10 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"

Tócame
Penúltimo capítulo

–¿Un  amigo?
–Y un perrito... o un osito... o un...
–¿Amante? –No supo porque lo dijo. Simplemente se le escapó de los labios. Se sintió incómoda
Gustavo la miró.
–Lo que tú quieras, pero no creo que sea eso lo que deseas. Estás desorientada, herida, maltratada... Si soy tu amante será porque me deseas a mí y no porque odias a tu marido.
–No quise decirlo... Sólo que...
–Eres mujer. Quieres amar y ser amada... No tienes que decírmelo. Lo sé bien.
–¿Has tenido muchas mujeres?
–No lo sé. Siempre, con la que estoy, es la primera.
–Bueno, entonces ¿has tenido muchas primeras mujeres?
–Tampoco lo sé, porque no recuerdo a la última.
Ambos rieron. La tensión se relajó y Susana se sintió mas tranquila.
–Vamos a mi departamento –dijo él– Está cerca de aquí.
Susana le miró.
–No... No sé. La verdad es que...
–Te juro que no te obligaré a nada. Sólo que aquí no podemos hablar tranquilos. Te-nemos que cuchichear para que los chismosos no se metan en nuestra conversación. A lo mejor tienen hasta micrófonos ocultos. ¡Tu aceituna! –dijo él– No la comas; puede ser un transmisor...
–No digas disparates.
–Vamos. Confía en mí.
Susana estaba confundida. No sabía que hacer. No sabía que determinación sería la adecuada. ¿Irse a casa y languidecer? ¿Ir con Gustavo y arriesgarse a hacer algo que quizás nunca se perdonaría?
–Vamos… –dijo luego con firmeza, decidida. ¿Qué podía perder? 
Gustavo pagó los tragos y salieron del local.


El departamento era confortable. Pequeño, pero completo y muy bien decorado. Susana entró y Gustavo le indicó el sofá.
–¿Quieres beber algo? ¿Un trago? ¿Café?
–Prefiero café –dijo ella,
–Estás a la defensiva ¿eh? –dijo él en todo de broma.
Susana sonrió.
–No, sólo que no estoy acostumbrada a beber y después me siento muy mal.
–En ese caso, café. Yo quiero que siempre te sientas bien.
–Creo que eres un cínico. ¿Siempre conquistas así tus mujeres?
–¿Las  mujeres? Cualquiera pensaría que soy un Casanova...
–¿No lo eres? 
Gustavo le miró seriamente.
–Se supone que eso debo ser...
Susana no comprendió.
–¿Debes?
Gustavo se sentó frente a ella
–Ya lo entiendo –le dijo mirándola fijamente a los ojos–. Contéstame, ¿porque fuiste a ese bar?
–¿Qué tiene de raro?
–Mucho. Ese es un bar de solteros. Allí van mujeres que quieren compañía masculina...
Susana le miró interrogativamente,
–Te juro que no tenía idea –dijo, sinceramente–. Sólo entré porque tuve ganas de to-mar un trago.
–Te creo. Y la verdad es que yo voy allí cuando estoy solo, aburrido... Conozco una dama, nos divertimos y luego nos despedimos.
–¿Mujeres... casadas?
–Generalmente. Uno las atiende, las divierte...
–¿Como a mí? 
–No. Tu caso es especial. Tú eres especial. Si todas las mujeres que van allí fueran como tú yo ya estaría casado hace mucho.
–No te creo. Sólo lo dices para agradar.
–Estás en tu derecho. Ahora que ya lo sabes seguramente vas a dudar de mí.
–Totalmente.
–En ese caso, tómame como lo que soy. Algo así como un gigoló.
Susana quería salir de una duda, pero no se atrevía a hacer la pregunta. Pero debía hacerla...
–¿Te... pagan por ello?
Gustavo soltó una carcajada.
–No... Claro que no –le explicó con sinceridad–. No es un negocio. Tengo un trabajo que me deja suficiente para vivir bien, viajar y disfrutar de la vida. Sólo que soy un cobarde, le temo al amor, y no me gustan los romances. Prefiero relaciones más fáciles...
–¿Como conmigo?
Gustavo le tomó la mano.
–No. –dijo suavemente– Tu no eres fácil. Aunque no me quieras creer, te lo repito; eres algo especial. Aquí, tú mandas. Tú decides que hacemos; conversamos, reímos... hacemos el amor.
El pito de la tetera sonó en ese momento. Gustavo se puso de pie y fue a preparar los cafés.
–¿Y cómo te consideran tus... mujeres?
–¿Consideran? –dijo él desde la cocina.
–Como... amante…
–Supongo que bien –dijo él con naturalidad. –No he tenido quejas... Nadie ha venido a reclamar –agregó.
Rieron. Susana estaba tranquila, relajada. Era una extraña sensación; había perdido la vergüenza de hablar de ese tema.
–Eres un cínico... Pero me agradas,
–Y tú también, –dijo él mientras ponía las tazas en la mesita.
Se miraron.
–Quisiera saber que piensas en este momento –dijo ella.
–Te enloquecería –le contestó él.
–¿Porqué?
–Pienso en ti.
–¿En mí?
–En lo que haría si tú me amaras. Pienso en ambos, allí, en el lecho, fuera de este mundo, en nuestro propio universo de sensaciones...  Pero, claro. Tú sólo quieres con-versar.
–¿Te aburre?–dijo ella con una sonrisa burlona.
–No. El estar aquí contigo es suficiente...
–No sigas. No te creo nada.
Gustavo se sentó junto a ella.
–Créeme. Sólo porque tengo experiencia es porque puedo dominarme, pero si no, te atacaría como un animal salvaje, te quitaría la ropa a tirones y te haría el amor hasta que se me acabaran las fuerzas...
Susana se puso de pie. Sintió que su rostro se enrojecía. No era vergüenza. Gustavo la había inquietado...
–Creo que debo irme...

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