La
tarde se avecinaba calurosa, a pesar de estar finalizando el mes de
Septiembre. Hacía días que todo se había transformado en una terrible
rutina que nos quitaba las ganas, sin más se había terminado la pasión.
El deseo voraz que antaño nos devoraba se había apagado. No recuerdo
como, pero me encontré un día sin sentir aquellas mariposas revoloteando
en mi estómago cada vez que me miraba.
Estaba absorta, con la mirada clavada en la pantalla
del ordenador, cuando sin enterarme como entró en casa, se acercó a mí.
Sentí su respiración en mi nuca y el calor de su cuerpo con su
proximidad. Fingí trabajar. En mi mente bullían preguntas que se
quedaban sin respuestas, primero por no exteriorizarlas y segundo porque
no deseaba romper la magia del instante con cuestiones absurdas y
terrenales.
Sintiendo un calor exagerado, miré el reloj, lo
fuerte del calor ya había pasado; pero mi piel ardía y mis ansias
quemaban. Silencio y respiraciones. Cerré los ojos y me centré en su
respiración, algo agitada, no era lo normal en él.
- Preciosa…- me susurró
- ¿Qué?- pregunté desconcertada, sin saber a que se refería.
-Tengo una vista preciosa- me volvió a susurrar, pero esta vez, más cerca, tanto que casi sentía sus labios en mi piel.
Me ruboricé y sonreí tímidamente. Incliné la cabeza
hacía mi cuerpo para ver aquello que le había llevado a reaccionar así.
Ante mis ojos contemplé una línea negra que era el borde de la camiseta
que cubría mi generoso escote. Desde mi perspectiva, la vista era
sugerente, muy sugerente... Enseñaba lo justo. El resultado era sensual y
algo provocativo. Un hermoso canalillo que invitaba a perderse en las
profundidades del deseo y a su alrededor se adivinaban dos provocativos
pechos, que tras mostrar lo suficiente, una suave piel, eran el señuelo
perfecto para la presa, y la presa estaba ya hipnotizada. La visión y
sus palabras me produjeron una sensación olvidada y mi cuerpo reaccionó,
un escalofrío recorrió mi cuerpo. Parecía todo premeditado, pero nada
más lejos de la realidad.
-¿Tienes calor? ¿Te preparó algo fresquito?- se ofreció con voz melosa.
Le
contesté con un simple monosílabo concentrada en acabar lo que tenía
pendiente para poder pasar la tarde con mi marido. Terminé con premura y
apagué el ordenador. Los ruidos provenientes de la cocina me indicaban
que estaba allí. Me acerqué con ánimo de retomar lo que él antes había
empezado. Rodeé su cuerpo con mis brazos y besé su nuca. Su piel ardía
pero mis labios al contacto con él abrasaban. Se giró despacio y sin
decir nada me besó. Fue un beso urgente, pasional, como si la vida se
acabara en ese instante, como si fuera lo único que deseara hacer en
esos momentos. Su lengua se introdujo en mi boca avasalladora, como si
quisiera coger o proteger su tesoro, como si temiera que alguien se la
pudiera quitar, mi lengua... Fue un beso profundo que me hizo estremecer
hasta la entrañas, esperado pero inesperado a la vez; desconocido y
anhelado.
Sus manos se anclaron al final de mi espalda y me apretó contra él.
En aquel instante ni una pizca de aire podía entrometerse entre los
dos. Era nuestro encuentro, nuestros cuerpos se entregaban el uno al
otro.
Dejó de besarme para susurrarme al oído, que fuera a la habitación
que lo esperara tumbada en la cama. Obedecí guiada por el deseo que me
había transmitido.
Hacía calor, pero mi cuerpo
experimentaba una combustión enloquecedora que calentaba más que el
tórrido verano que nos estaba visitando.
Sumisa me tumbe en la cama, tal cual; la ropa seguía aun cubriendo mi cuerpo.
Apareció en el quicio de la puerta llevando tan solo un cuenco del cual sobresalía lo que parecía el mango de un cubierto.
Era un momento mágico.
No
hizo falta palabras, yo deseaba que apagara el calor que él había
encendido en mí, no me importaba como lo hiciera, solo que lo
extinguiera. Dejó el cuenco en la mesilla, y aunque la curiosidad me
carcomía no miré en su interior. Quería la sorpresa, deseaba sentir
sensaciones nuevas y estaba segura que esa tarde las iba a tener.
