17 octubre 2013

Relato por capítulos de UN SEGUIDOR: "Tócame"



Tócame
Último capítulo
–¿Ahora? Susana... En este momento estás empezando a sentirte mujer... ¿Cuánto hace que tu marido ronca a tu lado? ¿Cuánto hace que no te acaricia? –se puso de pie y le tomó una mano– ¿Cuánto hace que no te besa, que no te hace el amor? ¿Te vas a ir ahora? Si lo haces, ya no habrá otra ocasión. Tu vida comienza aquí... o termina aquí.
Susana retiró su mano.
–Tu dijiste que no...
–Claro que lo dije. Y lo haré así. No te voy a obligar a nada, pero créeme; estás al borde de convertirte en una señora sin forma... No me lo tomes a mal. Es que me aterra pensar que tú, con tu belleza, con tu sensualidad, te dejes languidecer, te dejes secar como un higo...
–No soy una muchacha...
–Una muchacha. ¿Quien quiere una muchacha cuando tiene una mujer madura, con tus formas, con tu sensualidad, con tu clase y, no lo dudo, con tu talento para amar? ¡Una muchacha! Esas no saben diferenciar un orgasmo de un estornudo...
Susana sentía que su corazón palpitaba con furia.
–Gustavo... Me sentiría culpable. No me lo perdonaría...
–Y si no, ¿te lo vas a perdonar?
Volvió él a tomarle la mano.
–No te voy a forzar. Sería un sacrilegio. Quiero que tú me lo pidas. Que lo desees tanto como yo, que sea una explosión de luces, de sensaciones...
Susana le miró fijamente. Su rostro estaba acalorado. Su respiración agitada. Luego cerró lo ojos y sin moverse le dijo:
–Hazme el amor... Hazlo. Lo deseo...
Gustavo se le acercó y la besó suavemente.
–Será algo que ninguno de los dos podrá olvidar jamás. Te lo prometo.
Ella estaba quieta, con los ojos cerrados. Él le besaba en los labios, suavemente, en el cuello, en los hombros. Corrió el cierre del vestido y lo fue deslizando suavemente hasta que cayó al suelo. Luego fue retirándole las demás prendas con suavidad mientras la acariciaba con lentitud.
Susana lo abrazó. Sintió de pronto que ya nada le importaba, que ese momento era lo único que existía. Todo lo demás había perdido relevancia. Besó a Gustavo y se tendió en el sofá mientras él se desvestía.
No quería abrir los ojos para no romper el encanto. No quería ver a otro hombre sobre ella, dentro de ella, temiendo lo que su corazón pudiera sentir. Pero las caricias de Gustavo eran perfectas; la forma en que besaba sus pezones, en que acariciaba su vientre… Cuando su mano se volvió más osada, sintió como palpaba suavemente su intimidad, abriendo delicadamente aquellos labios. Tuvo un leve espasmo y pudo sentir como se humedecía a plenitud. 
Puso sus manos en los hombros de Gustavo y, sin poder contenerse, lanzó un suave quejido. De pronto, entre sus muslos, el visitante esperado mostró su presencia perentoria. En ese momento su cerebro sufrió un colapso, dejando de pensar, dando paso a las sensaciones absolutas. Y separó sus piernas en un gesto de ruego amatorio. 
La invasión fue perfecta, suave pero decidida, firme pero delicada a la vez. Y a medida que se abría paso en su enardecida bóveda, su cuerpo se encendía completamente. Entreabrió sus ojos y su vidriosa mirada buscó la de Gustavo. El la observaba con un gesto de placer y ternura que la encendió aún más. Entonces pegó sus labios a los suyos, los entreabrió y le dio espacio para que pudiera jugar con su lengua en su boca.
A partir de ese momento ya no hubo freno, no hubo inquietud ni lamento, sino sólo deseo, goce, pasión. Se aferró a él con brazos y piernas permitiéndole así la más profunda penetración. Sentía sus cálidas y suaves manos palpando sus senos, su espalda, sus nalgas. Nunca había deseado tanto que la tocarán, que hurgaran en sus rincones, que descubrieran sus sensaciones que, a la vez, ella misma comenzaba a descubrir quizás por primera vez en su vida.
Y cuando Gustavo aumentó su pasión, cuando con la delicada fiereza del amoroso deseo se lanzó en persecución de su destello, Susana se vio invadida por estremecimientos incontrolables. Sólo quería sentir el goce de su amante dentro suyo, sentir como estallaba en su interior y poder compartir ese instante precioso.
Luego, la calma, el sopor. Durante varios minutos permaneció quieta, en silencio. Finalmente logró reunir las fuerzas suficientes para levantarse y vestirse. Gustavo la ob-servaba con cierta inquietud. Susana no le miró. Sólo se acercó a él, le besó suavemente en los labios, y se marchó.


