blanco de habladurías. Gettysburg era el típico pueblito en Pensilvania, en
donde se nacía, crecía, reproducía y se moría entre las mismas familias y poco se
podía mantener en secreto.
- ¿Sabes cuál es tu problema Analis?
¡Oh, no! Aquí venia la cantaleta “Analis debes de
ser menos seria” “Analis eres muy permisiva”. Si tan solo Mónica se pusiera de
acuerdo consigo misma de qué era lo que de verdad necesitaba Analis, quizás la
podría ayudar a arreglar un poco su existencia, en lugar de confundirla más.
- Lo que necesitas es ser menos rígida… Necesitas relajarte…
piensas mucho, trabajas demasiado y ahorras como una vieja avara… ¡suéltate el
pelo! Baila desnuda en la playa… ¡Goza la vida!
Analis se amarró el delantal que hacía juego con los
elegantes pantalones negros, parte del uniforme de mesera, alistándose a
comenzar el turno de la cena en La Posada Herr, el único restaurante que se
consideraba elegante en Gettysburg.
- No sé exactamente qué es lo que necesito para
arreglar mi vida, pero andar desgreñada y dando brincos en cueros, no va a
ayudar en nada. Te veo después, debo de memorizar los especiales de la noche…
- ¿Ves lo que digo? – Sonrío Mónica - ¡Eres incorregible..! ¡Es
tu cumpleaños!
Su veintitrés para ser exactos. No que Analis,
tuviese planes para celebrar, era un miércoles y le tocaba trabajar hasta la
media noche. ¿Quién tenia la energía de celebrar pasada la media noche, cuando
se comienza a trabajar a las seis de la mañana y se encuentra físicamente
extenuada?
- Lo que necesito es volver a nacer … - Murmuró para si misma,
colocando el bolígrafo en el bolsillo de la impecable blusa blanca, tomando la
libretilla, dando la conversación por terminada.
Se dirigió al comedor principal de la vieja mansión,
revisando mesas, saludando a compañeros y a clientes con reservaciones
tempranas.
Pasadas las ocho de la noche lo vio entrar al
comedor, siguiendo a Sonia, la anfitriona, que lo sentó en una mesas de su
sección.
Analis lo conocía de La Casa de Los Panqueques, en
donde trabajaba por las mañanas y en donde el hombres solía desayunar. Sabía su
nombre por la tarjeta de crédito a la que cargaba la factura; Adam Weiss. No
era un local, tampoco era un turista. Simplemente se aparecía en Gettysburg la
última semana del mes. Alto, maduro, elegante y con un atractivo que le
alborotaba el vientre a la chica. Siempre tomaba el desayuno solo, por lo que
le creyó soltero y sin compromisos; haciéndose la vaga ilusión de que existía
una especie de “conexión” entre ellos. Pero era solo lógico que un hombre como
él tuviese novia. Ahora le acompañaba una esbelta rubia de piernas largas de
bailarina clásica, y aunque afuera comenzaban a caer copitos de nieve, llevaba
puesto un pequeño vestido verde esmeralda, que resaltaba su increíble
bronceado.
Analis, se acercó a la mesa con dos cartillas en las
manos, dando un profundo suspiro. Hubiese querido no ser la mesera encargada de
atenderles. Adam Weiss siempre era amable con ella en la Casa De Panqueques, habían
cruzado una palabra aquí y allá, pero ninguna que se considerara inapropiada o
coqueta; sin embargo, tontamente se sentía… traicionada. ¡Vaya manera de
terminar de arruinarse el dia! Pensó.
Se sentía defraudada por lo contrariedad de saberle
con una mujer cien veces mejor que ella. Pero “contrariedad” no le evitaba
escapar sus obligaciones, ensayó su mejor sonrisa antes de saludarle
- Buenas noches y bienvenidos a la Posada Herr ¿Podría
ofrecerles agua mineral o corriente?
