26 septiembre 2013

Relato por capítulos de Un seguidor: "Tócame"

Tócame
Capítulo 2

La pregunta la sobresaltó. Miró a su lado. Un hombre joven, bien vestido y de rostro agradable, se había sentado junto a ella.
–Prefiero estar sola –dijo Susana.
El hombre sonrió.
–Disculpa, pero no es bueno que una mujer beba sola. 
–Eso es algo que determinó yo –le increpó ella.
El hombre se sobresaltó. Su expresión se hizo dura.
–No quise molestar. Disculpa. Solo quería ser amigable.
Susana miró su copa. Luego lo miró a él. No tenía un rostro malvado. No era un canalla. Más bien parecía un play -boy, un buscaventuras como tantos.
–La verdad es que no sería agradable mi conversación –le dijo ella–. No estoy de muy buen humor.
El volvió a sonreírle.

–En ese caso –insistió él– con mayor razón creo que necesitas de alguien. Lo mejor es hablar los problemas.
–¿Con un extraño?
–¿No es mejor? Así se mantiene la privacidad de tus inquietudes, ¿no?
Ella le sonrió. Tenía razón. Total, no creía volver a ver a aquel individuo.
–¿Problemas de matrimonio? –preguntó él.
–¿Por qué crees que estoy casada?
Él sonrió. En sus ojos se notaba inteligencia.
–Ninguna mujer con tu belleza, tu presencia, estaría soltera.
–Gracia. Pero esa no es una gran razón.
–No. Es cierto. Pero la argolla de tu mano sí.
Susana rió. Nada más obvio.
–¿Y tú, eres casado?
–Oh, no. Dios me libre...
–¿Por qué?
–¿Tu me lo preguntas?
Susana bajó la mirada. Tenía razón. Ella sabía que las cosas no eran como uno las soñaba en un principio.
–Perdona –dijo él– No quise apenarte.
–Está bien. Tienes razón.
Hubo un silencio. El la miraba con detención. Susana le devolvió la mirada.
–Gustavo –dijo él.
–¿Que?
–Mi nombre. Me llamo Gustavo.
–Ah –dijo ella y bebió otro sorbo.
–¿Y tú?
Ella le miro dudando si decirle la verdad o no.
–Celia... –dijo y volvió a su bebida.
–No –dijo él. –No lo creo.
 ¿Por qué? –preguntó Susana tratando de parecer molesta.
–Simplemente porque ese nombre no te queda. No tiene que ver con tu personalidad...
Susana se rió. Gustavo no solo era observador. Era buen psicólogo.
–Susana –dijo ella mirándole fijamente.
–Ese sí. Calza perfecto.
–¿Calza?
–Así es –explicó él–. Los nombres hacen a las personas. La gente piensa que llamar-se Juan o Pedro es cuestión sin importancia, pero no es así. En cuanto a uno lo bautizan, le colocan un factor fundamental para el desarrollo de la personalidad.
–¿Lo crees así?
–Claro. Piénsalo. ¿Cómo imaginas un Serafín? ¿O un Abelardo?  Si el nombre es pasado de moda, uno será algo mas acomplejado que lo normal. Si es ridículo, será peor. Un Minervastrino no se atrevería a salir a la calle.
Susana reía con ganas.
–Imagínate ahora a una Ringunda, de origen visigodo. O una Tomasa, no muy leja-na...
–Mi segundo nombre –dijo Susana– es...
–No lo digas. Si tienes un nombre ridículo y feo, jamás lo digas. No ahora. En estos momentos tengo de ti una imagen encantadora. Puedes destruirla y eso lo lamentaría.
Susana estaba complacida. Pero le gustaba manejar la situación.
–...Josefina... –concluyó ella.
Gustavo la miró.
–Debí adivinarlo; nombre de emperatriz.
Susana sentía que el alcohol estaba surtiendo efecto. Le había dado calor y se había alegrado.
–Mi segundo nombre –dijo Gustavo– no es tan ilustre.
–¿Cual es?
–No. Es mejor guardar el secreto...
–Eso es sacar ventaja. Yo te dije el mío.
Gustavo la miró y le sonrió maliciosamente,
–Florencio...
Susana, que en ese momento bebía un sorbo de su copa, lo escupió sobre Gustavo al no poder contener la risa.
