2.
Pero
yo seguía enfadado, enojado mas bien y con ganas de hacerle sufrir un poco su
insolencia.
-
No - le volvía decir - , siéntate en tu sitio, ¿no querías verme como lo hacía
con otra? – mientras sacaba el fleshlight de mi polla y poniéndoselo en su cara
– A tu sitio - le ordené sin vacilar.
Ella
se volvió marcha atrás con sus todavía atadas manos a la espalda por la corbata
de seda italiana. Y subió al sillón de cuero negro pero esta vez situándose a
horcajadas sobre el reposabrazos izquierdo, sintiendo así el peso de su cuerpo
sobre su sexo y el cuero negro de nuevo amante.
¿Esas
tenemos? – pensé – ¿tú también quieres cambiar de pareja?
Cogí
el juguete y lo situé en la ranura de los cojines del respaldo del sillón de
dos piezas donde estaba yo, para que se sostuviera sólo y puse el iphone con
otro video porno sobre el respaldo para poder verlo y evitar mirarle a ella que
demandaba mi atención.
Me
deslicé la camisa hasta las muñecas por detrás de mi espalda haciendo de esta
camisa blanca una improvisada atadura que situaba mis brazos tras de mí.
Y
de rodillas en el sillón, “apunte” certeramente a la vagina en lata y de una
estocada comenzó el juego de simulación coordinado con el video que me marcaba
el ritmo.
En
un espejo lateral podía ver mi cuerpo, erguido de rodillas en el sillón
follando con fiereza el rosado juguete que se iba empapando y escurriendo sobre
el cuero el sobrante de la lujuria líquida.
La
puta camisa ya me estaba jodiendo y me solté los puños mandándola al otro
lado del salón de un envite.
Al
tiempo ella había comenzado a frotarse con el reposabrazos y me decía – joder
como me estas poniendo cabrónnnn –
Cada
uno teníamos nuestra nueva pareja y tampoco parecía que nos fuera tan mal. Sus
gemidos y sus palabras calientes excitaban tanto mi oído, que ya al
iPhone prácticamente no le prestaba atención. Mientras mis manos se
apoyaban sobre el respaldo a medida que mis envestidas aumentaban la frecuencia
y apretaban el cuero.
-
Joder, ven aquí, te necesito - me dijo en un tono que ya parecía que imploraba
mi presencia.
Y
para qué coño iba a hacerla sufrir y sufrir yo, que moría por tener su cuerpo,
que ansiaba su boca como si sólo su aire respirado me sirviese para alimentar
mis pulmones.
Me
incorporé y fui hacia ella.
Ahora
era ella la que se frotaba contra el reposabrazos haciéndome ver que “éste”
también podía ser un buen amante.
Con
una pierna al suelo y la otra recogida sobre el cojín del sillón, retorcía su
cadera delante mí, provocadora, lasciva, sensual. Sus pechos todavía estaban
ocultos tras un sostén verde satén que se había puesto para mí un minúsculo
tanga se veía ladeado dejando ver cómo su afeitado pubis se abría sobre el
cuero negro y humedecía el brazo del sillón.
La
excitación fue mayor que la provocada por cualquier video porno del iPhone.
Ella estaba allí, podía sentir su aliento tan cerca de mí que me quemaba el
pecho.
Quería
ese aliento caliente y acerqué mi boca a la suya. Ella no me negó su boca, al
revés, su lengua correspondió a la mía y jugamos al gato y al ratón con nuestros
húmedos apéndices bucales durante un rato. Ella buscaba mi lengua y yo la suya,
ella rechazaba mi caricia y yo el suyo, era un juego de quiero y no quiero, de
ahora sí ahora no.
Deseaba
ver sus pechos y ella no podía escapar. Simulaba no querer y dificultaba a mis
torpes manos soltar el jodido clip, que mantenía cerradas las copas del sostén
que ocultaban las dos esculturales piezas, máxima expresión de la feminidad.
Al
fin libres, caía la barrera del sostén deslizándose por sus brazos aun atados por
mi corbata y dejaban al descubierto la obra perfecta, una obra culminada por
dos pezones increíbles, duros y turgentes por su excitación.
Mi
boca cambio de objetivo, ahora aquellas dos maravillas pedían mi atención
con su juego, con el mismo movimiento de ahora si, ahora no. Pero “ja”, yo
tenía las manos libres y ella no. Así que con la palma de mi mano que casi
cubría la mitad central de su firme espalda, las acerqué hasta mi boca para
darles la bienvenida.
Un
rato de besuqueos, mordisqueos, intercambios entre pechos y boca, ya no podía
más y creo que ella tampoco. Y no pude por más que soltarla del cautiverio de
mi corbata. A lo que ella respondió levantándose del sillón y empujándome hasta
el sillón doble caí de espaldas, mi cabeza en su reposabrazos, una de mis
piernas al suelo y la otra sobre el cojín. Ella se quitaba la mini prenda, el
retorcido y húmedo tanga que a duras penas cubría nada de su sexo.
Al
principio una pequeña resistencia que me hacía enloquecer y luego,
diossssssss…….. calor, un calor único, un calor ardiente, un calor que sólo
ella sabe transmitir………… diosssssssss, que calorrrrrrrrr.
Su
cuerpo empezó a frotar su pubis contra el mío y yo aguantaba los envites que
mostraban cierta rabia. Una rabia que decía – que prefieres - ¿esto? o tu
parejita siliconada. Al tiempo que yo pensaba, - pues te vas a joder con mi
falsa indiferencia-.
Tal
era su insistencia y mi cierta indiferencia que fue ella la que ya no podía más
y una presión sobre mi polla delataba su orgasmo al tiempo que su cabeza
derramaba su pelo por mi cara y su boca exhalaba su aliento en mi oído. Un
regalo de los dioses, diría un romano.
Pero
la fiesta no había acabado e incorporándome la hice ponerse en cuatro,
castigada contra el respaldo del sillón y la alcancé por detrás.
Empecé
suave, pero firme y profundo. Con paradas en su interior para sentir ese calor
que surge del centro de la tierra, del centro del mundo, de la matriz de
mi mundo, ella.
El
ritmo crecía y el sonido de los cuerpos chocando envolvía el ambiente.
Mientras
la asía por la cadera observaba su espalda, perfecta, su culo, increíble y su
cabeza que se erguía al tiempo que subía el ritmo del juego de amor.
Mi
corazón empezaba a latir ya desenfrenado y esa sensación de presión que inunda
la base de la polla comenzaba a sobrevenir.
Ella
notaba ya la sobrepresión y la lubricación máxima que emitía mi instrumento. Y
para dar la bienvenida al mismo, su cuerpo se curvó, sus manos apretaban con
fuerza el cuero y su cabeza se giraba hacia mí para ver como la mía se
inclinaba hacia atrás y mi cuello marcaba los músculos laterales desencajados
por la tensión.
Ella
también volvía a sentir su presión que correspondía a la mía y que apretaba con
firmeza mi miembro en su interior.
Y
me derramé en su interior, cedí mi calor y mi voluntad cautivo de su
exquisita sensualidad y su maravilloso cuerpo.
Cedí
y mientras miraba de reojo el juguete que yacía en el suelo a un lado pensé –
juguetito, eres bueno, pero…………… tienes mucho que aprender, baby.
Autor: Truhán.
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