La mujer apenas si le dirigió una mirada, se ocupaba
en estudiar los mensajes en su teléfono celular. Analis imaginó que no tendría
mensajes de chicos pidiéndole “espacio”. Por lo contrario, los traería locos,
pues de cerca era aún más bella.
- Agua mineral – Contestó Alan Weiss elevando la mirada,
reconociéndola enseguida – Ey...! Annie … ¿No es así?
- Analis –
corrigió ella sin sonreírle, como usualmente lo hacía, esperando por la
respuesta de su acompañante.
- Lo mismo para
ella - Le sonrió indulgente – Si esperamos a que termine de revisar sus
mensajes, no cenaremos esta noche - le guiñó el ojo juguetón, lo que la hizo
tragar en seco, nerviosamente, y le costó trabajo mantenerse seria.
- ¿Les gustaría
ordenar un coctel o prefieren ver la lista de vinos?
- La lista de
vinos - Asintió Adam, deslizando la mirada por el sobrio peinado y la camisa
blanca, tan diferente a la camiseta y jeans con lo que usualmente la veía
vestida en el otro restaurante.
Aquella
inspección provocó que la chica se sonrojara, sintiéndose traspasada, desnuda,
excitada. Nunca la había visto de esa manera en la Casa de Los Panqueques.
Sirvió la mesa con la misma atención que lo hacia
con sus tres otras, pero siempre consiente de la presencia de Adam con la rubia
despampanante, en la mesa cuatro.
Se felicitó mentalmente al recitar los especiales de
la casa sin trabarse o tartamudear. Sirvió el aperitivo con manos seguras,
primero a la mujer y luego a Adam, siguiendo las reglas pertinentes de
etiqueta. Sonrió y les preguntó si se les ofrecía alguna cosilla más, la mujer
murmuró un pedante “no”y Adam la premió al sonreírle, observando con un
penetrante mirar de otoño, que ella encontraba devastadoramente atractivo.
Podía sentirlo, sus ojos siguiéndola por el salón,
lo que le ocasionó volverse un poco torpe, y si es que no tartamudeó recitando
la cena en la mesa de Adam, se le olvidó completamente cuando la debía de
repetir para la pobre pareja de la mesa tres, que celebraban su aniversario de
bodas.
La pelirroja entraba al comedor una hora después,
vistiendo los pantalones de cuero mas ceñidos que había visto Analis en su
vida, que además, le sentaban envidiablemente bien. Su cabellera de fuego se
balanceaba con cada paso que daba como si estuviese cruzando una pasarela de moda,
atrayendo todas las miradas en el restaurante, en su trayectoria a la mesa de
Adam, quien se levantó de su asiento para saludarla con un beso en cada
mejilla.
Era su obligación ir a averiguara si deseaba ordenar
algún aperitivo o algo de beber, pero la mezcla de nervios y otro sentimiento
que no definía se lo impedía, especialmente cuando vio a la pelirroja estirar
la mano para tomar la de Adam entre las suyas, viéndole a los ojos suplicante,
mientras le hablaba en voz baja.
Ella tenía sus limites, se acercó a Mónica y le
pidió que se hiciera cargo de la mesa, su hermana la vio con una sonrisita
maliciosa cuando terminó de inspeccionar a los tres individuos.
- ¡Bueno ! considéralo tu regalo de cumpleaños, por lo menos
hasta el sábado que podamos celebrarlo adecuadamente… - Anunció tomando una
cartilla, sin dejar de verles – Deberías de sumarte al trío….¡Él está para
comérselo! Aunque… pensándolo mejor… ¡Quién sabe si alcanzarías algo para ti!
Con lo tímida que eres… de seguro que te quedas con ganas…
- Eres una
cochina…
- Y tu una
mojigata… A esos tres se les nota que de aquí, se van derechito a la cama.
Debió de ser, pues se marcharon los tres juntos a
eso de las diez y media, quizás porque tenían mucha prisa, quizás porque la
nieve comenzaba a convertirse en una verdadera tormenta afuera. Una hora
después, el restaurante estaba vacío.
