14 noviembre 2013

La magia del instante





La magia del instante

La tarde se avecinaba calurosa, a pesar de estar finalizando el mes de Septiembre. Hacía días que todo se había transformado en una terrible rutina que nos quitaba las ganas, sin más se había terminado la pasión. El deseo voraz que antaño nos devoraba se había apagado. No recuerdo como, pero me encontré un día sin sentir aquellas mariposas revoloteando en mi estómago cada vez que me miraba.

Estaba absorta, con la mirada clavada en la pantalla del ordenador, cuando sin enterarme como entró en casa, se acercó a mí. Sentí su respiración en mi nuca y el calor de su cuerpo con su proximidad. Fingí trabajar. En mi mente bullían preguntas que se quedaban sin respuestas, primero por no exteriorizarlas y segundo porque no deseaba romper la magia del instante con cuestiones absurdas y terrenales.

Sintiendo un calor exagerado, miré el reloj, lo fuerte del calor ya había pasado; pero mi piel ardía y mis ansias quemaban. Silencio y respiraciones. Cerré los ojos y me centré en su respiración, algo agitada, no era lo normal en él.

- Preciosa…- me susurró
- ¿Qué?- pregunté desconcertada, sin saber a que se refería.
-Tengo una vista preciosa- me volvió a susurrar, pero esta vez, más cerca, tanto que casi sentía sus labios en mi piel. 

Me ruboricé y sonreí tímidamente. Incliné la cabeza hacía mi cuerpo para ver aquello que le había llevado a reaccionar así. Ante mis ojos contemplé una línea negra que era el borde de la camiseta que cubría mi generoso escote. Desde mi perspectiva, la vista era sugerente, muy sugerente... Enseñaba lo justo. El resultado era sensual y algo provocativo. Un hermoso canalillo que invitaba a perderse en las profundidades del deseo y a su alrededor se adivinaban dos provocativos pechos, que tras mostrar lo suficiente, una suave piel, eran el señuelo perfecto para la presa, y la presa estaba ya hipnotizada. La visión y sus palabras me produjeron una sensación olvidada y mi cuerpo reaccionó, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Parecía todo premeditado, pero nada más lejos de la realidad.

-¿Tienes calor? ¿Te preparó algo fresquito?- se ofreció con voz melosa.

Le contesté con un simple monosílabo concentrada en acabar lo que tenía pendiente para poder pasar la tarde con mi marido. Terminé con premura y apagué el ordenador. Los ruidos provenientes de la cocina me indicaban que estaba allí. Me acerqué con ánimo de retomar lo que él antes había empezado. Rodeé su cuerpo con mis brazos y besé su nuca. Su piel ardía pero mis labios al contacto con él abrasaban. Se giró despacio y sin decir nada me besó. Fue un beso urgente, pasional, como si la vida se acabara en ese instante, como si fuera lo único que deseara hacer en esos momentos. Su lengua  se introdujo en mi boca avasalladora, como si quisiera coger o proteger su tesoro, como si temiera que alguien se la pudiera quitar, mi lengua... Fue un beso profundo que me hizo estremecer hasta la entrañas, esperado pero inesperado a la vez; desconocido y anhelado. 
Sus manos se anclaron al final de mi espalda y me apretó contra él. En aquel instante ni una pizca de aire podía entrometerse entre los dos. Era nuestro encuentro, nuestros cuerpos se entregaban el uno al otro.
Dejó de besarme para susurrarme al oído, que fuera a la habitación que lo esperara tumbada en la cama. Obedecí guiada por  el deseo que me había transmitido. 

Hacía calor, pero mi cuerpo experimentaba una combustión enloquecedora que calentaba más que el tórrido verano que nos estaba visitando.

Sumisa me tumbe en la cama, tal cual; la ropa seguía aun cubriendo mi cuerpo. 
Apareció en el quicio de la puerta llevando tan solo un cuenco del cual sobresalía lo que parecía el mango de un cubierto. 

Era un momento mágico.

No hizo falta palabras, yo deseaba que apagara el calor que él había encendido en mí, no me importaba como lo hiciera, solo que lo extinguiera. Dejó el cuenco en la mesilla, y aunque la curiosidad me carcomía no miré en su interior. Quería la sorpresa, deseaba sentir sensaciones nuevas y estaba segura que esa tarde las iba a tener.

Se situó a mis pies y sus manos se posaron en mí. Su suave tacto me erizó la piel. Ascendió por mis piernas despacio, con suaves caricias, como si fuera la primera que lo hacía, con la intención de aprenderse cada centímetro de mi piel, hasta llegar al pequeño pantalón que cubría mi cuerpo. Se detuvo en mi vientre, pero su destino no era ese. Sus manos subieron y a pesar de llevar una camiseta, podía sentir su calor en mi cuerpo. Recorrió mis pechos por encima de la tela. Sus caricias me abrasaban y encendían mi pasión. Se situó a mi lado, y sus labios buscaron mi cuello. Su lengua hacía barridos en mi piel sedienta de él. Sus manos bajaron hasta el borde de mi camiseta y con un gesto enérgico la subió quedando mis pechos al descubierto. El me besaba en el borde del short y yo con dificultad me quité la camiseta.  Mis pechos estuvieron bajo el amparo de sus cálidas manos. Subía y bajaba por mi cuerpo hasta que decidió bajarme los pantalones. 

Yo, suspiraba.
No sabía lo que iba a hacerme, eso me encendía mucho más y deseaba lo que él con cautela escondía. Mi respiración se aceleró.

Su boca se había posado en mi monte de Venus, notaba su aliento calentado aún más mi piel. Mi deseo se aceleraba. Mi cuerpo vibraba esperando esa sorpresa que me había reservado en la mesilla. Él continuó depositando suaves y pequeños besos en mi pubis y mientras abría mis piernas, continuaba besando cada centímetro de mi piel.  

Notaba las palpitaciones en mi sexo, estaba realmente excitada. Deseaba con todas mis fuerzas que aliviara, quería sentirlo dentro de mí, pero él se tomaba su tiempo. 
Ofuscada por el deseo que me devoraba, no vi cuando agarró el cuenco de la mesilla. Todo permanecía en silencio, él no dijo nada. Ni tan siquiera oí la cucharilla rozar el cuenco, no noté nada hasta que algo frío era depositado en mi pubis depilado. 

Grité. Solo se oyó eso. Quise incorporarme para ver qué era lo que él había echado encima de mí, pero sus manos en mi cuerpo me lo impidieron y unas simples palabras salieron de su boca:

- Disfruta. Siéntelo.
Lo sentía. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir frío en mi piel, pero no disminuyó mi deseo; al contrario la curiosidad y el no poder ver lo que era aumentaba mi excitación.

Noté como se lengua movía aquello que parecía un líquido, pero que no lo era. El frío había desaparecido, dejando a su paso un extraña sensación, placentera y muy distinta las habituales. De nuevo su lengua en mi clítoris lamiendo con ansiedad hasta terminarse lo que él había vertido. Cogió de nuevo la cucharilla y volvió a echar un poco más de lo que antes había echado. Frío de nuevo. Y de nuevo volvió a lamer.  Su lengua, el líquido viscoso y mi piel, todo me hacía enloquecer. Mi piel se erizaba y mi cuerpo se estremecía.

Se levantó y buscó mi boca. Me besó. Su lengua se introdujo dentro de la mía y nos fundimos en una unión pasional. Sus manos jugueteaban con mis pechos y mi cadera empujaba buscando ser saciada. Saboreé su lengua. El sabor dulce era conocido. Me separé de él y con mirada traviesa le pregunté:

-¿Chocolate? ¿Helado de chocolate?