Se situó a mis pies y sus manos se posaron en mí. Su
suave tacto me erizó la piel. Ascendió por mis piernas despacio, con
suaves caricias, como si fuera la primera que lo hacía, con la intención
de aprenderse cada centímetro de mi piel, hasta llegar al pequeño
pantalón que cubría mi cuerpo. Se detuvo en mi vientre, pero su destino
no era ese. Sus manos subieron y a pesar de llevar una camiseta, podía
sentir su calor en mi cuerpo. Recorrió mis pechos por encima de la tela.
Sus caricias me abrasaban y encendían mi pasión. Se situó a mi lado, y
sus labios buscaron mi cuello. Su lengua hacía barridos en mi piel
sedienta de él. Sus manos bajaron hasta el borde de mi camiseta y con un
gesto enérgico la subió quedando mis pechos al descubierto. El me
besaba en el borde del short y yo con dificultad me quité la camiseta.
Mis pechos estuvieron bajo el amparo de sus cálidas manos. Subía y
bajaba por mi cuerpo hasta que decidió bajarme los pantalones.
Yo, suspiraba.
No sabía lo que iba a hacerme, eso me encendía mucho más y deseaba lo que él con cautela escondía. Mi respiración se aceleró.
Su
boca se había posado en mi monte de Venus, notaba su aliento calentado
aún más mi piel. Mi deseo se aceleraba. Mi cuerpo vibraba esperando esa
sorpresa que me había reservado en la mesilla. Él continuó depositando
suaves y pequeños besos en mi pubis y mientras abría mis piernas,
continuaba besando cada centímetro de mi piel.
Notaba las palpitaciones en mi sexo, estaba
realmente excitada. Deseaba con todas mis fuerzas que aliviara, quería
sentirlo dentro de mí, pero él se tomaba su tiempo.
Ofuscada
por el deseo que me devoraba, no vi cuando agarró el cuenco de la
mesilla. Todo permanecía en silencio, él no dijo nada. Ni tan siquiera
oí la cucharilla rozar el cuenco, no noté nada hasta que algo frío era
depositado en mi pubis depilado.
Grité. Solo se oyó eso. Quise incorporarme para ver
qué era lo que él había echado encima de mí, pero sus manos en mi cuerpo
me lo impidieron y unas simples palabras salieron de su boca:
- Disfruta. Siéntelo.
Lo sentía. Un escalofrío
recorrió mi cuerpo al sentir frío en mi piel, pero no disminuyó mi
deseo; al contrario la curiosidad y el no poder ver lo que era aumentaba
mi excitación.
Noté como se lengua movía aquello que parecía un
líquido, pero que no lo era. El frío había desaparecido, dejando a su
paso un extraña sensación, placentera y muy distinta las habituales. De
nuevo su lengua en mi clítoris lamiendo con ansiedad hasta terminarse lo
que él había vertido. Cogió de nuevo la cucharilla y volvió a echar un
poco más de lo que antes había echado. Frío de nuevo. Y de nuevo volvió a
lamer. Su lengua, el líquido viscoso y mi piel, todo me hacía
enloquecer. Mi piel se erizaba y mi cuerpo se estremecía.
Se levantó y buscó mi boca. Me besó. Su lengua se
introdujo dentro de la mía y nos fundimos en una unión pasional. Sus
manos jugueteaban con mis pechos y mi cadera empujaba buscando ser
saciada. Saboreé su lengua. El sabor dulce era conocido. Me separé de él
y con mirada traviesa le pregunté:
-¿Chocolate? ¿Helado de chocolate?
El
solo me sonrió. Se puso encima de mí y con sus rodillas abrió mis
piernas. Noté su miembro erecto adentrándose en mí. Un grito y un gemido
invadieron el ambiente de la habitación. Mi cuerpo deseaba más, mis
caderas empujaban y se golpeaban contra él. Abracé su cuerpo con mis
piernas, mis talones se pegaban a su culo mientras él incitaba más. Su
respiración iba acompasado con sus movimientos que cada vez eran más
fuertes, más seguidos. Movimientos enérgicos que saciaban mi euforia.
Nuestras respiraciones se confundían con nuestros gemidos. Todo
primitivo, pero a la vez excitante.
Notaba como su pene se engordaba dentro de mí, en segundos
estallaría y yo con él. Llegamos a los orgasmos juntos, jadeando y
abrazándonos. Tardó unos instantes hasta que volvimos a la realidad.
Salió de mí y se puso a mi lado. Su sonrisa y su mirada lo decía todo.
- ¿Te ha gustado mi versión del helado de chocolate?
Me reí y él se unió a mí.
Fin
Autora: Selene