Analis le sugirió a Mónica que se marchara a casa
una hora antes, mientras ella se encargaba de los quehaceres en la sección de
ambas. Pequeñas tareas que cerraban sus labores diarias en la posada; su
hermana se lo agradeció con un beso y un abrazo, cubriéndose lo mejor que pudo
con un pesado abrigo y unas botas de nieve.
- Maneja con cuidado Analis…Llámame en cuento llegues a casa…
- Lo haré
Para cuando salía
del restaurante, su Chevy Sprint era uno de los últimos automóviles en el
aparcadero. Limpió la nieve lo mejor que pudo del parabrisas con una vieja
escobilla, pero una capa de hielo se había formado abajo, cubriendo el vidrio
de una gruesa escarcha.
Debía de calentar
un poco el motor para derretirla, así que se sentó al frente del volante,
haciendo girar la llave y….nada. Solo un “Clic, clic, clic” se dejó escuchar
antes de quedar mudo.
¡Oh, no! ¡No la
podía dejarla allí y en esas condiciones! ¡No esa noche! Suplicó. Aspirando con
la boca abierta, conjurando la piedad de santos del cielo, lo volvió a
intentar.... Uno, dos, tres y… ¡Nada! De nuevo el odioso triple “clic” y
silencio.
La frustración la
llenó de ira…Arremetió en contra del volante dándole una seria de puñetazos
mientras gritaba a pulmón tendido: ¡Coooooño!
¿De qué servía trabajar como un burro, de sol a sol,
si ni siguiera podía comprarse un auto decente, que no la dejara tirada por
todas partes?
El toquecito en la ventana la hizo enderezarse. Una
persona se paraba afuera, en medio de la tormenta. Giró con dificultad la
manilleta hasta bajar la ventana, permitiendo que el aire ártic le abofeteara
la cara. Segura de que se trataba de Teo, el cocinero.
- Este cacharro me ha dejado tirada de nuevo Teo… - Exclamó sin
terminar la frase, al comprobar de que no era Teo, quien la miraba con
preocupación
- ¿Crees que es la batería? –Indagó Adam Weiss, poniendo las manos en la
ventanilla inspeccionando el tablero del auto.
- No lo sé.. – Confesó, aun sin salir de su asombro.
¿Qué hacia Adam en el aparcadero de la Posada Herr? A esas
horas, lo hacía en un lugar caliente, jugando al Kama Sutra en medio de un nudo
de cuatro piernas y cuatro brazos.
- ¿Me permites…? – Preguntó, sin esperar su
aprobación, pues ya abría la puerta del conductor. Analis no tuvo mas remedio
de deslizarse fuera del asiento, dejándole a él a cargo de hacer girar la
llave, que intentaba revivir un motor que se negaba a resucitar.
- Podríamos pasarle corriente –Declaró bajando la cabeza en
buscando su mirada. Ella nunca lo había tenido tan cerca antes, sus ojos eran
preciosos, Alan poseía unas pestañas larguísimas y rizadas que contrastaban con
una quijada masculina, que lucia un asomo de barba... Pero su olor... Mmmmm...
Su olor era tan delectable, que la hizo olvidarse por unos segundos de sus
problemas.
– Pero la verdad,
no me sentiría cómodo dejándote ir en medio de esta tormenta a sabiendas que se
puede volver a apagar en un alto.
- Pues… - Muy caballeroso de su parte, pero tampoco podía quedarse a
dormir en el restaurante, que por más que llevase “posada” en su nombre, lo
había dejado de ser el siglo pasado.
- Permíteme llevarte a casa –No fue una pregunta, aunque la
entonó como tal.
El corazón le comenzó a latir desembocado mientras
que una serie de sentimientos contradictorios la asaltaron. Quería hacerlo y
mucho, pero el compartir el camino con dos linda mujeres que deseaban lo mismo
que ella no le parecía muy apetecible… Un momento… ¿Que desearan lo mismo que
ella?
- No quiero importunar …
Adam cerraba la puerta del almatroste, después de
subir nuevamente la ventanilla.