El solo me sonrió. Se puso encima de mí y con sus rodillas abrió mis piernas. Noté su miembro erecto adentrándose en mí. Un grito y un gemido invadieron el ambiente de la habitación. Mi cuerpo deseaba más, mis caderas empujaban y se golpeaban contra él. Abracé su cuerpo con mis piernas, mis talones se pegaban a su culo mientras él incitaba más. Su respiración iba acompasado con sus movimientos que cada vez eran más fuertes, más seguidos. Movimientos enérgicos que saciaban mi euforia. Nuestras respiraciones se confundían con nuestros gemidos. Todo primitivo, pero a la vez excitante. 
Notaba como su pene se engordaba dentro de mí, en segundos estallaría y yo con él. Llegamos a los orgasmos juntos, jadeando y abrazándonos. Tardó unos instantes hasta que volvimos a la realidad. Salió de mí y se puso a mi lado. Su sonrisa y su mirada lo decía todo.

- ¿Te ha gustado mi versión del helado de chocolate?

Me  reí y él se unió a mí. 

Fin
Autora: Selene

07 noviembre 2013

Relato de un seguidor de FACEBOOK: Sexo en la Boutique


  •  SEXO EN LA BOUTIQUE


    Hoy mi jefe no llegará, pues se ha ido de viaje. Me gusta estar sola de vez en cuando porque así, en esta pequeña Boutique, puedo chatear con mi amigo virtual, con quienes por meses nos hemos venido conociendo… Ohhhhh… ¡me gusta tanto! Él es tan gentil, tan caballero y tiene una voz tan sexy… Mmmm…. que me provoca las peores malas intenciones.
    ¿Por qué no? Al fin y al cabo nuestros horarios de trabajo se cruzan y tal vez nunca lo llegue a conocer en persona, creo que ¡hoy es cuando! ¿Me arriesgo? ¿Por qué no? Tengo todo el día para mí sola pero ¿será que le gusto? Bueno, ha dicho que sí aunque no nos conocemos personalmente, pero también le agrada mi conversa, me llama con frecuencia y conversamos mejor que enamorados… ¿Por qué no he de conocerlo hoy? ¡Si! ¿Por qué?
    Mejor nos dejamos de tanta palabrería y lo llamo… El teléfono está timbrando…. Rin rin rin rin rin y más rin…. Y nada que me contesta. Insisto por un par de veces pero no hay respuesta…. ¿Qué será de Eduardo? ¿Estaré marcando correctamente su número?
    Y vuelvo a llamar… al fin alguien me contesta… ¡Es una voz femenina! La voz de una sensual mujer que se hace escuchar toda agitada me contesta… Siento rabias anticipadas…
    - ¿Diga? - Si por favor, ¿puedo hablar con Eduardo? – Pido a pesar de mis celos - Oh ¡Claro! Un ratito por favor… - Me dice y seguido la escucho llamarlo: Eduardo, mi amor, alguien te llama por teléfono…
    Me siento molesta, incómoda, dudo de continuar esperando que se acerque Eduardo a tomar mi llamada, pero él no tarda en contestar:
    - Aló - Hola Eduardo, soy Sara, perdona por interrumpir no pensé que estarías tan ocupado… - Le respondí con algo de ironía en mi voz - ¡Sara! ¡cuánto gusto! Así que al fin te arriesgas a llamar ¿eh? ¿Será que hoy es mi día de suerte? - ¡No! Continúa por favor con tu mujercita, esa a quien le estás haciendo el amor… - Le digo indignada - ¿Sara? ¿Estás celosa? - ¿Yo? ¿Cómo crees? ¿Acaso eres mi amante, mi novio o mi marido? - Ja ja ja ja ja ja ja ja - El muy infeliz se ríe plácidamente - ¡mi vida estás celosa! - ¡No estoy celosa! – Le niego - Pero ¿Sabes qué? Mejor olvídalo… creí que podría aprovechar que mi jefe está de viaje para poderte conocer, pero como veo que tu disponibilidad viril se encuentra más ocupado que taxi ejecutivo te dejo… - Sara, espera, voy para allá mi amor, ¿estás en la boutique cierto? - ¡No! Olvídalo… - Por último le dije y le colgué
    Hombres, hombres, hombres…. siempre es la misma historia, infieles por naturaleza, caprichosos, lujuriosos y más presumidos cuando saben que son del agrado de una mujer. Como recién había abierto el local pues me puse a hacer las cosas de rutina, esto es, barrer, sacar los polvos de los muebles, lavar el baño, acomodar el vestidor, desempacar la mercadería que recién había llegado, clasificarla, ponerle los precios y así se me fue como una hora, sin dejar de pensar en Eduardo… Ohhh mi Eduardo ¡Qué maravilloso sería que viniera a verme!
    Pero… ¿será que tengo suerte? Veo que un tipo agradable se acerca a paso acelerado hacia la boutique, ¡No puede ser! Parece Eduardo…. Eduardo….. Ohhhh ¡dios mío! ¡me va a dar soponcio! ¡Es Eduardo! ¡Sí tengo suerte!
    Viene derecho para el local donde trabajo, viene con esa corbata que una vez me comentó que era su preferida, de unos rombos azules… ¡Si! Tiene el cabello peinado hacia atrás, sí, así mismo me dijo que le gustaba peinar, ohhh…. ¡Sí! Tiene auto, viene con el llavero del auto dando vueltas en el dedo índice… ¡Si! ¡Es él! ¡Es Eduardo!
    Mi mente rápidamente resolvió todas las posibilidades de venganza en contra de aquel que me había sido infiel sin ni siquiera conocerme… De modo que como respuesta a mis pensamientos, me escondí tras el stand de las corbatas y correas, dejé que entrara y el timbrecillo sonó en aviso de que alguien cruzó la puerta.
    - ¡Buenos días! - Saludó
    ¡Sí! Es esa misma voz sensual que he escuchado de Eduardo, ohhh…. Es mucho más hermoso de lo que imaginaba…
    Salgo de mi escondite, me dirijo a la puerta y la cierro con la doble seguridad… No vaya a ser que se me escape… Lo saludo muy seria y le pido que me espere un momento:
    - Buenos días caballero, por favor deme un minuto…
    Estoy tan contenta y furiosa al mismo tiempo que no sé qué hacer, tengo que hacerle sentir que no tiene derecho de hacerse llamar “mi amor” por ninguna otra mujer sin haberme conocido a mí… ¡A mí! Voy al vestidor mientras al paso he tomado de los mostradores unas pantys, un liguero y una minifalda… total, solo los usaré por esta ocasión y después los retornaré al puesto… La blusa blanca me queda fabuloso y con esta bufanda en el cuello lo haré delirar… ¡Ay! ¡pobre infeliz! ¿Cómo se le ocurre venir a buscarme en un momento de extremado malgenio! ¡Lo pagará!
    Saco la cabeza para observar lo que hace, espera con paciencia, está observando unas correas, se prueba una, le mira el precio y se la coloca sobre el hombro… Me he puesto ya el liguero, las medias sexy y los tacos… Ohhh… esta falda está tan corta pero no importa, solo por hoy seré la mala hembra de minifalda para que aprenda a respetarme.
    Me pinto los labios de rojo carmesí, me espolvoreo el rostro y al fin… salgo… como toda una princesa, vestida con ropa de la boutique, ahora no sé si valgo más de lo que estoy puesta… llevo aproximadamente 500 dólares encima, mucho para mi corto salario pero no cuesta nada soñar, además Eduardo está vestido también con ropa muy fina y yo debo estar a la altura, aunque sea solo por esta vez…
    Me acerco paso a paso hacia él, no le voy a hablar, estoy muy enojada, pero lo utilizaré, le haré notar que lo usaré para mi propia satisfacción… ¡Sí! ¡Esa es la actitud! Eduardo me mira boquiabierto, mientras me le aproximo con una media sonrisa, baja su mirada hacia mis piernas, como la falda es tan corta observa a plenitud mis medias sujetas a las tiras del liguero… Me siento tan sexy, provocativa y muy muy muy zorra…
    Observo sus gestos, al principio se nota preocupado, regresa a mirar la puerta quizás para asegurarse que estaba con seguro, al saberse prisionero al fin se relaja ante mi presencia. Nos miramos de frente, Eduardo se ha quedado de una sola pieza, obviamente no podría ser de otra manera, tal vez esté pensando que el mujerón que soy no merecía su traición… ¿Quién ha de ser esa mujer que me contestó el teléfono? Una flaculenta fea, sin estas buenas caderas que me cargo yo… No, no, no… mujeres lindas… claro que las hay, pero así de lindas y encima más ricas y muy sexuales… ¡No! No es fácil de encontrar estas bellezas como yo…
    - Hola - Lo saludo muy seductoramente
    El hombre alza sus cejas, como si estuviera asombrado, no sé de qué se asombra si siempre hemos soñado en un momento como éste, sin embargo su asombro no le quitó el deseo por mí… Me responde:
    - ¿Quieres jugar? - Si… - Le contesto
    No se dijo más… Eduardo me sorprende con un beso profundo, sus manos analizan mi cintura y no tardan en perderse bajo mi faldita, alterna sus caricias entre mis muslos y mi trasero, sus dedos juegan con los filos de encaje de las pantys y cuando suben aprietan deliciosamente mis nalgas… Sumamente erótico y dulce, echo mi cabeza hacia atrás, lo estoy disfrutando… pero de repente, me voltea bruscamente y de un empujón me ha puesto de espaldas a él y de cara al escritorio, me levanta la falda y siento un chirlazo en la nalga tan fuerte que me hizo gritar, intento ponerme de pie, pero me lo impide…
    - ¿No querías jugar preciosa? ¡Ahora no protestes! - ¡No así! - Igualmente protesté
    Pero Eduardo me propinó otra nalgada más fuerte que me estremeció todo el cuerpo, mis intentos de cambiar de posición fracasaron en sus brazos e inmediatamente desistí de hacerlo porque sentí sus labios besarme donde había golpeado… Su lengua húmeda y chorreante empapó mi tanga, sus manos parecían exasperarse por tocar más, sus dedos acariciaron mis zonas íntimas y yo estaba simplemente elevándome cada vez en una excitación que no había conocido jamás… y de donde me bajó súbitamente, pues mi piel ardió con el azote de una correa, grité del dolor una vez y otra vez y otra vez… entonces me pareció que estaba siendo humillada…
    - ¡Estás humillándome! - ¿Humillándote? No mi amor, humillar es otra cosa… - Me contestó mientras sobaba con sus palmas allí donde me ardía - Si eso no es humillar ¿Entonces qué es? - Le pregunté - Ohhh…. Esto es humillar… Zorra, no me digas que no te gusta que te traten como a una zorra, una mujerzuela cara que se entrega a la pasión de cualquiera que le venga a soplar el oído… - ¡No soy una zorra! - Le grité al mismo tiempo que le preguntaba a mi interior: ¿O sí?
    Sin mosquearse siquiera por mi exclamación, me alzó de los hombros y me puso frente a sí, comiéndome en un beso tan apasionado que casi no podía respirar. Me sentó sobre la mesa y con ese beso que parecía no tener fin fue recostándome, tomó de la bufanda que rodeaba mi cuello y como arrear una yegua me levantaba para besarme de rato en rato mientras ese pene que deseaba sobresalir de su calzoncillo me rozaba y me arremetía con tanta energía que sentía que mis orgasmos vendrían aún más furiosos que nunca… Ohhh por dios…. por dios… mis deseos estaban que se derramaban y me puse más ansiosa cuando sacó de su bolsillo un preservativo que se lo colocó sin perder tiempo.
    En un rápido movimiento la larga bufanda se atoró entre mi garganta y la pata de la mesa inmovilizándome la parte superior del cuerpo, Eduardo no soltaba de su mano izquierda las riendas de su yegua, mientras con la derecha hacía a un lado mi ropa interior para… para… para…. Ohhhhh ¡Sí!…. para penetrarme con ese hermoso espécimen de hombre…
    A pesar de que mi cuello sentía el apretón de la bufanda, mis sensaciones me rindieron en una experiencia sexual que no imaginaba… su sometimiento se convirtió también en un importante estímulo que incrementó mi placer y cuando su precioso pene llenó por completo a mi vagina, sencillamente mi espíritu se me derramó entre las piernas…
    Eduardo, como brusco fue desde el principio, sus embestidas jugaban su furia entre las paredes de mi intimidad hasta que en repetidos gemidos se deshizo dentro mío…
    ¡Uff! Eduardo es magnífico, excepto que creí que era más romántico… Y está bien, así le perdono sus infidelidades anticipadas, al fin y al cabo no conocía las delicias de esta mujer interesada en él…
    Permanecimos así por medio minuto hasta que escuchamos que alguien golpeaba la puerta… Sobresaltados nos acomodamos la ropa, nos arreglamos un poquitín, Eduardo se acomodó el cabello frente a un espejo y yo me puse los pantalones con los cuales llegué a trabajar. Me apresuré a abrir a quien llamaba y entró otro hombre que me dejó completamente atónita, porque decía…
    - Sara, mi amor, aquí estoy… soy Eduardo…
    Lo quedé mirando boquiabierta, mientras el hombre con quien había acabado de tener sexo, se despidió con un… Gracias señorita…


