Un matrimonio
aburrido
Había pasado. Tras diez años de
matrimonio la monotonía había tomado el control de su dormitorio. Pero eso estaba a punto de cambiar… se
dijo Laura mientras observaba dos disfraces diferentes en la tienda erótica a
la que le había costado tanto entrar. Ante ella tenía el uniforme de colegiala
y el de sirvienta, dos clásicos en lo que a disfraces eróticos se refiere, por
un momento pensó que aquello sería un tópico ¿una mujer adulta disfrazada de colegiala y pidiéndole a su “profe” que
la castigue porque ha sido mala? Le vino a la cabeza la imagen del anciano
profesor de biología que siempre la castigaba y soltó el disfraz con un poco de
asco. Mejor el de criada. Lo compró y
salió tan rápido como pudo, esperando que ningún conocido la sorprendiese en
aquel sitio. ¡Como si estuviese haciendo
algo malo! Se reveló contra su propia vergüenza y levantó la cabeza, ella
no estaba haciendo nada de lo que avergonzarse.
En casa sacó el vestido y empezó
a prepararse. Su marido no tardaría en llegar.
El disfraz era de una pieza, una
camiseta de tirantes de seda transparente negra ribeteada de un encaje blanco,
una vez que llegaba a la cintura se abría en un volante del mismo material
hasta la altura del muslo, conjuntado con un pequeño delantal blanco. No había
bragas y se alegró de haberse decidido a rasurar su zona más intima, que a la
vista entre aquella transparencia negra resultaba de lo más tentadora. Añadió
al atuendo unas medias de red negras y unos tacones altos, se peinó con el pelo
suelto en una melena salvaje, pero colocando la cofia de criada en su sitio.
Estaba lista.
Cuando él entró lo primero que
vio fue un culo. Un culo desnudo que se movía en ritmos ondulantes mientras su
dueña, a cuatro patas limpiaba el suelo con un trapo. Pronto la dueña de aquel
maravilloso trasero se volvió, pero sin incorporarse del todo, quedando de
rodillas, le dijo:
-Buenas tardes, señor. La señora
todavía no ha llegado. ¿Quiere que le prepare algo?
Por un momento Daniel estaba
demasiado desconcertado para entender, su mujer estaba tan sexy… sonrió
comprendiendo el juego.
-No, en absoluto, siga limpiando.
Se dirigió al sofá y se sentó,
desde allí siguió observando a Laura. Esta se quedó frotando el suelo un poco
más, así Daniel pudo ver como se bamboleaban sus pechos al repetir los
movimientos circulares de la limpieza, en ese momento, se sentó sobre sus
rodillas y suspiró fingiéndose agotada del trabajo.
-¿Quieres conservar este trabajo
mucho tiempo, preciosa?
-Por supuesto, señor, lo
necesito.
Daniel sonrió perversamente
-¿Y qué estás dispuesta a hacer?
Laura le miró como si no
comprendiera
-Cualquier cosa…
-Ven aquí.
Laura se levantó y fue hasta su
marido.
-Limpia aquí.
Daniel señaló el suelo que tenía
apenas a un metro de distancia.
Laura cogió el trapo y se puso
donde le indicaba, otra vez de espaldas a Daniel.
Él volvió a ver el movimiento
rítmico de las caderas, y aquel precioso culo que lo volvía loco dando círculos.
Alargó la mano y empezó a acariciarlo, Laura no pareció percibirlo y siguió con
su limpieza. Entonces él fue bajando la mano derecha hacia los muslos y notó lo
suave y depilada que estaba aquella zona. Hundió un dedo entre los pliegues de
su sexo, acariciando al mismo ritmo que ella seguía, empezó a notar la humedad
que iba naciendo en ella, así que decidió meter el dedo directamente ahí, lo
movió en círculos, acariciando las paredes desde dentro. Ella no pudo evitar un
gemido.
-¡Señor!
-Calla, o te despediré.
-Sí, señor.
Laura logró sonar apurada, como
si temiese por su trabajo de verdad.
-Date la vuelta.
Cuando Laura se giró se encontró
con que Daniel no tenía pantalones y su miembro erecto se erguía frente a ella.
Fue a ponerse de pie.
-No, sigue de rodillas. Lámela.
Laura se quedó de rodillas y se
metió el miembro en la boca. Primero dio dos embestidas hasta la empuñadura,
después se lo sacó y lo lamió de abajo a arriba jugando con la punta de su
lengua en el glande, para finalmente metérsela entera en la boca. Daniel estuvo
a punto de alcanzar su clímax en aquel instante, pero era aún pronto.
-Para.
-Como desee, señor.
-Quiero saborearte.
Laura fingió un rubor, aquello se
le daba muy bien.
-Pero señor…
-Nada de peros. Túmbate en el
sofá.
Ella hizo lo que le ordenaban, y
enseguida él se situó con la cabeza entre sus muslos. No tardó en saborearla,
estaba tan húmeda y excitada que su boca se llenó del sabor de ella en cuanto
la puso allí, jugó con sus pliegues intentando descubrirlos, como si a fuerza
de lengüetazos fuesen a alisarse, después lamió como si fuese un helado, y
cuando ella ya no pudo más, la penetró.
No fue una penetración dulce,
pero ella estaba tan lista para él que entró como si estuviese lubricada,
rápido, hasta el fondo. Desde allí hasta el final no hubo mucho tiempo. Todo
había sido demasiado intenso como para que ahora, a la hora de la verdad, la
cosa fuese lenta y suave. La tomó, como un truhán tomaría a una doncella,
rápido, duro y sin miramientos. Y ella lo disfrutó. Cuando se derrumbaron en el
sofá, ambos lo tenían claro. La monotonía había llegado a su dormitorio, pero desde
luego no estaba en su salón.
Autora: Layil.
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