- ¿Importunar ? ¿A quién?
- A tus… tus… - “Amigas” se escuchaba despectivo… ¿Novias era
mejor?
- Estoy solo
Annie … - Le ofreció el brazo, sin elaborar en donde había ido a perder a las
dos barbies.
Analis dudó seriamente en aceptar su brazo, pues su
sexto sentido le decía que Adam le ofrecía algo más que un aventón a casa.
Quizás su hermana tenía razón y lo que necesitaba era relajarse, pensó antes de
aceptar.
Adam la guió hasta una flamante camioneta cuatro por
cuatro, perfecta para aplanar calles en aquel clima. La asistió a subir
tomándola por la cintura, quemándola con su toque.
El interior de la camioneta olía a él, masculino con
un toque de cuero y sofisticación.
Adam se sentó detrás del volante encendiendo el
motor, sacudiéndose algunos copos de nieve que le habían caído en el cabello,
viéndola de reojo mientras subía la temperatura del auto. Arrugó el entrecejo
al fijarse que no llevaba guantes, posó su mano entre las suyas, frotándola con
delicadeza.
- Dios… estás helada… ¿Cómo es que no usas guantes?
- Oh… - Sentir
sus manos poniendo presión en las suyas la llenaron de calor, pero un calor
interno que le hacia palpitar el corazón en loca carrera – Los pierdo con
frecuencia … No tengo remedio.
Adam, se despojó de los suyos, colocándoselos a
ella, mientras Analis protestaba. Pero no pudo hacer nada pues logró sujetarla
con ambas manos, evitando que se los quitara.
La observó detenidamente, antes de hablar, pero
pareció perder el hilo de lo que iba a decirle. Terminó por beber cada rasgo de
su rostro, bajando lentamente la vista hasta fijarla en su boca, dando un
profundo suspiro.
- Tienes una piel preciosa…Me encanta cuando te
sonrojas… ¿Te incomodo?
- N…no… - Mintió.
La incomodaba. Especialmente cuando sentía la
tensión que se creaba entre ellos, aun cuando no estaban solos. Se volvió a
sonrojar.
- No te había visto usar labial antes… - No
despegaba la mirada de sus labios – ese color te sienta de maravilla …
No supo cómo ocurrió, en un segundo pensaba en cómo
evitar sonrojarse como una lela y en el otro estaba en sus brazos, y ¡Dios! El
hombre sabía besar. Succionaba, mientras lambia tiernamente sus labios,
lentamente, hasta que poco a poco los fue abriendo para introducir levemente la
puntita de la lengua, succionando cada vez con más fuerza. Analis se abrazó a
él, soltando un gemidito necesitado de lo que Adam prometía con aquella
exquisita caricia.
El beso se profundizaba, ahora sus lenguas danzaban
en un delicioso intercambio de saliva, que la estaba dejando jadeante.
Sus manos comenzaron a buscar su piel, por entre las
capas de ropa, ella le asistió soltándose la bufanda, despojándose del abrigo
sin dejar de besar sus labios… Se sentía embriagada con su sabor y su aroma,
incapaz de detenerse, como un tren sin frenos.
- ¡Oh…! No sabes cuánto deseaba besarte esta noche… - jadeó Adam
a su oído, despojándola de la blusa, sin dejar de besar su cuello, lambiendo y
mordisqueándole la piel.
Analis quería decirle que ella también lo había
deseado, mucho antes que esa noche, pero se le hacia imposible hablar. Le
quitaba el abrigo, que calló rápidamente cuando Adam la asistió con la misma
urgencia que la suya. Sin despegarse uno del otro, él se quitó el saco, la
corbata mientras ella le desabotonaba la camisa.
Nunca había deseado tener más de dos manos, más de
una boca, quería poseer todo de Adam. Besó su pecho con una fiereza que no
conoció hasta ese instante. Perdiéndose en su piel, tocando el suave vello que
cubría su pecho. ¡Ese era un hombre!