–Oh. Disculpa... –dijo ella, complicada.
–No importa –dijo él– La culpa es mía. Y si te hubieras atorado no me lo perdonaría.
Susana había tomado un puñado de servilletas y le secaba la chaqueta a Gustavo.
–Pero ¿es verdad lo de tu segundo nombre?
–Absolutamente. Fue por mi abuelo materno. Me pidió como ahijado y decidieron agregar su nombre al primero, que era de mi padre.
–Bonito gesto –dijo ella con malicia.
–Si... Y por suerte no se llámaba Nepomuceno...
Susana volvió a reír. Gustavo corrió la copa...
–No, no te volveré a ensuciar. Te lo prometo –dijo ella riendo.
–No me importaría. Francamente hacía mucho tiempo que no me divertía así.
–Y yo lo necesitaba también. Es agradable reír...
Gustavo le tomó la mano.
–Pero, pongámonos serios un momento. Cuéntame tus problemas. Si no te incomoda, claro.
–No. No echemos a perder esto.
–Tarde o temprano va a salir. Y es mejor ahora, antes que termines de beber tu co-pa...
Susana se dio cuenta que tenía razón. Si después de haber bebido se ponía sentimen-tal, terminaría llorando.  Mejor era marcharse.
–Debo irme.
–No, por favor –insistió él–. Déjame serle útil a alguien hoy. Mi buena acción del día –dijo haciendo el gesto de los scout.
–¿Ayudar a cruzar la calle una anciana?
–No me interpretes mal. Por lo demás tú no tienes nada de anciana,
Susana sonrió con algo de tristeza.
–A veces me siento como tal.
–No debes. Eres una mujer hermosa, alegre... Y tienes una muy buena figura. Ese vestido te queda estupendo. ¿Lo usas a menudo? Ah. Ya sé. 'Tu problema es que tu ma-rido no te deja en paz. Con ese traje debe andar caminando por las paredes...
Susana reía.
–No. Ni siquiera se fijó...
Gustavo notó la tristeza.
–¿Es no vidente?
Susana soltó otra carcajada.
–Y no... varias cosas más. –dijo riendo con ganas.
–Eso es grave. Y si ese es tu problema, lo que tienes que hacer, y este es el consejo de un hombre con mi experiencia en el matrimonio, de los demás, claro, que es la única que vale, mi consejo profesional es que lo mandes al taller para que le hagan un afina-miento. No, mejor, que la cambien los pistones.
Susana se divertía mucho. Gustavo la miraba complacido.
–También que le revisen el Carburador. ¡Eso! Que lo carburen de nuevo... Y que le arreglen el freno de mano...
Ambos reían sin importarles que los demás los miraran.
–No seas idiota. Me vas a hacer llorar... –dijo ella.
–No. Solo reír. Tienes una risa preciosa…
Ella lo miró con agradecimiento. Hacía mucho tiempo que nadie le decía aquellas frases hermosas...
–Eres muy bueno conmigo... –dijo ella.
–¡Oye, no! –dijo él casi gritando–. Todo lo que te digo es la verdad. No te menosprecies.
Susana dejó la bebida a un lado.
–No más. Es suficiente.
–Una mujer que conoce su límite en la bebida no puede temerle a la vida.
–No le temo.
–Pero no la enfrentas. ¿Qué haces todos los días?
–Lo normal...
–Rutina –dijo él, cavilando–. Preparas el desayuno, luego aseas la casa, haces el almuerzo y cuando terminas de lavar los platos tienes que empezar a preparar la comida. Tus hijos... ¿Tienes hijos?
–Dos…
–Tus hijos dejan todo desordenado, tienes que retarlos a cada momento... Bueno, los niños alegran algo la vida...
–Ya no son niños. Van a la universidad…
Gustavo la miró con incredulidad.
–No puede ser. Entonces te casaste muy joven.
Susana rió complacida.
–No. Lo que sucede es que no soy tan joven...
–Pero se te vez fantástica. ¿Como es que la rutina no te ha despedazado? Ah, ya se. Tienes un amante...


CONTINUARÁ...