Volvió tarde a casa, sin embargo nadie le dijo nada. Enrique estaba en su estudio, trabajando. Los muchachos, luego de cenar, se fueron a sus piezas a escuchar música.
Estaba preocupada. No sabía como enfrentaría a Enrique. ¿Que cara poner? ¿De inocencia? le dieron ganas de reír. Si. Porque lo terrible era que no estaba arrepentida, como creía. Recordaba cada momento, cada estertor y sentía que le subía la temperatura.

Enrique entró a la habitación. Susana lo saludó y él le contestó, como siempre, con un ruido ininteligible. Lo miró detenidamente. Se imaginó que comenzaba a crecerle una cornamenta y sintió deseos de reír, pero se contuvo.
Estaba preocupada por no estar preocupada. ¿Qué había sucedido con ella? Quizás, a lo mejor, se había enamorado. Nuevamente... Pero, no. Era sólo pasión. Y sintió deseos de volver con Gustavo. Claro que, como lo había prometido, no le quedaron muchas fuerzas… 
Se sentía como una chiquilla que había hecho una diablura. Y no podía pensarlo. No había sino correcto... pero lo había disfrutado... ¡Oh! ¿Que hacer? ¿Que va a pasar después? ¿La va a atacar un sentimiento de culpa? ¿O se va a volver cínica? ¿Volvería a ver a Gustavo?
Lo estuvo meditando toda la semana. Quería aclarar sus ideas para estar segura de sí misma. Pero de noche se le repetía en sueños; se le venía a la memoria durante el día. ¿Como era posible que le hubiera afectado tanto?
Decidió ir nuevamente al bar, a buscar a Gustavo. Ahora sabía que los viernes era posible encontrarlo allí.
Esa noche sus hijos irían a una fiesta y volverían tarde, sino al otro día. Enrique tenía una reunión y saldría muy tarde. Quien sabe si el canalla tenía una amante; lo pensó, y le molestó que no le importara.
–En fin... –se dijo, encogiéndose de hombros.
Se había vuelto cínica. Había conocido una parte suya que nunca se había imaginado que existía, y le gustaba. Pensó que iría al bar vestida de otra manera. Recordó que aún tenía alguna ropa de antes aunque que quizás no le quedaría. Su talla había aumentado algo. Y era así, pero de todas formas la ropa le quedó perfecta; algo más ajustada, lo que resaltaba su figura.
El bar estaba repleto de gente. Sería difícil encontrar a Gustavo entre esa multitud. Pensó que sería capaz de subirse a la mesa y llamarlo a gritos, pero no fue necesario; lo vio entre toda la gente y venía hacia ella.
Empujado y haciéndose espacio Gustavo logró pasar. Susana avanzó hacia él, pero luego se detuvo. Una mujer lo tomaba a él del brazo. Iban de salida. Sintió que palidecía. ¡Maldición! ¿Que había sucedido? Gustavo seguía acercándose y ella quería parecer se-gura, dueña de sí. Gustavo estuvo casi frente a ella. Y la miró...
La miró como si jamás la hubiera visto, como si no existiera, como si nadie hubiera frente a él; pasó por su lado y salió con su nueva conquista del brazo.
Susana sintió que iba a llorar. Quería irse de allí. Quería gritar. Quería salir tras él... rogarle... o patearlo. Quería... No podía creerlo. Todo había sido una noche. Y luego ¿qué? ¿Ahora podía secarse como un higo?
–¿Te acompaño?
La voz la sobresaltó. Se volvió y vio a un hombre medianamente joven que le miraba con una sonrisa agradable en un rostro atractivo.
Susana le observó un instante. ¿Lo mandaría a freír espárragos? ¿Se pondría a llorar como una idiota? Algo sucedió en su interior. Sintió que, de pronto, un muro caía en pedazos, dejando al descubierto un campo amplio sembrado de opciones... 

–Invítame un trago –le dijo Susana con una sonrisa y, tomándose de su brazo, caminaron hacia el bar...





Fin

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