Por más grande que fuese la cabina de su camioneta
montañera, no tenían suficiente espacio para moverse libremente y Analis lo
sabía, pero fue Adam quien la tomó por la cintura sin dejar de besarla, para
empujarla levemente por el espacio entre los dos asientos frontales, para ir a
la parte trasera. Ella obedeció sin desprenderse por un segundo de su boca.
Murmurando lo increíblemente sabroso que le parecían sus besos. Adam, se rió
aun con los labios en los suyos, cuando se golpeo la cabeza en contra del
techo, al seguirla.
Era incomodo, muy incomodo… ¿Quién dijo que hacer el
amor en un auto era excitante? Pero todo pensamiento se fue desapareciendo de
su mente al sentir lo frío del cuero en contra de su piel desnuda. Sin
pantalones, debajo de Adam quien aun permanecía con los suyos puestos, ahora
succionando uno de sus pezones con torturadora sutileza, Analis no podía ahogar
los gemidos… se retorcía de placer, abriendo las piernas, suplicando con
movimientos de cadera por sentir su cuerpo dentro del suyo…
- Por favor… Adam.. – Suplicó aferrándose a él – Por favor…
Adam se quedó quieto por unos segundos, jadeante. Se
fue separando lentamente de ella, para verla a la cara…
- Annie… - murmuró con una voz tan ronca y necesitada que la
hizo derretirse de deseo – Annie..
- ¿Si…? –
Inquirió dándole un beso en los labios, candente, desesperada por más, por
mucho más.
- No tengo
preservativos conmigo…
Analis parpadeó,
incapaz de aceptar lo que aquello significaba, jadeante, viéndole incrédula.
- ¿Que… qué? – Indagó inclinándose sobre los codos, sacudiendo la
cabeza, segura que le había escuchado mal.
- Lo siento.
¿Lo siento? Su rostro se veía sinceramente contrito,
pero la frustración la fue llenando de vergüenza… y después de ira, al imaginar
la razón por la que se le habían terminado los preservativos ¡Claro! Ella era
la numero tres de la noche…
Le empujó con ambas manos, levantando sus prendas de
vestir una, por una, volviéndoselas a colocar torpemente.
- Ven conmigo al hotel… - Le suplicó Adam, deteniendo su loca
retirada – ¿Annie..?
Analis, quería
llorar, patalear hacer el berrinche de su vida. Pero se detuvo, nada de aquella
frustración tenia que ver con el detalle de la poca preparación de Adam, o por
lo menos no del todo. Era simple, su vida era un completo desastre.
- No… - Murmuró, soltándose de su toque para colocarse de nuevo
el sostén – Esto fue un terrible error… Por favor, llévame a casa.
.
Continuará .......................
Autora: Alixel.
________________________________________________________________________________La ventana de enfrente
Mientras esperaba a que ella llegara, salí a la terraza a fumarme los minutos con tabaco de liar.
La noche rezumaba soledad pero también un calor pegajoso, tan pegajoso como las moscas se enganchaban a la miel. La luna en estado creciente me miraba y yo agotando los minutos le suspiré. Apoyé mis brazos en la barandilla pero ni el frío del acero podía refrescarme de ese calor tan agobiante que estabamos viviendo en ese caluroso mes de Agosto.
Distraídamente paseé mis ojos por las múltiples ventanas que me rodeaban, a esas horas de la noche, todas estaban abiertas dejando las intimidades de los demás al descubierto, era como meterse en el cine y ver una película, pero claro está en pantalla pequeña. A pesar del calor, quien más o quien menos tenía las luces encendidas, dando un colorido y una estampa especial al patio de vecinos, era como contemplar un cuadro impresionista, luz sobre negro o blanco sobre la oscuridad. Una luz diferente atrapó mi atención. Provenía del edificio de enfrente, más exactamente del mismo piso que tenía a mi altura, nuestras ventanas estaban alineadas con lo cual era muy fácil ver y meterse en la vida de los vecinos.