19 septiembre 2013

Relato por capítulos de Un SEGUIDOR: "TÓCAME"

Tócame 
Capítulo 1

La leche se subió y comenzó a derramar sobre la cocina. La llama chisporroteó y luego se extinguió, Susana corrió a apagarla.
–¡Maldición...!
Las tostadas comenzaban a humear. Las retiró del fuego y las puso en la panera. Re-tiró la leche y comenzó a limpiar con un paño el desaguisado. La puerta de la cocina crujió.
–¿Está servido? –Quiso saber su marido.
–Espera un momento –contestó ella– Se subió la leche.
Enrique se sentó y la observó.
La bata estaba algo raída por lo años, su pelo ya no brillaba como antes y su rostro comenzaba a mostrar las primeras grietas.
–Estoy atrasado, Susana –reclamó él.
Ella se volvió y le pasó la leche
–Sírvete tú.
–¿Amanecimos de mal genio hoy? –dijo él mientras se servía.
Susana continuó limpiando sin contestar. No quería pelear nuevamente, como la no-che anterior. Estaba cansada, necesitaba unas vacaciones.
–¿Los niños? –quiso saber Enrique.
–Ya se fueron.
Bebió su desayuno casi de un sorbo y, tomando una tostada, se encaminó a la puerta.
–No sé si venga a almorzar. De todas formas deja algo en el refrigerador...
Ella asintió con la cabeza. Lo miró. Enrique dio media vuelta y salió.
¿Que estaba pasando? Los primeros años fueron deliciosos. Luego nació Paula y ya tuvieron muy poco tiempo para ellos. Enrique comenzó a distanciarse. Cuando nació Felipe ya eran como dos extraños que vivían bajo el mismo techo. Ya no más romance, ya no más ternura... De pronto, alguna noche, hacían el amor, pero era algo mecánico, un mero impulso.
Tenía que hacer compras, depositar en el Banco y llamar a varias amigas para preparar la reunión del jueves. Miró la hora y corrió al dormitorio. Todo estaba revuelto. Enrique nunca había aprendido a tener orden...
Entró al baño y abrió la llave de la ducha. Se puso la gorra y se quitó la bata. 

Se observó desnuda en el espejo. Ya comenzaban a aparecer algunas gorduras, algo de celulitis... Debía hacer más ejercicio o se pondría obesa. Se subió a la balanza y, haciendo un gesto de desagrado, se metió a la ducha.
Media hora más tarde salía de casa rumbo al supermercado. Siempre había tenido mucho gusto para vestirse. Era elegante, tenía buena presencia a pesar de no ser muy alta... Claro que las mujeres suplen aquellos detalles con muchos elementos, como tacones altos, o un peinado elevado... Sin embargo ella lucía bien siendo natural. Era una señora, ya no una jovencita, y debía lucir como señora...
El supermercado estaba a dos cuadras. A esa hora siempre estaba casi vacío. Así podía elegir lo que quisiera sin que hubiera sido manoseado por mil manos desconocidas. Y podría entrar en una caja y salir sin largas esperas ni errores de la cajera.
Volvió a casa y, luego de dejar las compras, volvió al auto. Tenía que ir al banco y era mejor hacerlo temprano también para evitar las aglomeraciones. Y ese día era de pago de imposiciones lo que auguraba largas filas de personas que esperaban el último día para cumplir con algo que podían haber hecho diez días antes.
Sin embargo el banco estaba casi vació. El cajero, que ya la conocía, la atendió cordialmente. Pasó también a mirar algunas tenidas nuevas a la tienda de ropa fina del sector. Quería comprar un traje que había visto allí hace días; era algo juvenil, quizás, pero hermoso y un poquito insinuante. Le agradaba. Y quizás así podría recuperar algo del pasado encanto que al parecer había perdido.
Entró a la tienda y peguntó por el precio. La verdad era que lo compraría igual, costara lo que costara. Hacía ya mucho que no se daba un gusto y ya era hora de hacerlo. Decidió que no lo probaría allí, sino en casa. No quería que la viera nadie más que su marido...
Le hicieron el paquete y salió.