    Autora: La Qka

31 octubre 2013

Despeguen





Me encontraba en el aeropuerto de Lisboa de regreso a Madrid, mi jefe me había enviado para ver a un cliente en un viaje de ida y vuelta, esta vez tenía que volver en el día así que la empresa se gastó un extra en el pasaje, iría en primera, al menos disfrutaría por una vez de un pequeño lujo a costa de mi trabajo, también me costó otra discusión con mi marido por culpa de mi profesión, pero solía merecer la pena, en fin, que estaba algo cansada de la reunión y deseando llegar a casa.
Mientras esperaba frente a la puerta de embarque pude fijarme en un hombre muy elegante y trajeado, seguramente algún empresario, que andaba perdido en su portátil y que de vez en cuando me miraba y al que le sonreí cuando vio que me dí cuenta de su inofensivo coqueteo.
Ya nos llaman para embarcar, la azafata me acomoda en un conformable asiento en primera y observo que soy la única pasajera de esa categoría, a los pocos minutos escucho las risas de la azafata que acompañaba a mi gentil admirador y que lo sentaba a mi lado.
Hoy viajarán solos, espero que disfruten del trayecto, si desean cualquier cosa no duden en llamarme, feliz vuelo.- dijo la azafata, con voz muy amable.
El caballero me miró y con una sonrisa me saludó y fue acomodándose.
Me pareció algo inquieto y supuse que tendría miedo a volar o quizás sólo al despegue, así que me atreví a preguntarle:
Perdone ¿tiene Ud. miedo a volar?.- le dije con voz tranquilizadora.
Jeje, lo hago a diario, pero el despegue me sigue impresionando.- contestó sin dejar de sonreír.
En ese momento, escuchamos decir al piloto que tardaríamos un rato en despegar, por algún problema con la pista, fue cuando observé que su nerviosismo subió de un salto y decidí conversar abiertamente con él para tranquilizarle.
Y eso hicimos, comenzamos una conversación de lo más agradable que duró algo más de veinte minutos y que finalizó al oír la voz del piloto anunciando que por fin despegábamos.

