03 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Capítulo 3


–No –dijo ella, divertida.
–Eso es imposible. ¿Una mujer como tú, con hijos grandes y un marido descarburado, y sin un amante? ¡Eso es un crimen!
–Crimen sería si lo tuviera... –dijo ella.
Gustavo la observó con detenimiento.
–Si. Creo que lo dices en serio. Eres una dama respetable. Pero hay amantes respetables, también.
–¿Si?–dijo ella riendo–¿Dónde?
–Aquí –le contestó Gustavo muy serio– Frente a ti.
Susana le miró sonriendo. Al ver que Gustavo no reía se dio cuenta que hablaba en serio.
–Es hora que me vaya –dijo ella.
–No. Disculpa. No quise ser grosero. Perdona.
Susana lo miró. Si Enrique fuera tan vital, tan simpático... Había sido así... ¿Que pasó?
–De todas formas tengo que irme.
–¿Te  acompaño? 
–No. Prefiero ir sola.
Susana abrió la cartera para pagar su copa, pero Gustavo la detuvo.
–Dame ese gusto. Mo creo volver a encontrar una mujer como tú. Déjame recordar que alguna vez le pagué una copa a alguien especial.
Susana sonrió.
–Eres un cínico.
–No. Hablo en serio. Y ya sabes. Si necesitas un amigo, aquí esta Gustavo Florencio, para servirla.
Susana rió. Se le acercó y le besó en una mejilla.
–Gracias. Hacía mucho tiempo que no reía.
–Y te ves preciosa haciéndolo.
–Me voy antes de terminar creyéndote tus mentiras –dijo y salió del lugar.


Ya había oscurecido. Fuera el aire había refrescado y sintió que se mareaba. Decidió tomar un taxi para llegar antes que su marido a casa.
Se sintió satisfecha del día. Y a sí misma. Ahora creía que sí se veía bien. Quizás Gustavo exageraba, pero los demás hombres confirmaban lo que él decía. Aún tenía belleza, aun tenía vida. Aun podía reír... y sentir...

Esa noche decidió que las cosas tenían que cambiar. Busco en el cajón de la cómoda aquella camisa de dormir suave y vaporosa que Enrique le regalara hacía ya... años. Se dio un largo baño de tina, se vistió con prolijidad y preparó la cama.
Enrique trabajaba en su estudio.
Susana esperó un largo rato que él subiera. Cuando lo vio llegar le sonrió y se le acercó.
–¿Estas muy cansado?
–Agotado –dijo él pasando al baño.
Estuvo lavándose los dientes y haciendo gárgaras. Luego sintió el ruido que hacía al orinar y correr el agua del inodoro. Intentó no percibir todo aquello para no romper el encanto que quería darle a esa situación. Momentos después salió Enrique con su pijama puesto. 
–¿Quieres que te haga un masaje? –preguntó ella.
–¿Y cuándo aprendiste a hacerlos?
–Antes te los hacía. Te gustaba...
–Ahora no. Lo único que quiero es dormir –dijo su marido perentoriamente–. Tuve un ajetreo de locos hoy y mañana será peor.
Susana se sentó en la cama.
–Enrique...
–Mmm.
–Quiero hacer el amor...
El la miró como si hubiera oído hablar al diablo.
–¿Y de donde tanta... necesidad?
Susana miraba la alfombra.
–Nos estamos oxidando –dijo ella. –Ya no hay encanto, no hay magia…
–¿Magia? Oye, ¿estás enferma? ¿Se te olvida que estamos casados?
–¿Y eso que significa?– gritó Susana. 
–No grites. Los niños tienes que dormir...
–¿Acaso crees que el matrimonio es algo así como una condena a cadena perpetua?
–No he dicho eso.
–Si quieres separarte...
–No lo quiero. Pero a lo mejor tú...
–Creo que lo voy a pensar seriamente.
Enrique la miró extrañado.
–¿Qué  te sucede?
Susana se sentó en un silloncito.
–Tú no ves lo que sucede. Nuestras vidas no tienen alegría, no tienen emoción...
–Oye, perdóname, pero con las emociones de la oficina...
–Tú. Pero ¿y yo?
–Tú ¿que?
–¿NO te has puesto a pensar que mi vida es una constante rutina tediosa, destructiva?
–¿Y por qué no vas al cine? O a la opera. A ti te gustaba la opera...
Susana le observó. No sabía que había pasado. O Enrique se había vuelto imbécil o ella estaba mal de la cabeza.
–Olvídalo –dijo con un gesto de resignación.
Abrió la cama, se metió dentro y apagó la luz. Enrique la imitó. En la oscuridad él le dijo:
–No sería bueno para los niños que nos separáramos...
Susana sintió deseos de estrangularlo...