Nunca he sido un mirón, ni un fisgón, pero aquella noche con el calor sofocante que se había instalado en casa, me convertí en un “vouyeur” de la noche por causalidad.
Por la ventana del piso de enfrente emanaba una luz diferente, un tono entre anaranjado y rojizo presagiaban lo que allí iba a suceder. La persiana no estaba totalmente subida y las cortinas estaban recogidas a los laterales de la pared, dejando el espacio diáfano, sin obstáculos para poder contemplar sin ninguna dificultad.
Tras la ventana observé un cuerpo
que se acercaba y medida que lo hacía pude distinguir su silueta, una hermosa
silueta de mujer hablando por el móvil. Para mi sorpresa y desconcierto estaba
desnuda. Paralizado por la imagen parpadeé para saber si lo que veía era
realidad o el calor me estaba gastando una mala pasada. Pero no, era real, la
vecina de enfrente estaba desnuda cerca de la ventana. Mi mente se aceleró y en
aquellos momentos maldijo todo lo que pudo al no poder contemplar más partes de
su cuerpo.
“¡Joder!, ¡Qué tetas!” Pensé mientras se paseaba por la ventana con toda la naturalidad del mundo.
La imagen de la vecina estaba haciendo su efecto en mi entrepierna. Introduje mi mano en el pantalón y me la recoloqué, se me había puesto morcillona.
Ella seguía hablando por el móvil
delante de la ventana. Su naturalidad exhibiendo sus encantos me estaban
enloqueciendo. Se paró en la hoja de la ventana que estaba cerraba ofreciéndome
una espectacular y clara imagen de su pecho. En la distancia sus pechos
parecían grandes y perfectos, perfectos para saciar cualquier mente lujuriosa
llena de deseo. Pechos erguidos ideales para soñar y satisfacer cualquier
sueño.
De repente su mano libre comenzó a
acariciarse el torso suavemente para seguir luego con un solo dedo, como un
simple roce o una fugaz caricia. Su dedo impaciente y juguetón ascendió
deteniéndose en la base de su pecho.
Como un acto natural y cotidiano,
apoyó el brazo que tenía el móvil en el cristal y se acomodó en el marco de la
hoja de la ventana dejando descansar su cabeza en el, en su frialdad y
transparencia.
Ajena a mí continuó acariciando su
pecho. Marcaba círculos grandes desde la base hasta llegar a la aureola y
volvía a descender despacio, como si fuera un estudiado ritual. Prosiguió así
una y otra vez. Ver como se acariciaba me estaba poniendo malo, mi calor
corporal comenzó a subir, apenas me calmaba la suave brisa que había comenzado
a acariciar mi cara. Estuve tentado de irme, pero la curiosidad pudo más y me
quedé a observarla hasta que ella abandonara la ventana.
Su dedo estaba de nuevo en la
aureola, pero esta vez no descendió. Comenzó a tocarse el pezón, primero sus
movimientos eran lentos pero poco a poco fueron “in crescendo” hasta que al
final noté como se pellizcaba una y otra vez haciendo que su cuerpo se
arqueara. Seguía cada vez más rápido, acompasando a la vez su cuerpo y su
cabeza. Se paró secó y tras unos
segundos de reposo, desapareció de la ventana.
“ Estoy seguro que solo tocándose
habrá llegado al orgasmo. ¡¡Esa era mi diosa idílica!!” pensé mientras entraba
al piso.
Autora: Selene.
________________________________________________________________________________
La Señora
Aquella tarde decidí pasarme por la
biblioteca para sacar unos libros que necesitaba para preparar unas clases.
Recorrí los pasillos principales en busca de la sección de Historia, enseguida
la encontré, cogí los libros que buscaba y comencé a caminar mientras ojeaba
uno de ellos, fue entonces cuando la vi.
Allí estaba ella subida en una escalerilla apoyada en la estantería, en la
sección de Mitología, no pude evitar pararme para mirarla, era tan hermosa. Tenía
unos largos cabellos que le dificultaban el movimiento mientras pasaba las
hojas del libro que estaba ojeando, su cuerpo insinuaba las medidas perfectas y
su rostro parecía sacado de un cuento de hadas.