El avión avanzaba por la pista, cogiendo algún que otro bache, y al salto, él me cogió de la mano, mirándome, esperando mi aceptación, al que yo le respondí apretándola. Comenzaba el despegue, nunca me he fijado en cuanto dura, pero en esta ocasión parecía eterno, su mano se soltó de la mía bruscamente y yo, aún no sé por qué, puse la mía en su entrepierna y empecé a masajearle lentamente, esperando su reacción, él me agarró la mano y la metió en sus pantalones, donde encontré su miembro erecto y endurecido al sentir mi tacto. No sé como llegué hasta allí, sólo sé que no quería parar de masajearle, sentía su humedad y me apetecía seguir disfrutando de ella, pero… la azafata irrumpió en el compartimento, y él rápidamente se tapó con su chaqueta y yo saqué apresuradamente mi mano.
¿Desean beber algo?- dijo la azafata, inoportunamente por cierto.
Yo quiero agua, por favor.- contesté apresurada (el calentón me dejó la boca seca)
Yo un whisky con hielo.- dijo él, aún con los colores subidos.
En cuanto la azafata se volvió él colocó su mano en mis piernas, accediendo al interior de mis muslos y acto seguido a mis humedecidas braguitas, ¡dios! como deseaba que no parase.
La azafata nos trajo las bebidas que nos tomamos enseguida y cuando ella retiraba los vasos le dijo, con complicidad:
No nos molestes hasta que vayamos a aterrizar.
Ella sonrió y asentó con la cabeza dejándonos solos.
Mi mente y mi cuerpo no se ponían de acuerdo, era una situación de lo más inusual y no era moralmente aceptable, pero el momento era único y no lo podía dejar escapar.




Él desabrochó su pantalón y yo me quité las braguitas, dejándolas en el suelo, me arrodillé ante su miembro y comencé a comerle, lamía cada centímetro de su pene, su dureza me estaba volviendo loca, era un bello espectáculo, verle sentado placidamente mirando sobre mi cabeza, deseoso de que le diese más mostrando su superioridad, era mi amo y señor, yo su sumisa sierva. Su erección iba en aumento, su miembro llenaba mi boca, no dejaba hueco por mojar, pasaba mis dientes rozando la superficie de su lasciva carne mordiendo y chupando, podía sentir la sangre fluir por sus venas accediendo hasta el infinito… me levanté y me senté sobre sus rodillas abriéndome todo lo que pude, para dejarle paso, así fue como se introdujo en mí, le tenía tan adentro que la sensación era inmensa e incontrolable, bebía de su boca y sus manos me alzaban metiendo y sacando su pene de mi sexo cada vez más húmedo, dejó mi boca para entretenerse con mis pechos, que andaban hinchados de la excitación y pedían ser comidos.
Subíamos y bajábamos como un tiovivo que había perdido el control en sus marchas, pues cada vez era más intenso el ritmo, y mis gemidos anunciaban mis ganas de llegar al nirvana. Me agarró fuertemente por la cintura y apretó su cuerpo contra el mío dejando imposibilitada la salida, mi momento había llegado, no pude avisarle y me corrí llevando mi abdomen tensado al relax, por supuesto yo no iba a privarle de tan deseado placer, así que le levanté del asiento y le dí mi boca para que me diera de beber su preciada leche… y fue allí donde, con un gesto parecido a un aullido me mostró el momento en que me llenó de él.
            Relajadamente disfrutamos del resto del vuelo, cogidos discretamente de la mano, con suaves caricias, sustituyendo el cigarrillo del después, aterrizamos en Madrid donde nuestros caminos despegaban cada uno en una dirección, quizás algún día volvamos a volar juntos… no tiene porque ser en un avión.


Autora: La Dama de las Tentaciones.





24 octubre 2013

Relato de un Seguidor: Autorretrato a lápiz

autorretrato a lápiz 

 

 

Coincidimos una tarde, cuando ella regresaba de compras. Durante nuestra larga separación, la recordaba siempre arreglada con su uniforme colegial. Ahora vestía informalmente, sin gota de maquillaje y el pelo recogido en una coleta, pero sus ojos seguían luciendo esa chispa café rojizo que tanto le añoraba en mis ensueños.

Me invitó a pasar a su departamento en el que tenía un pequeño taller donde elaboraba maquetas. Nos relatamos brevemente nuestras vidas mientras bebíamos café frío. No, no se había casado, ni tenía pareja desde hacía tiempo. Ella, siempre asediada pero distante, como ahora que se escudaba tras su escritorio, donde se revolvían bocetos y planos.

Entre ellos entreví un dibujo a lápiz. Lo tomé sin preguntar: un desnudo femenino muy bello, de espalda. La modelo esperaba a su amante sentada en su lecho mirando hacia la puerta, con el pelo ondulado cayendo suelto sobre la musculatura de una espalda lista para brincar hacia adelante.
Miré a Bertha de reojo mientras admiraba el retrato. Se había puesto tensa, ya no sonreía y tenía entornados los párpados. Me levanté y rodeando el escritorio, me situé tras su sillón.

--Te ves cansada --dije mientras presionaba sus hombros hacia abajo--, deberías relajarte.

Percibí su tibieza bajo la blusa, percibí como su respiración se acompasaba. Transformé el masaje en caricias sobre sus hombros y cuello. Ella callaba, entonces apoyé mi barbilla sobre su clavícula y entrelacé mis manos con las suyas.

La levanté por los codos, y la conduje a un sofá junto al restirador; siempre detrás de ella, con su espalda apoyada en mi pecho, la senté sobre mis piernas. Recorrí con mis uñas la orilla de su escote al tiempo que mordisqueaba la base de su cuello. Luego separé suavemente sus rodillas; la otra mano soltaba el primer botón de su blusa para explorar bajo las costuras de sus copas. Recorrí sus muslos, el exterior primero, luego la parte interna, describiendo círculos en ascenso, mientras mi boca también subía besando su cuello hasta la base de su mandíbula.

Le quité la blusa y solté el broche del sostén para acariciar sus senos con la piel de mi pulso: no quería lastimarlos con la aspereza de mis dedos. Cuando empecé a presionar sobre su pubis, le susurré al oído:

--Bertha, mi Bertha... eres mía, eres mí Bertha: Dímelo.

Asintió sin palabras. Entretanto yo exploraba entre sus prendas y su vello: un monte suave y tibio, tan tibio como el aroma que emanaba toda ella, aroma a mujer en entrega total, silenciosa.

Hice que se pusiera de pie frente a mí, y la atraje sosteniéndola firmemente de las nalgas para poder besar sus senos y liberarla de sus últimos encajes. Allí estaba frente a mí, mirándome mientras le mordisqueba los pezones.

Como puede me quité la ropa; ella se recostó con las piernas dobladas muy abiertas. La miré de nuevo: vi su vello escaso y rizado, sus pezones rozados, su boca entreabierta que sonreía, sus ojos entrecerrados me llamaban. Me arrodillé frente a ella, con mis rodillas bajo su cadera.

Y así conocí su estrechez satinada y palpitante. La amé despacio, repitiendo su nombre, acariciándole el rostro y el pelo, oyendo sus gemidos ahogados, aspirando sus olores almizclados. Cuando llegó al clímax lo compartí con ella: absorbí su orgasmo que me llenó el vientre con una luz azulada que subió hasta mis pómulos mientras lograba decirle que la amaba, que era bella.

Ya relajado, recordé que en un cambio de posición vi un lunar sobre su cintura, en forma de media luna, el mismo que se bocetaba en el dibujo. Mientras mis dedos se entrelazaban en sus rizos le pregunté que en qué pensaba mientras se dibujaba tan fielmente.

--Pero qué tontos son los hombres... --fue su única respuesta, mientras se daba la vuelta, --acabas de arruinar todo. Mejor vete, y no regreses.

Salí desconcertado. Nunca la volví a ver, pero mis recuerdos se enardecen cuando miro un autorretato sin firma que colgué de mi estudio, y del que sólo yo adivino su historia.