Toda la semana estuvo preocupada de poner la casa en orden. A veces las cosas no le salían tan bien. Antes era mas organizada; últimamente estaba distraída, desanimada...
Aquel viernes en la tarde, mientras ordenaba la ropa, se encontró aquel vestido. Lo miró y recordó a Gustavo. Se sonrió. Había sido grato. Muy agradable. Sintió deseos de verlo nuevamente.
Y ¿por qué no? ¿Quién se lo impedía?
Tomó el vestido y se metió en el baño. Se ducharían se arreglaría e iría a reír un rato con un... viejo amigo.
El local estaba semi vacío. Gustavo no estaba. Claro. No pensó que él podía ir ocasionalmente. Quizás no había vuelto desde aquel día... Quizás no volvería...
Se volvió para marcharse cuando una mano la tomó por el brazo.
–Es realmente bello volver a verte.
Susana lo miró. Ahí estaba, con su sonrisa agradable, su rostro amigable...
–Hola. Que bueno encontrarte...

–¿Me  buscabas?
–No especialmente –mintió ella– pero como pasaba por aquí decidí ver si estabas...
–Perfecto. Sentémonos y conversemos un rato.
Ocuparon una pequeña mesita en un rincón y pidieron un par de tragos.
–Y –dijo él– ¿mandaste tu marido al taller?
Esta vez Susana no sonrió.
–Vaya –dijo Gustavo– Creo que la cosa es peor. ¿Se fundió?
Susana sonrió.
–Tú haces que las tragedias se hagan comedias.
–Eso debe ser siempre. Si uno se deja aplastar por la tragedia, entonces ésta nos ha vencido. Uno tiene que vencerla a ella. Uno tiene que demostrar que es capaz de enfrentársele y derrotarla... Y la mejor arma es el humor.
–O el olvido.
–No. El olvido no vence el problema; sólo lo oculta.
Se hizo un silencio. Susana se sintió incómoda. ¿Porque no decía algo él? Seguramente estaba observándola. No se atrevía a mirarlo. Debería estar pensando que ella estaba allí porque... buscaba una aventura...
–Te cuento un chiste si no me arrojas el trago encima –dijo él. 
Susana se relajó y sonrió.
–Lo prometo.
–Me cambié el segundo nombre.
Susana le miró divertida.
–No seas mentiroso.
–En serio. Fui donde un abogado y él está haciendo los trámites legales para sacar esa mancha de mi ficha de nacimiento.
–¿Y por cual lo vas a cambiar?
–Reginaldo.
Susana soltó una carcajada.
–Ya sabía que era una broma.
–No es broma. Es el nombre de mi otro abuelito. El murió antes que yo naciera y...
–Cállate. 
–Alguno de los dos tiene que hablar. Si vas a estar mirando la mesa, voy a tener que meterme debajo de ella para que me consideres.
Ambos rieron.
–Perdona. Sólo que... No sé...
–Aumentan los problemas. Pues bien, vino usted al lugar correcto –dijo el en tono doctoral–. Aquí tenernos una cura milagrosa para los problemas. La más fina diversión. No tenemos hombre “tragallamas” pero tenemos una mujer "escupe tragos”
Susana soltó una carcajada. Algunos clientes la miraron.
–No seas idiota...
–Soy lo que tú quieras.





CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. Lo poco que leí me gustó. Pero el tamaño de las letras son muy pequeñas. me cuesta seguir la lectura. Si la aumentas un poco (por fisssss...) te lo agradecería. :)
    Un abrazo.

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