Mientras me deleitaba con aquella diosa pude
observar que la escalerilla comenzaba a moverse y ante la idea de que cediera
ante su peso, y ella se pudiera hacer daño, me apresuré para sostenerla, como
buen caballero que soy, pero no fue lo suficientemente veloz mi auxilio porque
ella perdió pie cayendo en mis brazos. La sujeté con fuerza y la dejé
suavemente en el suelo, ella me sonrió y se sonrojó porque en la caída había
perdido el botón de la blusa dejando ver su canalillo y algo de sus pechos, cosa
de la que yo, evidentemente, me percaté al igual que ella.
Me dio gentilmente las gracias y se abrochó la
camisa, se arregló el pelo y comenzamos una agradable conversación, que empecé
yo al preguntarle sobre los libros que andaba ojeando, mitología griega, de la
que sea de paso no tengo ni la menor idea, si acaso recordaba a Hércules en alguna
película quizás de Charlton Heston a la que me aferré para hacerme el
interesante y poder seguir disfrutando de su compañía.
Se hacía tarde y ella tenía que
marcharse y yo no quería que eso pasara, pero al levantarse para irse se dio
cuenta de que se había lastimado el tobillo y yo me ofrecí a acompañarla a
casa, a lo que ella accedió.
Su casa estaba en la calle de enfrente, ¡vaya
suerte la mía!, iba a ser poco el tiempo que había conseguido agregar a su
compañía pero pensé en ese refrán que dice: “que menos da una piedra”.
Al llegar al portal me pidió que la ayudase a
subir las escaleras, pues era un primero sin ascensor y, nuevamente, accedí a
sus deseos, dando mi brazo fuerte a sus delicadas manos portándola gustoso. Una
vez en la puerta me dispuse a despedirme, no sin comentarle lo agradable que
había sido su compañía y que podía contar conmigo para subirla, en brazos si
hiciera falta, en cualquier otra ocasión, ella rió con mi comentario y una
mirada insinuante me atravesó poniéndome muy nervioso, pero he aquí mi asombro,
cuando ella se inclina hacia mí y me regala un beso, uno de esos que apenas te
rozan los labios y con los que sientes cosquillitas, donde no sabes si te los
dan como agradecimiento o como una invitación a otro más, que voy a decir sino
que en lo único que pensaba en esa milésima de segundo era en darle un empujón
a la puerta y hacerla mía en medio del pasillo, pero me temblaron las piernas
con solo imaginarlo, y mientras despertaba de mi sueño ella estaba esperando
delante mía una respuesta a su beso, ¡a la mierda! -pensé-, lo más que me puedo
llevar por intentarlo es una bofetada, así que la cogí fuertemente de la
cintura y con un apasionado beso de esos otros que te dejan invadido por las
lenguas, la metí en casa, cerré la puerta de una patada y en vez de una
bofetada ella puso su mano en mi entrepierna y allí mismo empezamos a
desnudarnos.
La
habitación estaba cerca y hábilmente ella me depositó sobre una gran cama que
ocupaba casi toda la habitación, recogió las prendas que habíamos soltado por
el corto pasillo y se abalanzó sobre mí como toda una tigresa.
Casi
no podía creerme lo que estaba pasando, era un sueño, esa diosa estaba entre
mis brazos desnuda, besándome, sus manos andaban por todo mi cuerpo como locas,
y su boca buscaba mi miembro, hambrienta de deseo, por supuesto yo la dejé que
saciara su apetito (no sería un caballero si dejase que una dama se quedase sin
comer) y ¡cómo comía!. ¡Dios, era divina!, su lengua no tenía reparo alguno y
estar dentro de su boca me producía un placer ilimitado. Mientras tanto yo
aprovechaba para masturbarla y meter mis dedos en su sexo mojado, o mejor dicho
súper-mojado, aquella cavidad estaba pidiendo a gritos de mi erección y yo iba
a dársela.
