Dime cariño…
Quedamos como cada
Viernes desde hacía ya un año. Nos sentamos en el sofá del salón. Su mirada estaba
perdida, como era costumbre, fui a la cocina y preparé café. Acompañamos el
café con la habitual conversación: el trabajo, los niños, los amigos, un repaso
a nuestras vidas por separado de semana en semana.
Le pedí que me mirase,
le costaba hacerlo -decía que le ponía nervioso mirarme-. Mis manos se
entrelazaron con la suyas y apto seguido fueron nuestras bocas las que se
encontraron. Nuestros primeros besos siempre eran tiernos, sensuales y jugosos,
el preámbulo perfecto antes de la lluvia pasional a la que me tenía
acostumbrada.
Efectivamente, a los
pocos minutos, aceleramos el ritmo de los besos, las manos se perdían entre la
ropa, desabroché su pantalón para palpar su miembro ya erecto y endurecido
mientras él andaba entretenido paseando por mi cuello rumbo a mis pechos. La
excitación por parte de ambos era evidente, mi sexo se había humedecido y el
recorrido de sus manos por mi cuerpo me arrancaba gemidos y ansias de más.
Tumbada boca arriba en
el sofá y él frente a mí paramos un momento para recrearnos el uno en el otro,
en sus ojos veía sus ganas y su entrepierna me lo demostraba. Allí estábamos ya desnudos y nuestros cuerpos
preparados para continuar con el juego que nos llevaría al tan deseado
desenlace pero entonces el móvil sonó.
Era el suyo, lo tenía
justo al lado, en la mesilla de centro donde había puesto el café, desde su
posición lo miró de reojo y dijo:
-
Tengo que contestar…es ella.
Se incorporó y atendió
la llamada:
-
Dime cariño… Ajá… Estoy en el gym, aún tengo para un
rato… Si…Si… Claro. Como tú quieras…
Me aburría esperándole
pero verle allí de pie con aquella enorme erección y su espléndido cuerpo
marcado todo apretado y dorado mientras hablaba era toda una provocación para
cualquier sentido. Yo desnuda frente a él y el “paisaje” me incitaba a la gula
y por otro lado la situación era, bueno era “inusual”, pero no pude resistirme y
me arrodillé a su lado. La protuberancia de su miembro me dio hambre, mucha
hambre, así que decidí saciar mi apetito.
Tanto la visión como el
contacto de tan notable miembro despertaban en mi pecho el calido cosquilleo de
sensaciones lascivas que incitaban al juego, a mi juego. Él no opuso resistencia,
todo lo contrario, la “estampa” debía de ponerle aún más y entre mis manos
podía sentirlo, porque aquello seguía creciendo. Le tenía cogido con una mano y
con la otra le palpaba, podía sentir el tremendo calor de esa parte de su
cuerpo, le miré y él me dio permiso con su mirada. Presioné su miembro con la
suave caricia de mi mano, mientras contemplaba la cara de él, la recorrí con mi
lengua dando largos lenguetazos antes de introducirla en mi boca comenzando una
felación sensual, dulce, lenta, parándome en cada centímetro, mojándole con mi
saliva para jugar con ella a mi antojo, entretanto, aquello engordaba y crecía
todavía más. Sin apenas darme cuenta caí en un éxtasis de adoración, lamiendo y
relamiendo las brincadas venas, recorriéndole por completo como si quisiera
hacer con mis labios un molde para después recordarlo.
Yo seguía comiendo de
aquel manjar dispuesto para mi y de fondo le oía hablar, o mas bien asentir a
las preguntas-casi interrogatorio que venía del otro lado del teléfono.
Sus movimientos
embestían mi boca dejándome sin salida, sin aire y mis dedos circulaban por mi
clítoris buscando encontrar mi propio placer. Le podía oír tragar saliva y
apretar sus nalgas, la excitación era inmensa, con la mano que tenía libre
buscaba mis pechos y mis nalgas apretándolas provocándome intensos gemidos que
me callaba. Guié su mano hasta mi sexo y el flujo me había mojado toda, cogí un
poco con sus dedos y lo chupé delante suya, después los acerqué a su boca y sin
dificultarle el habla mojé sus labios. Él me miró y me lanzó al sofá, me tapó
la boca y dijo casi susurrando:
-
Ni se te ocurra gritar, cielo.
Conforme pronunciaba
aquellas palabras introdujo su pene en mi vagina y comenzaron las acometidas. En
un momento dado los movimientos se hicieron más agitados, eran duras, fuertes e
intensas las embestidas, mi vientre se contraía al ritmo que él me marcaba, mis
manos buscaban la forma de atrapar mis senos para apretarlos y sentir su
dureza, me arqueaba buscando dejarle más espacio para entrar aún más y mordía
mis labios para que no se escapasen mis gritos de placer.
Sin soltar el teléfono
allí estábamos follándonos, su cara era todo un poema, su excitación era casi
indescriptible, nunca le había visto así, las penetraciones eran profundas y
salvajes, entonces bruscamente colgó, soltó el móvil en la mesa y entró tan
adentro de mí que me sacó el espasmo antecesor a mi orgasmo seguido del suyo,
largo, profundo, abundante y con un gruñido de desahogo que se me quedó
marcado.
Lo siguiente que
recuerdo fue que se acercó al móvil lo miró y dijo:
- Cariño, esto no se
habrá quedado encendido?...
Autor: La Dama de las Tentaciones.