En casa tendría que preparar algo para el almuerzo. Los niños, que ya no lo eran tanto, no vendrían seguramente. La universidad los tenía completamente absorbidos. Esperaba que Enrique si viniera. Se pondría el traje, prepararía una buena carne, abriría un vino fino y pondría una mesa hermosa... Así podrían quedarse en casa toda la tarde. Enrique no tenía necesidad de estar permanentemente en su trabajo. Para ello tenía un voluminoso personal ejecutivo...
El menú lo sacó de un libro que le regalara su suegra al poco de casarse. Seguramente la señora pensó que ella era una pésima cocinera. Y la verdad era que no estaba tan equivocada. No tenía mayor afición por aquel arte. Pero en esta ocasión quería hacer algo especial, algo realmente exquisito...
Pasado el mediodía y mientras todo se cocinaba en el horno, subió a su cuarto. Abrió el paquete que trajera de la tienda y sacó el vestido. Lentamente fue observándolo, estudiándolo, hasta que, con la misma, calma, se lo puso. Miraba cada detalle, cada posible arruga. Quería que estuviera perfecto. Todo...
Sonó el timbre. Debía ser Enrique.
Corrió a la cocina, apagó el horno y, echando una mirada al comedor vio si todo es-taba bien presentado. Luego fue a abrir la puerta.
–Hola –dijo Enrique.
Susana se paró delante de él.
–Hola –le dijo sonriéndole con un gesto de misterio.
–¿Hay algo para almorzar? –preguntó él.
–Y muy especial –le contestó ella. –Pasa al comedor.
El dejó el maletín sobre una mesita y miró a Susana.
–La verdad es que estoy con poco tiempo. Tengo que volver a la oficina, así que sírveme algo rápido y...
–Puedes faltar hoy –reclamó ella–. Tienes suficiente personal que puede remplazarte.
–Hoy es imposible. 
–Pero puedes llegar algo mas tarde. Preparé un buen almuerzo. Ven al comedor.
Enrique insistió.
–Susana, por favor. Voy a comer algo en la cocina y rápido.
Ella le miró con ira.
–Está bien –dijo dando media vuelta.
Abrió el horno y sacó el trozo de carne, colocándolo sobre la mesa,
–Sírvete tú mismo...
Enrique se sentó y olió la carne.
–Huele muy bien.
–Quería darte una sorpresa.
–Deberías haberme avisado. Lo hubiéramos dejado para otro día
Y ¿el misterio? ¿La sorpresa? ¿La magia? Imbécil...
–Hay vino blanco en el refrigerador. Yo me voy al dormitorio –y se dirigió a la puerta.
–¿De qué baúl sacaste ese traje? –dijo Enrique –¿No era uno de los que usabas cuan-do lola?
Susana continuó caminando. Sus ojos se habían llenado de lágrimas y no quería que la viera así. No quería mostrarse débil, no quería que él le tuviera lástima.
En su habitación se desahogó un buen rato. Luego se lavó la cara y comenzó a qui-tarse el traje.
¿Se veía tan ridícula? ¿Es que ya la vida había terminado para ella y solo quedaba sobrevivir? ¿Eso era todo?
De pronto sintió algo que se le venía a la garganta, una ira oculta, una necesidad de gritar, de maldecir, de...
Volvió a ponerse el vestido y comenzó a maquillarse. Necesitaba saber si se veía tan estúpida o no. Saldría a la calle, iría a pasear, a caminar entre la gente...
No se dejaría vencer.


Estuvo paseando toda la tarde. En un comienzo se sintió incómoda, pero se dio cuenta que las miradas que le dirigían no eran sino de aprecio; los hombres, especial-mente, miraban sus formas más rellenas, pero suaves. Además, siempre había tenido ese andar cadencioso que da un carácter coqueto, sensual, a la mujer.
No era una anciana, tampoco. Y por lo demás, hoy en día todo el mundo viste como se le da la gana...
Sintió deseos de tomar algo. Un refresco, frío. Mejor, aún; un trago, un margarita o un daiquirí. Como antes. Pero ahora no estaría Enrique.
Entró a un bar elegante y caminó hasta la barra. Había allí más hombres que mujeres y éstas eran más o menos de su edad y mayores. Se sonrió. Quizás todas venían a diver-tirse con sus maridos...
–¿Qué le sirvo? –preguntó el barman.
–Francamente... –titubeó– Un margarita.
El hombre dio media vuelta y se puso a preparar el trago. Susana miró a su alrededor de nuevo. Algunos hombres la observaban detenidamente. Se sintió molesta. Volvió la vista al mesón y comenzó a comer algunas de las masitas para acompañar la bebida que el barman había colocado frente a ella.
–Un margarita –dijo el hombre y puso una gran copa decorada frente a Susana.
Esta la observó y pensó que, de beberla entera, no podría salir de allí. No en dos pies por lo menos.
–¿Te molesta si te acompaño?