Autor: Ged. De su blog. "El taller de Ged". SEGUIDOR DE NUESTRO FACEBOOK

RELATOS APASIONADOS:
https://www.facebook.com/mayselen.truhan?ref=tn_tnmn
BLOG "EL TALLER DE GED":
http://eltallerdeged.blogspot.mx/2008/10/autorretrato-lpiz.html?zx=faf6bc6608612fe6

17 octubre 2013

Relato por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Último capítulo
–¿Ahora? Susana... En este momento estás empezando a sentirte mujer... ¿Cuánto hace que tu marido ronca a tu lado? ¿Cuánto hace que no te acaricia? –se puso de pie y le tomó una mano– ¿Cuánto hace que no te besa, que no te hace el amor? ¿Te vas a ir ahora? Si lo haces, ya no habrá otra ocasión. Tu vida comienza aquí... o termina aquí.
Susana retiró su mano.
–Tu dijiste que no...
–Claro que lo dije. Y lo haré así. No te voy a obligar a nada, pero créeme; estás al borde de convertirte en una señora sin forma... No me lo tomes a mal. Es que me aterra pensar que tú, con tu belleza, con tu sensualidad, te dejes languidecer, te dejes secar como un higo...
–No soy una muchacha...
–Una muchacha. ¿Quien quiere una muchacha cuando tiene una mujer madura, con tus formas, con tu sensualidad, con tu clase y, no lo dudo, con tu talento para amar? ¡Una muchacha! Esas no saben diferenciar un orgasmo de un estornudo...
Susana sentía que su corazón palpitaba con furia.
–Gustavo... Me sentiría culpable. No me lo perdonaría...
–Y si no, ¿te lo vas a perdonar?
Volvió él a tomarle la mano.
–No te voy a forzar. Sería un sacrilegio. Quiero que tú me lo pidas. Que lo desees tanto como yo, que sea una explosión de luces, de sensaciones...
Susana le miró fijamente. Su rostro estaba acalorado. Su respiración agitada. Luego cerró lo ojos y sin moverse le dijo:
–Hazme el amor... Hazlo. Lo deseo...
Gustavo se le acercó y la besó suavemente.
–Será algo que ninguno de los dos podrá olvidar jamás. Te lo prometo.
Ella estaba quieta, con los ojos cerrados. Él le besaba en los labios, suavemente, en el cuello, en los hombros. Corrió el cierre del vestido y lo fue deslizando suavemente hasta que cayó al suelo. Luego fue retirándole las demás prendas con suavidad mientras la acariciaba con lentitud.
Susana lo abrazó. Sintió de pronto que ya nada le importaba, que ese momento era lo único que existía. Todo lo demás había perdido relevancia. Besó a Gustavo y se tendió en el sofá mientras él se desvestía.
No quería abrir los ojos para no romper el encanto. No quería ver a otro hombre sobre ella, dentro de ella, temiendo lo que su corazón pudiera sentir. Pero las caricias de Gustavo eran perfectas; la forma en que besaba sus pezones, en que acariciaba su vientre… Cuando su mano se volvió más osada, sintió como palpaba suavemente su intimidad, abriendo delicadamente aquellos labios. Tuvo un leve espasmo y pudo sentir como se humedecía a plenitud. 
Puso sus manos en los hombros de Gustavo y, sin poder contenerse, lanzó un suave quejido. De pronto, entre sus muslos, el visitante esperado mostró su presencia perentoria. En ese momento su cerebro sufrió un colapso, dejando de pensar, dando paso a las sensaciones absolutas. Y separó sus piernas en un gesto de ruego amatorio. 
La invasión fue perfecta, suave pero decidida, firme pero delicada a la vez. Y a medida que se abría paso en su enardecida bóveda, su cuerpo se encendía completamente. Entreabrió sus ojos y su vidriosa mirada buscó la de Gustavo. El la observaba con un gesto de placer y ternura que la encendió aún más. Entonces pegó sus labios a los suyos, los entreabrió y le dio espacio para que pudiera jugar con su lengua en su boca.
A partir de ese momento ya no hubo freno, no hubo inquietud ni lamento, sino sólo deseo, goce, pasión. Se aferró a él con brazos y piernas permitiéndole así la más profunda penetración. Sentía sus cálidas y suaves manos palpando sus senos, su espalda, sus nalgas. Nunca había deseado tanto que la tocarán, que hurgaran en sus rincones, que descubrieran sus sensaciones que, a la vez, ella misma comenzaba a descubrir quizás por primera vez en su vida.
Y cuando Gustavo aumentó su pasión, cuando con la delicada fiereza del amoroso deseo se lanzó en persecución de su destello, Susana se vio invadida por estremecimientos incontrolables. Sólo quería sentir el goce de su amante dentro suyo, sentir como estallaba en su interior y poder compartir ese instante precioso.
Luego, la calma, el sopor. Durante varios minutos permaneció quieta, en silencio. Finalmente logró reunir las fuerzas suficientes para levantarse y vestirse. Gustavo la ob-servaba con cierta inquietud. Susana no le miró. Sólo se acercó a él, le besó suavemente en los labios, y se marchó.


Volvió tarde a casa, sin embargo nadie le dijo nada. Enrique estaba en su estudio, trabajando. Los muchachos, luego de cenar, se fueron a sus piezas a escuchar música.
Estaba preocupada. No sabía como enfrentaría a Enrique. ¿Que cara poner? ¿De inocencia? le dieron ganas de reír. Si. Porque lo terrible era que no estaba arrepentida, como creía. Recordaba cada momento, cada estertor y sentía que le subía la temperatura.

Enrique entró a la habitación. Susana lo saludó y él le contestó, como siempre, con un ruido ininteligible. Lo miró detenidamente. Se imaginó que comenzaba a crecerle una cornamenta y sintió deseos de reír, pero se contuvo.
Estaba preocupada por no estar preocupada. ¿Qué había sucedido con ella? Quizás, a lo mejor, se había enamorado. Nuevamente... Pero, no. Era sólo pasión. Y sintió deseos de volver con Gustavo. Claro que, como lo había prometido, no le quedaron muchas fuerzas… 
Se sentía como una chiquilla que había hecho una diablura. Y no podía pensarlo. No había sino correcto... pero lo había disfrutado... ¡Oh! ¿Que hacer? ¿Que va a pasar después? ¿La va a atacar un sentimiento de culpa? ¿O se va a volver cínica? ¿Volvería a ver a Gustavo?
Lo estuvo meditando toda la semana. Quería aclarar sus ideas para estar segura de sí misma. Pero de noche se le repetía en sueños; se le venía a la memoria durante el día. ¿Como era posible que le hubiera afectado tanto?
Decidió ir nuevamente al bar, a buscar a Gustavo. Ahora sabía que los viernes era posible encontrarlo allí.
Esa noche sus hijos irían a una fiesta y volverían tarde, sino al otro día. Enrique tenía una reunión y saldría muy tarde. Quien sabe si el canalla tenía una amante; lo pensó, y le molestó que no le importara.
–En fin... –se dijo, encogiéndose de hombros.
Se había vuelto cínica. Había conocido una parte suya que nunca se había imaginado que existía, y le gustaba. Pensó que iría al bar vestida de otra manera. Recordó que aún tenía alguna ropa de antes aunque que quizás no le quedaría. Su talla había aumentado algo. Y era así, pero de todas formas la ropa le quedó perfecta; algo más ajustada, lo que resaltaba su figura.
El bar estaba repleto de gente. Sería difícil encontrar a Gustavo entre esa multitud. Pensó que sería capaz de subirse a la mesa y llamarlo a gritos, pero no fue necesario; lo vio entre toda la gente y venía hacia ella.
Empujado y haciéndose espacio Gustavo logró pasar. Susana avanzó hacia él, pero luego se detuvo. Una mujer lo tomaba a él del brazo. Iban de salida. Sintió que palidecía. ¡Maldición! ¿Que había sucedido? Gustavo seguía acercándose y ella quería parecer se-gura, dueña de sí. Gustavo estuvo casi frente a ella. Y la miró...
La miró como si jamás la hubiera visto, como si no existiera, como si nadie hubiera frente a él; pasó por su lado y salió con su nueva conquista del brazo.
Susana sintió que iba a llorar. Quería irse de allí. Quería gritar. Quería salir tras él... rogarle... o patearlo. Quería... No podía creerlo. Todo había sido una noche. Y luego ¿qué? ¿Ahora podía secarse como un higo?
–¿Te acompaño?
La voz la sobresaltó. Se volvió y vio a un hombre medianamente joven que le miraba con una sonrisa agradable en un rostro atractivo.
Susana le observó un instante. ¿Lo mandaría a freír espárragos? ¿Se pondría a llorar como una idiota? Algo sucedió en su interior. Sintió que, de pronto, un muro caía en pedazos, dejando al descubierto un campo amplio sembrado de opciones... 