Saqué mis dedos de su vagina y los metí en su
boca para mojarlos con su saliva y comprobar su reacción, volví a bajar mi mano
hasta su entrepierna y noté como a mi paso sus piernas se abrían facilitándome,
nuevamente la entrada, palpando sus labios y notando el flujo que desprendían.
La aparté y la tumbé boca arriba, para disfrutar de las vistas de aquellas
maravillosas montañas que eran sus senos, para poder estrujarlos a gusto
mientras la miraba de reojo desde su cueva y me deleitaba con sus gemidos. Puse
mi lengua en funcionamiento, en modo automático y entre con ella en su vagina
comprobando que sus labios mayores estaban resbaladizos y muy abiertos
ofreciendo el accedo a su interior. Rocé su clítoris y noté las convulsiones y
espasmos que recorrían su vientre y arqueaban su espalda, acompañando cada
movimiento con mis dedos desde dentro. Tenía los dedos impregnados de sus jugos
y tras saborearlos decidí que era el momento de penetrarla. La levanté y la
coloqué sobre mí, fue un acoplamiento perfecto y una vez dentro de ella
comenzamos una danza perfecta. Era todo un espectáculo, aquel cuerpo perfecto,
aquellos pechos divinos, con sus duros pezones pidiendo ser mordidos y ella
moviéndose en círculos llevándome al mismo Olimpo, con los dioses esos que ella
leía, si, ahí me encontraba, en el cielo, como todo un dios follándome a toda
una diosa.
Seguimos un buen rato y cuando estábamos a
punto de corrernos se escucharon unas llaves abriendo la puerta y ella, sin
explicación alguna, me apartó de un empujón y me encerró en el armario. ¡Manda
huevos!, todo un clásico, me había convertido en el amante escondido en el
armario, desnudo, con un calentón de muerte, apunto de estallar y para colmo la
puerta no cerraba del todo -lo que hubiera dado en ese momento por un
destornillador, con lo manitas que yo soy para estas cosas- así que allí me
estaba apelotonado entre un montón de ropa, con una pequeña rendija que me
servía de mirilla y con el pene mirando pa Cuenca.
Ella había escondido, con gran
rapidez mi ropa debajo de la cama, y se había tumbado aún desnuda sobre ella,
no le dio tiempo a mucho más, afortunadamente para ella ya había anochecido, y
perfectamente podía estar ya medio dormida esperándolo a él. Ante tal visión,
era imposible que mi pene bajase y aún mucho menos cuando no me quedaba más remedio
que mirar hacia la abertura y ser espectador de lo que estaba pasando y
observar como él, no se lo pensaba dos veces, y se abalanzó hacia su presa,
como macho en celo, directamente al meollo del asunto, a ella no le faltaría
mucho, pues conmigo estaba a punto de correrse, así que no hicieron falta
muchos arrumacos para ir directos al folleteo y terminar con lo que yo empecé,
por cierto, mal asunto para mí, porque en mi posición, con lo cachondo que aún
estaba y viendo la peli porno en vivo y en directo, mis manos se adueñaron de
mi miembro y no pude evitar tocarme, masturbándome aún más con cada movimiento
y grito de mi hermosa diosa.
Ya no podía más, cogí un pañuelo, de esos que
usan las mujeres para el cuello y lo usé de recipiente para soltar todo lo que
mi cuerpo quiso, que no fue poco, y como una sardinilla encerrada me quedé
esperando que aquellos dos acabasen, sin aliento y con ganas de ir al baño
(para colmo) cosa que veía bastante complicada.
Ellos terminaron y yo ya me veía
pasando la noche allí metido, cuando ella se acercó a la puerta del armario y
la abrió, mientras él estaba en el baño, me dio mi ropa y me dejó escapar, no
sin antes darme un morreo que me dejó listo del todo y que yo, faltaría más, le
devolví, al igual que el pañuelo que le cogí prestado.
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