ESTA SEMANA OS PRESENTAMOS EL RELATO
DE UNO DE NUESTROS SEGUIDORES
TITULADO: VOYEUR
Voyeur
El jardín trasero de mi casa era uno de mis lugares
favoritos, sobre todo ahora que el verano se había adelantado. La noche sin
luna era tibia, y una suave brisa me acariciaba. No sé si por producto de la
cerveza que estaba tomando, o por lo invitadora de la noche, comencé a sentir
una fuerte excitación. Tres muros y varios árboles, separaban mi intimidad de
los vecinos. Por eso no me molesté en ocultar la erección que imprevistamente
estaba teniendo. De pronto, una luz se encendió y tiñó algunas flores de color. Era el baño de Claudia. Luego
de una pelea muy breve que tuve con la tentación que me invadía,
silenciosamente arrimé una silla al ventanuco y con mucho cuidado, me puse a
espiar. Allí estaba. Tan tentadora como una frutilla en primavera, enfundada en
su ropa de oficina cepillando su cabello largo y negro. Podía ver su rostro
reflejado en el espejo. Aún tenía puestos los lentes que enmarcaban sus ojos
rasgados y verdes, y que tanto me gustaban. Su camisa estaba desabrochada, y la
puntilla de su sostén marcaba el límite entre una simple tela y los pechos, que
pedían a gritos su libertad. Como si los hubiera escuchado, con un rápido
movimiento se sacó la camisa y liberó a los cautivos que por un instante
vibraron felices. Tanto como yo. Bajó el cierre de su pollera y no sin trabajo,
la deslizó por sus piernas interminables. Quedó frente al espejo, solo con su brevísima bikini. Mirándose.
Mirándola. Su culo, atlético y orgulloso
parecía mirarme invitadoramente. Ya no resistía mi calentura, pero lo peor fue
cuando sus manos comenzaron a deslizarse por su cuerpo. Lentas, seguras. Su piel se erizó cuando los dedos, juguetones,
se instalaron en su entrepierna. Los pezones
comenzaron a inflamarse, y yo con ellos. Algunas gotas de sudor cayeron de mi
frente y me dificultaban la visión. Sin dudarlo las limpié con mi mano
temblorosa, lo que provocó que perdiera el equilibrio y cayera
estrepitosamente.
—¡Juan! ¡¿Sos vos?! —la escuché gritar desde el suelo.
Lo último que quería era ser descubierto. Entré lo más silencioso
y rápido que pude y con mi mejor cara de sorprendido dije:
—Hola, Claudia. Estaba afuera. No te oí llegar.
—¡Me alegra qué estés! ¿Te duchás conmigo?
Dando por sentado cual iba a ser mi respuesta, entró en el
duchero y abrió las canillas. Rápidamente me saqué la ropa pero en vez de
entrar, preferí quedarme allí en la puerta observando cómo el agua se deslizaba
por su cuerpo acariciándolo, haciéndolo
brillar. Introduciéndose por todas sus partes a la vez. Una envidia tonta se
apoderó de mí, y quise convertirme en agua para así poder hacer mío, en su
totalidad, el cuerpo de esa mujer que me enloquecía, y que ahora estiraba su
mano agarrando mi miembro invitándome a entrar con ella. Me recibió con un beso
largo. Nuestras lenguas se encontraron, al principio tranquilas, pero
rápidamente la pasión se apoderó de ellas. Con un pequeño salto, se colgó de mí
abrazándome con sus piernas. Comencé a besarle el cuello, mientras llenaba una
mano con su pecho, con la otra acariciaba su entrepierna. Mientras tanto, ella
se divertía lamiéndome la oreja. La bajé, y apoyé sus manos contra la pared de
la mampara. Sus pechos erguidos me miraban desafiantes. Comencé a besarlos, a
lamerlos. Pronto sus pezones respondieron a la caricia inflamándose, pidiendo
más. Llené mi boca con ellos mientras mi lengua jugueteaba con sus puntas.
Lentamente fui bajando por su vientre y me entretuve con su ombligo. Elevé mi
mirada, y pude ver en su expresión silenciosa el placer que le daban mis
caricias. Ella sabía lo que venía, pero no cuando.
Al fin llegué al sitio tan anhelado. Ella, sin que se lo
pidiera, estiró una pierna apoyándola en la jabonera. Por unos instantes me
quedé observando esa parte de su cuerpo que en la intimidad me gustaba llamar
“la puerta del paraíso”. Brevemente afeitada dejaba para mi placer, al descubierto sus labios
carnosos. Comencé a lamer a su alrededor, sus ingles y parte de sus piernas.
Ella, que tenía sus manos apoyadas en mi cabeza, trataba de dirigirme al lugar
que estaba esperando. Decidí que ya era el momento y con mis pulgares separé
los labios, y el más hermoso color rosado de todos, apareció. Empecé a lamer,
primero despacio para poder saborear su gusto. Luego más rápido. Por momentos
metía toda mi lengua en su vagina, como si fuera su boca, para luego dedicarme
solo al clítoris. Metí dos dedos en su hueco, suplanté la lengua por el pulgar
y me incorporé. La di vuelta, y como si fuera un policía con un sospechoso, la
apoyé contra la pared y le hice separar las piernas. El agua de la ducha
golpeaba mi espalda y salpicaba la de ella. Las gotas se deslizaban señalando
un camino. Lo seguí. Separé sus nalgas y por un buen rato dibujé el contorno de
su hoyo con la lengua. Tomé su mano y la llevé a su entrepierna. Entendió y
comenzó a frotarse, despacio, con un movimiento circular. Volví a separar sus
nalgas y escupí en su ojete. Despacio, metí un dedo lo saqué y volví a escupir.
Muy lentamente fui entrando en ella. Hasta que al fin toda mi verga estuvo en
su interior. El delicioso túnel me recibió tibio, deseoso. Pero todavía faltaba
algo. Estiré mi brazo y tanteé en la repisa que estaba llena de frascos y
pomos. Elegí un desodorante que tenía forma de bala y lo coloqué en su vagina.
Gimió sorprendida al sentirse doblemente penetrada, pero no opuso resistencia.
Separó un poco más las piernas y elevó el culo para hacer más sencillos los
movimientos. Y comenzó el balanceo, al principio suave. Pero el principio fue
muy breve. Casi de inmediato nuestros cuerpos tomaron un ritmo frenético
buscando la explosión, el “Big Bang” más maravilloso. Deseaba explotar dentro
de ella, pero a la vez no quería que esto terminara. Sentí cómo su mano apuraba
la caricia, cada vez más rápido. Yo hice lo mismo con el dildo improvisado. Sus
gemidos, mi cuerpo chocando contra su culo y el sonido de la ducha, eran la
música perfecta para el apoteótico final. Para el mágico final. Acabamos
juntos. No siempre podíamos hacerlo. Sentados bajo el agua nos abrazamos y nos
dimos un beso de mutuo agradecimiento.
—¡Lo había olvidado! Vamos a vestirnos —dijo levantándose.
—¿Vestirnos? ¿Para qué?
—Es el casamiento de Patricia. ¿Te habías olvidado?
Sí. Me había olvidado, y no tenía muchas ganas de ir. Pero
cuando llegué al dormitorio y la vi poniéndose el vestido negro, las ganas se
apoderaron de mí. Iba a ser muy divertido, cuando volviéramos, espiarla
sacándoselo.
Autor: hectorock
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