–Invítame un trago –le dijo Susana con una sonrisa y, tomándose de su brazo, caminaron hacia el bar...





Fin

10 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"

Tócame
Penúltimo capítulo

–¿Un  amigo?
–Y un perrito... o un osito... o un...
–¿Amante? –No supo porque lo dijo. Simplemente se le escapó de los labios. Se sintió incómoda
Gustavo la miró.
–Lo que tú quieras, pero no creo que sea eso lo que deseas. Estás desorientada, herida, maltratada... Si soy tu amante será porque me deseas a mí y no porque odias a tu marido.
–No quise decirlo... Sólo que...
–Eres mujer. Quieres amar y ser amada... No tienes que decírmelo. Lo sé bien.
–¿Has tenido muchas mujeres?
–No lo sé. Siempre, con la que estoy, es la primera.
–Bueno, entonces ¿has tenido muchas primeras mujeres?
–Tampoco lo sé, porque no recuerdo a la última.
Ambos rieron. La tensión se relajó y Susana se sintió mas tranquila.
–Vamos a mi departamento –dijo él– Está cerca de aquí.
Susana le miró.
–No... No sé. La verdad es que...
–Te juro que no te obligaré a nada. Sólo que aquí no podemos hablar tranquilos. Te-nemos que cuchichear para que los chismosos no se metan en nuestra conversación. A lo mejor tienen hasta micrófonos ocultos. ¡Tu aceituna! –dijo él– No la comas; puede ser un transmisor...
–No digas disparates.
–Vamos. Confía en mí.
Susana estaba confundida. No sabía que hacer. No sabía que determinación sería la adecuada. ¿Irse a casa y languidecer? ¿Ir con Gustavo y arriesgarse a hacer algo que quizás nunca se perdonaría?
–Vamos… –dijo luego con firmeza, decidida. ¿Qué podía perder? 
Gustavo pagó los tragos y salieron del local.


El departamento era confortable. Pequeño, pero completo y muy bien decorado. Susana entró y Gustavo le indicó el sofá.
–¿Quieres beber algo? ¿Un trago? ¿Café?
–Prefiero café –dijo ella,
–Estás a la defensiva ¿eh? –dijo él en todo de broma.
Susana sonrió.
–No, sólo que no estoy acostumbrada a beber y después me siento muy mal.
–En ese caso, café. Yo quiero que siempre te sientas bien.
–Creo que eres un cínico. ¿Siempre conquistas así tus mujeres?
–¿Las  mujeres? Cualquiera pensaría que soy un Casanova...
–¿No lo eres? 
Gustavo le miró seriamente.
–Se supone que eso debo ser...
Susana no comprendió.
–¿Debes?
Gustavo se sentó frente a ella
–Ya lo entiendo –le dijo mirándola fijamente a los ojos–. Contéstame, ¿porque fuiste a ese bar?
–¿Qué tiene de raro?
–Mucho. Ese es un bar de solteros. Allí van mujeres que quieren compañía masculina...
Susana le miró interrogativamente,
–Te juro que no tenía idea –dijo, sinceramente–. Sólo entré porque tuve ganas de to-mar un trago.
–Te creo. Y la verdad es que yo voy allí cuando estoy solo, aburrido... Conozco una dama, nos divertimos y luego nos despedimos.
–¿Mujeres... casadas?
–Generalmente. Uno las atiende, las divierte...
–¿Como a mí? 
–No. Tu caso es especial. Tú eres especial. Si todas las mujeres que van allí fueran como tú yo ya estaría casado hace mucho.
–No te creo. Sólo lo dices para agradar.
–Estás en tu derecho. Ahora que ya lo sabes seguramente vas a dudar de mí.
–Totalmente.
–En ese caso, tómame como lo que soy. Algo así como un gigoló.
Susana quería salir de una duda, pero no se atrevía a hacer la pregunta. Pero debía hacerla...
–¿Te... pagan por ello?
Gustavo soltó una carcajada.
–No... Claro que no –le explicó con sinceridad–. No es un negocio. Tengo un trabajo que me deja suficiente para vivir bien, viajar y disfrutar de la vida. Sólo que soy un cobarde, le temo al amor, y no me gustan los romances. Prefiero relaciones más fáciles...
–¿Como conmigo?
Gustavo le tomó la mano.
–No. –dijo suavemente– Tu no eres fácil. Aunque no me quieras creer, te lo repito; eres algo especial. Aquí, tú mandas. Tú decides que hacemos; conversamos, reímos... hacemos el amor.
El pito de la tetera sonó en ese momento. Gustavo se puso de pie y fue a preparar los cafés.
–¿Y cómo te consideran tus... mujeres?
–¿Consideran? –dijo él desde la cocina.
–Como... amante…
–Supongo que bien –dijo él con naturalidad. –No he tenido quejas... Nadie ha venido a reclamar –agregó.
Rieron. Susana estaba tranquila, relajada. Era una extraña sensación; había perdido la vergüenza de hablar de ese tema.
–Eres un cínico... Pero me agradas,
–Y tú también, –dijo él mientras ponía las tazas en la mesita.
Se miraron.
–Quisiera saber que piensas en este momento –dijo ella.
–Te enloquecería –le contestó él.
–¿Porqué?
–Pienso en ti.
–¿En mí?
–En lo que haría si tú me amaras. Pienso en ambos, allí, en el lecho, fuera de este mundo, en nuestro propio universo de sensaciones...  Pero, claro. Tú sólo quieres con-versar.
–¿Te aburre?–dijo ella con una sonrisa burlona.
–No. El estar aquí contigo es suficiente...
–No sigas. No te creo nada.
Gustavo se sentó junto a ella.
–Créeme. Sólo porque tengo experiencia es porque puedo dominarme, pero si no, te atacaría como un animal salvaje, te quitaría la ropa a tirones y te haría el amor hasta que se me acabaran las fuerzas...
Susana se puso de pie. Sintió que su rostro se enrojecía. No era vergüenza. Gustavo la había inquietado...
–Creo que debo irme...

