14 febrero 2013

Mente Perversa



 

Mente perversa
-¡Hazlo!-
-¡Esta es la última vez que te hago caso!- gritó
-¿ La última?... tu no puedes exigirme, yo soy la que mando y harás lo que yo te diga..o...-
-¡O que... estoy harta de tus amenazas!-
-¡Acuerdate lo que le pasó a tu querido Armando aquel día que tú negaste a colaborar... y tu no querrás que tu siguiente encuentro sea peor, no?-¡Maldita seas … mil veces!- maldijo Verónica mientras lloraba amargamente.

Se sentó en el borde la cama, se sentía derrotada y abatida. Sabía que tenía que obedecer para poder llevar una vida normal, pero ella no era así y le obligaba a hacer cosas con los hombres que ella jamás hubiera hecho. Ella, la Verónica que trabajaba, la que comía y dormía, era tranquila y a la vez tímida, pero la otra Verónica, la que habitaba dentro de ella, era perversa, dominante y manipuladora.
Quería a Armando y deseaba profundamente que lo suyo funcionara, pero sabía que era difícil, ya que no podía controlar a ella, a ese demonio que habitaba dentro de su mente.

Cuando estaba con los hombres que ella le buscaba, la otra la dominaba de tal manera que simplemente era un títere en sus manos, pero no estaba dispuesta a que nadie se enterara de su secreto, por eso jamás llevaría una vida en común con Armando por mucho que se lo suplicara.

Se miró el reloj y suspiró. Tan solo faltaban 30 minutos para que llegara el último hombre que respondió al anuncio. En el fondo le daban pena porque la otra siempre hacía con ellos lo que quería. Debía darse prisa o la otra se enfadaría y cuando se lo hacía, su cuerpo pagaba las consecuencias.
Cerró la puerta del piso y con pies cansados subió a la planta siguiente, era “la guarida de la otra Verónica”, era donde hacía con los hombres las mil y una perrerías.

Abrió la puerta y se dirigió al vestidor dispuesta a sacar a la otra. Se quitó las grandes gafas de pasta negra y las dejó con cuidado encima de la mesita que había en esa habitación. Se miró al espejo y mientras lo hacía se deshizo el moño, cayendo su melena negra ondulada por su espalda. Como una autómata comenzó a desvestirse, fue desabrochandose la camisa blanca poco a poco y la colgó en el perchero. Se descalzó dejando sus mocasines entre el perchero y la mesita. Se quitó el pantalón y lo colgó con la camisa. Miró su hermoso cuerpo, moreno y observó el inmenso contraste con su impoluta blanca ropa interior, mientras se despojaba de ella, solo pensaba en todas esas personas que la conocían, en sus compañeros de trabajo de la Biblioteca, si se llegaran a enterar  y sollozó...

-¡Venga, no seas mojigata!... a estas alturas y ¿ aún estás así?, ¡Visteta ya!- le ordenó la otraVerónica levantó su cabeza y mirándose en el espejo contestó con rabia:
- ¡Juro que algún día, todo esto se acabará! ,¡Juro que me las pagarás!, ¡Zorra, puta!-

Un pellizco en su antebrazo la hizo gritar de dolor, y sumisamente y sin decir nada más comenzó a vestirse para recibir a su nueva presa.

El sonido del timbre le anunciaba que él ya estaba allí. Por el pasillo solo se oían el ruido de los tacones al pisar, una pisada con firmeza.. 

¡¡Verónica... la otra,  había regresado!

-Hola, ¿eres Juan?- preguntó Verónica con voz dura pero a la vez melosa.
-Sí, soy yo-

Verónica abrió la puerta y delante de él apareció un hombre de unos cuarenta años, de estatura media, moreno y corpulento. Cerró la puerta y se mordió el labio pensando en el caramelito que había entrado.
-A partir de ahora, soy para ti, Tu ama y señora. Soy tu ama Verónica, pero tu solo me llamarás  Ama y solo contestaras cuando yo te lo pida. Sígueme- le ordenó clavando su fría mirada gris en él.
El la siguió y entrando en un cuarto donde la luz natural era muy escasa. Toda la estancia estaba iluminada con luz artificial, una combinación de luces neutras y blancas. En el medio una silla, una sola silla.
-¡Entra, pasa y desnudate para mi, quiero ver que es lo que tienes-

Aunque conocía el nombre de sus presas, nunca las llamaba por su nombre, pensaba que era demasiado ñoño. Cuando quería decirles algo, simplemente, eran “ehh tu”.... y poco más.

Mientras el hombre se desnudaba, Verónica daba vueltas a su alrededor sosteniendo y acariciando entre sus manos un látigo de cuero y de tiras.

-ummmm.. me gusta... muy bien dotado...- dijo mientras pasaba las tiras de cuero por su polla- Siéntate, obedece y quédate quieto-

El hombre se acomodaba en la silla y Verónica se puso detrás de él. Pasó un cinturón negro de cuero por su cuerpo y lo abrochó con el respaldo. Agarró sus manos y con un cordón de seda negro se las ató.

Verónica se puso delante de él y le djio:
-¿Vas a ser bueno, verdad?. ¿tu no quieres enfadarme?-
- Seré bueno mi ama. No, no la enfadaré
-Así me gusta, si eres obediente y te portas bien, no te castigaré-
Agarró el cojín que había dejado debajo de la silla y lo colocó debajo de su rodillas. Con un gesto rápido abrió las piernas de él y se colocó en medio.
-Hoy estoy de buen humor, solo quiero que me des tu placer- le ordenó soltando una carcajada.
Enérgicamente agarró su polla medio erecta y le dio unos pequeños golpecitos con su palma consiguiendo que se bajara totalmente su pequeña erección.
Se la metió en la boca y comenzar a chuparla. La succionaba con fuerza sacándole pequeños suspiros de placer. La polla había comenzado a hincharse, la tenía dentro de su boca. La rodeaba con su lengua, la saboreaba.
El jadeaba sin decir palabra. Ella chupaba con ansiedad. Se la sacaba,  la lamía con la totalidad de su lengua. Agarró con su mano la polla y mientras apretaba con fuerza mordisqueaba su glande.
Se paró en seco para ver como disfrutaba. El con la cabeza hacía atrás jadeaba para ella, jadeaba con el placer que ella le estaba dando.
Agarró su látigo y mientras golpeaba con las tiras suavemente la polla le dijo:
- Aun no es el momento, espera. No te puedes correr aun.
Le golpeó varias veces la polla con la mano consiguiendo bajar su erección.Dejó el látigo en el suelo y volvió a chupar con ansiedad. Succionaba, lamía. Agarraba la polla con una mano para poderla entrar y sacar  de su boca cuando ella quisiera. La polla estaba dura, y por los jadeos de él, estaba a punto de correrse. Se la metió de una sola vez y cuando él comenzó a correrse, ella sacó su polla de su boca y dejó que caer el semen por su sujetador negro.

Cuando el hombre entró en el piso, el reloj marcaba las 20:00 y cuando él comenzó a vestirse exhausto, porque no podía más y porqué de su polla ya no salía nada,  eran las 23:00

Verónica se despedía de él satisfecha por la dulce sesión que había tenido.
-¡Tal vez te llamé otro día, mi dulce caramelito!, ¡Ha sido toda una sorpresa para mi encontrarte!... ¡Has sido tan bueeenooo!. y si otro día te portas bien tal vez te deje probarme, pero te lo tienes que ganar- le susurró al oído mientras él permanecía quieto. 

Con una palmada en su culo se despidió de él.

Autora: Selene.

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