03 octubre 2013

Relatos por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Capítulo 3


–No –dijo ella, divertida.
–Eso es imposible. ¿Una mujer como tú, con hijos grandes y un marido descarburado, y sin un amante? ¡Eso es un crimen!
–Crimen sería si lo tuviera... –dijo ella.
Gustavo la observó con detenimiento.
–Si. Creo que lo dices en serio. Eres una dama respetable. Pero hay amantes respetables, también.
–¿Si?–dijo ella riendo–¿Dónde?
–Aquí –le contestó Gustavo muy serio– Frente a ti.
Susana le miró sonriendo. Al ver que Gustavo no reía se dio cuenta que hablaba en serio.
–Es hora que me vaya –dijo ella.
–No. Disculpa. No quise ser grosero. Perdona.
Susana lo miró. Si Enrique fuera tan vital, tan simpático... Había sido así... ¿Que pasó?
–De todas formas tengo que irme.
–¿Te  acompaño? 
–No. Prefiero ir sola.
Susana abrió la cartera para pagar su copa, pero Gustavo la detuvo.
–Dame ese gusto. Mo creo volver a encontrar una mujer como tú. Déjame recordar que alguna vez le pagué una copa a alguien especial.
Susana sonrió.
–Eres un cínico.
–No. Hablo en serio. Y ya sabes. Si necesitas un amigo, aquí esta Gustavo Florencio, para servirla.
Susana rió. Se le acercó y le besó en una mejilla.
–Gracias. Hacía mucho tiempo que no reía.
–Y te ves preciosa haciéndolo.
–Me voy antes de terminar creyéndote tus mentiras –dijo y salió del lugar.


Ya había oscurecido. Fuera el aire había refrescado y sintió que se mareaba. Decidió tomar un taxi para llegar antes que su marido a casa.
Se sintió satisfecha del día. Y a sí misma. Ahora creía que sí se veía bien. Quizás Gustavo exageraba, pero los demás hombres confirmaban lo que él decía. Aún tenía belleza, aun tenía vida. Aun podía reír... y sentir...

Esa noche decidió que las cosas tenían que cambiar. Busco en el cajón de la cómoda aquella camisa de dormir suave y vaporosa que Enrique le regalara hacía ya... años. Se dio un largo baño de tina, se vistió con prolijidad y preparó la cama.
Enrique trabajaba en su estudio.
Susana esperó un largo rato que él subiera. Cuando lo vio llegar le sonrió y se le acercó.
–¿Estas muy cansado?
–Agotado –dijo él pasando al baño.
Estuvo lavándose los dientes y haciendo gárgaras. Luego sintió el ruido que hacía al orinar y correr el agua del inodoro. Intentó no percibir todo aquello para no romper el encanto que quería darle a esa situación. Momentos después salió Enrique con su pijama puesto. 
–¿Quieres que te haga un masaje? –preguntó ella.
–¿Y cuándo aprendiste a hacerlos?
–Antes te los hacía. Te gustaba...
–Ahora no. Lo único que quiero es dormir –dijo su marido perentoriamente–. Tuve un ajetreo de locos hoy y mañana será peor.
Susana se sentó en la cama.
–Enrique...
–Mmm.
–Quiero hacer el amor...
El la miró como si hubiera oído hablar al diablo.
–¿Y de donde tanta... necesidad?
Susana miraba la alfombra.
–Nos estamos oxidando –dijo ella. –Ya no hay encanto, no hay magia…
–¿Magia? Oye, ¿estás enferma? ¿Se te olvida que estamos casados?
–¿Y eso que significa?– gritó Susana. 
–No grites. Los niños tienes que dormir...
–¿Acaso crees que el matrimonio es algo así como una condena a cadena perpetua?
–No he dicho eso.
–Si quieres separarte...
–No lo quiero. Pero a lo mejor tú...
–Creo que lo voy a pensar seriamente.
Enrique la miró extrañado.
–¿Qué  te sucede?
Susana se sentó en un silloncito.
–Tú no ves lo que sucede. Nuestras vidas no tienen alegría, no tienen emoción...
–Oye, perdóname, pero con las emociones de la oficina...
–Tú. Pero ¿y yo?
–Tú ¿que?
–¿NO te has puesto a pensar que mi vida es una constante rutina tediosa, destructiva?
–¿Y por qué no vas al cine? O a la opera. A ti te gustaba la opera...
Susana le observó. No sabía que había pasado. O Enrique se había vuelto imbécil o ella estaba mal de la cabeza.
–Olvídalo –dijo con un gesto de resignación.
Abrió la cama, se metió dentro y apagó la luz. Enrique la imitó. En la oscuridad él le dijo:
–No sería bueno para los niños que nos separáramos...
Susana sintió deseos de estrangularlo...


Toda la semana estuvo preocupada de poner la casa en orden. A veces las cosas no le salían tan bien. Antes era mas organizada; últimamente estaba distraída, desanimada...
Aquel viernes en la tarde, mientras ordenaba la ropa, se encontró aquel vestido. Lo miró y recordó a Gustavo. Se sonrió. Había sido grato. Muy agradable. Sintió deseos de verlo nuevamente.
Y ¿por qué no? ¿Quién se lo impedía?
Tomó el vestido y se metió en el baño. Se ducharían se arreglaría e iría a reír un rato con un... viejo amigo.
El local estaba semi vacío. Gustavo no estaba. Claro. No pensó que él podía ir ocasionalmente. Quizás no había vuelto desde aquel día... Quizás no volvería...
Se volvió para marcharse cuando una mano la tomó por el brazo.
–Es realmente bello volver a verte.
Susana lo miró. Ahí estaba, con su sonrisa agradable, su rostro amigable...
–Hola. Que bueno encontrarte...

–¿Me  buscabas?
–No especialmente –mintió ella– pero como pasaba por aquí decidí ver si estabas...
–Perfecto. Sentémonos y conversemos un rato.
Ocuparon una pequeña mesita en un rincón y pidieron un par de tragos.
–Y –dijo él– ¿mandaste tu marido al taller?
Esta vez Susana no sonrió.
–Vaya –dijo Gustavo– Creo que la cosa es peor. ¿Se fundió?
Susana sonrió.
–Tú haces que las tragedias se hagan comedias.
–Eso debe ser siempre. Si uno se deja aplastar por la tragedia, entonces ésta nos ha vencido. Uno tiene que vencerla a ella. Uno tiene que demostrar que es capaz de enfrentársele y derrotarla... Y la mejor arma es el humor.
–O el olvido.
–No. El olvido no vence el problema; sólo lo oculta.
Se hizo un silencio. Susana se sintió incómoda. ¿Porque no decía algo él? Seguramente estaba observándola. No se atrevía a mirarlo. Debería estar pensando que ella estaba allí porque... buscaba una aventura...
–Te cuento un chiste si no me arrojas el trago encima –dijo él. 
Susana se relajó y sonrió.
–Lo prometo.
–Me cambié el segundo nombre.
Susana le miró divertida.
–No seas mentiroso.
–En serio. Fui donde un abogado y él está haciendo los trámites legales para sacar esa mancha de mi ficha de nacimiento.
–¿Y por cual lo vas a cambiar?
–Reginaldo.
Susana soltó una carcajada.
–Ya sabía que era una broma.
–No es broma. Es el nombre de mi otro abuelito. El murió antes que yo naciera y...
–Cállate. 
–Alguno de los dos tiene que hablar. Si vas a estar mirando la mesa, voy a tener que meterme debajo de ella para que me consideres.
Ambos rieron.
–Perdona. Sólo que... No sé...
–Aumentan los problemas. Pues bien, vino usted al lugar correcto –dijo el en tono doctoral–. Aquí tenernos una cura milagrosa para los problemas. La más fina diversión. No tenemos hombre “tragallamas” pero tenemos una mujer "escupe tragos”
Susana soltó una carcajada. Algunos clientes la miraron.
–No seas idiota...
–Soy lo que tú quieras.





CONTINUARÁ...

26 septiembre 2013

Relato por capítulos de Un seguidor: "Tócame"

Tócame
Capítulo 2

La pregunta la sobresaltó. Miró a su lado. Un hombre joven, bien vestido y de rostro agradable, se había sentado junto a ella.
–Prefiero estar sola –dijo Susana.
El hombre sonrió.
–Disculpa, pero no es bueno que una mujer beba sola. 
–Eso es algo que determinó yo –le increpó ella.
El hombre se sobresaltó. Su expresión se hizo dura.
–No quise molestar. Disculpa. Solo quería ser amigable.
Susana miró su copa. Luego lo miró a él. No tenía un rostro malvado. No era un canalla. Más bien parecía un play -boy, un buscaventuras como tantos.
–La verdad es que no sería agradable mi conversación –le dijo ella–. No estoy de muy buen humor.
El volvió a sonreírle.

–En ese caso –insistió él– con mayor razón creo que necesitas de alguien. Lo mejor es hablar los problemas.
–¿Con un extraño?
–¿No es mejor? Así se mantiene la privacidad de tus inquietudes, ¿no?
Ella le sonrió. Tenía razón. Total, no creía volver a ver a aquel individuo.
–¿Problemas de matrimonio? –preguntó él.
–¿Por qué crees que estoy casada?
Él sonrió. En sus ojos se notaba inteligencia.
–Ninguna mujer con tu belleza, tu presencia, estaría soltera.
–Gracia. Pero esa no es una gran razón.
–No. Es cierto. Pero la argolla de tu mano sí.
Susana rió. Nada más obvio.
–¿Y tú, eres casado?
–Oh, no. Dios me libre...
–¿Por qué?
–¿Tu me lo preguntas?
Susana bajó la mirada. Tenía razón. Ella sabía que las cosas no eran como uno las soñaba en un principio.
–Perdona –dijo él– No quise apenarte.
–Está bien. Tienes razón.
Hubo un silencio. El la miraba con detención. Susana le devolvió la mirada.
–Gustavo –dijo él.
–¿Que?
–Mi nombre. Me llamo Gustavo.
–Ah –dijo ella y bebió otro sorbo.
–¿Y tú?
Ella le miro dudando si decirle la verdad o no.
–Celia... –dijo y volvió a su bebida.
–No –dijo él. –No lo creo.
 ¿Por qué? –preguntó Susana tratando de parecer molesta.
–Simplemente porque ese nombre no te queda. No tiene que ver con tu personalidad...
Susana se rió. Gustavo no solo era observador. Era buen psicólogo.
–Susana –dijo ella mirándole fijamente.
–Ese sí. Calza perfecto.
–¿Calza?
–Así es –explicó él–. Los nombres hacen a las personas. La gente piensa que llamar-se Juan o Pedro es cuestión sin importancia, pero no es así. En cuanto a uno lo bautizan, le colocan un factor fundamental para el desarrollo de la personalidad.
–¿Lo crees así?
–Claro. Piénsalo. ¿Cómo imaginas un Serafín? ¿O un Abelardo?  Si el nombre es pasado de moda, uno será algo mas acomplejado que lo normal. Si es ridículo, será peor. Un Minervastrino no se atrevería a salir a la calle.
Susana reía con ganas.
–Imagínate ahora a una Ringunda, de origen visigodo. O una Tomasa, no muy leja-na...
–Mi segundo nombre –dijo Susana– es...
–No lo digas. Si tienes un nombre ridículo y feo, jamás lo digas. No ahora. En estos momentos tengo de ti una imagen encantadora. Puedes destruirla y eso lo lamentaría.
Susana estaba complacida. Pero le gustaba manejar la situación.
–...Josefina... –concluyó ella.
Gustavo la miró.
–Debí adivinarlo; nombre de emperatriz.
Susana sentía que el alcohol estaba surtiendo efecto. Le había dado calor y se había alegrado.
–Mi segundo nombre –dijo Gustavo– no es tan ilustre.
–¿Cual es?
–No. Es mejor guardar el secreto...
–Eso es sacar ventaja. Yo te dije el mío.
Gustavo la miró y le sonrió maliciosamente,
–Florencio...
Susana, que en ese momento bebía un sorbo de su copa, lo escupió sobre Gustavo al no poder contener la risa.
–Oh. Disculpa... –dijo ella, complicada.
–No importa –dijo él– La culpa es mía. Y si te hubieras atorado no me lo perdonaría.
Susana había tomado un puñado de servilletas y le secaba la chaqueta a Gustavo.
–Pero ¿es verdad lo de tu segundo nombre?
–Absolutamente. Fue por mi abuelo materno. Me pidió como ahijado y decidieron agregar su nombre al primero, que era de mi padre.
–Bonito gesto –dijo ella con malicia.
–Si... Y por suerte no se llámaba Nepomuceno...
Susana volvió a reír. Gustavo corrió la copa...
–No, no te volveré a ensuciar. Te lo prometo –dijo ella riendo.
–No me importaría. Francamente hacía mucho tiempo que no me divertía así.
–Y yo lo necesitaba también. Es agradable reír...
Gustavo le tomó la mano.
–Pero, pongámonos serios un momento. Cuéntame tus problemas. Si no te incomoda, claro.
–No. No echemos a perder esto.
–Tarde o temprano va a salir. Y es mejor ahora, antes que termines de beber tu co-pa...
Susana se dio cuenta que tenía razón. Si después de haber bebido se ponía sentimen-tal, terminaría llorando.  Mejor era marcharse.
–Debo irme.
–No, por favor –insistió él–. Déjame serle útil a alguien hoy. Mi buena acción del día –dijo haciendo el gesto de los scout.
–¿Ayudar a cruzar la calle una anciana?
–No me interpretes mal. Por lo demás tú no tienes nada de anciana,
Susana sonrió con algo de tristeza.
–A veces me siento como tal.
–No debes. Eres una mujer hermosa, alegre... Y tienes una muy buena figura. Ese vestido te queda estupendo. ¿Lo usas a menudo? Ah. Ya sé. 'Tu problema es que tu ma-rido no te deja en paz. Con ese traje debe andar caminando por las paredes...
Susana reía.
–No. Ni siquiera se fijó...
Gustavo notó la tristeza.
–¿Es no vidente?
Susana soltó otra carcajada.
–Y no... varias cosas más. –dijo riendo con ganas.
–Eso es grave. Y si ese es tu problema, lo que tienes que hacer, y este es el consejo de un hombre con mi experiencia en el matrimonio, de los demás, claro, que es la única que vale, mi consejo profesional es que lo mandes al taller para que le hagan un afina-miento. No, mejor, que la cambien los pistones.
Susana se divertía mucho. Gustavo la miraba complacido.
–También que le revisen el Carburador. ¡Eso! Que lo carburen de nuevo... Y que le arreglen el freno de mano...
Ambos reían sin importarles que los demás los miraran.
–No seas idiota. Me vas a hacer llorar... –dijo ella.
–No. Solo reír. Tienes una risa preciosa…
Ella lo miró con agradecimiento. Hacía mucho tiempo que nadie le decía aquellas frases hermosas...
–Eres muy bueno conmigo... –dijo ella.
–¡Oye, no! –dijo él casi gritando–. Todo lo que te digo es la verdad. No te menosprecies.
Susana dejó la bebida a un lado.
–No más. Es suficiente.
–Una mujer que conoce su límite en la bebida no puede temerle a la vida.
–No le temo.
–Pero no la enfrentas. ¿Qué haces todos los días?
–Lo normal...
–Rutina –dijo él, cavilando–. Preparas el desayuno, luego aseas la casa, haces el almuerzo y cuando terminas de lavar los platos tienes que empezar a preparar la comida. Tus hijos... ¿Tienes hijos?
–Dos…
–Tus hijos dejan todo desordenado, tienes que retarlos a cada momento... Bueno, los niños alegran algo la vida...
–Ya no son niños. Van a la universidad…
Gustavo la miró con incredulidad.
–No puede ser. Entonces te casaste muy joven.
Susana rió complacida.
–No. Lo que sucede es que no soy tan joven...
–Pero se te vez fantástica. ¿Como es que la rutina no te ha despedazado? Ah, ya se. Tienes un amante...


CONTINUARÁ...