CONTINUARÁ...


14 septiembre 2013

La propuesta

La propuesta

Hacía ya un tiempo que una idea algo descabellada pululaba por mi mente y como no podía quitármela de la cabeza decidí comentárselo a él, la verdad esperaba un “no” por respuesta, pero me equivoqué y accedió a ella. No era fácil organizarlo, pero al final conseguimos cuadrar nuestras agendas personales.
Aunque la situación me producía mucho morbo, no debíamos bajar la guardia, la situación podía volverse en nuestra contra y que nos descubrieran. Teníamos que actuar con cautela.
Quedamos un domingo por la mañana en un lugar céntrico y muy concurrido. La mañana era soleada y el cielo estaba limpio de nubes. Aparcamos el coche en el parking de la playa, aunque nuestro punto de encuentro no era ese. El lugar acordado era en la famosa marisquería de la ciudad, pero más concretamente en la terraza.
Llegué con mi familia cinco minutos antes de lo previsto, eso me dio tiempo para elegir un buen sitio e intentar relajarme. Disimulaba mis nervios con una alegría comedida y una risa poco forzada, hablaba haciendo hincapié en lo mucho que me apetecía comer allí. Mi marido jugueteaba con la niña cuando lo vi aparecer con su familia. Su porte y su andar eran únicos. Vestía un pantalón de lino blanco con una camisa del mismo color que acentuaban su color tostado de piel. Sus chispeantes ojos grises estaban ocultos tras una modernas gafas de sol, que se compró hace poco. Me atraía mucho más así que con los apagados trajes con los que estaba acostumbrada a verlo cada día. El verano estaba siendo generoso con él, su piel había adquirido un tono tostado, eso le daba un porte delicioso y un aire más sensual. Crucé las piernas intentando apagar el calor que se había encendido cuando lo vi.

Recuerdo con nitidez nuestro primer encuentro sexual, pero hasta que eso sucedió el contacto tan solo era visual y rodeados siempre de gente. El punto de encuentro, el ascensor, aunque, ¿quién no conocía al famoso arquitecto, Miguel Blaquez?. Supongo que habrá quien no lo conozca, pero después del diseño y construcción del Museo de Arte moderno de la ciudad, ya no pasaba desapercibido para nadie. Trabajamos en el mismo edificio, pero en empresas diferentes. Hoy por hoy, pienso que es lo mejor, es una buena forma de guardar las distancias. 
La tormenta tuvo la culpa.
La tormenta y que por esas casualidades de la vida, los dos aquella tarde, salimos más tarde de nuestro trabajo. El día estaba lluvioso,  pero nada hacía presagiar la furia que se desencadenó justo minutos antes de abandonar mi despacho. Los truenos comenzaban a sonar cuando recogí mis cosas para marchar, pero a medida que pasaban los minutos aumentaba la frecuencia y los relámpagos hicieron su aparición. Pulsé el botón del ascensor centrando mis pensamientos en la tormenta. No les tengo miedo, pero sencillamente, no me gustan. Las puertas se abrieron y allí estaba él, Miguel, tan apuesto como siempre, con su eterna sonrisa e impecable como a primera hora de la mañana. Había fantaseado con él en millones de ocasiones, sentía una atracción que no había sentido ni con mi marido cuando estábamos de novios. Pero hasta ese día todo estaba en mi cabeza y estaba dispuesta a que siguiera así, de no ser por la tormenta y nuestro encuentro en soledad.
Cuando lo vi y comprobé que estábamos solos, aparté de mi mente toda fantasía, no quería que no notara ni un ápice de lo que bullía dentro de mí. Nos saludamos cortésmente. Las puertas se cerraron y me situé al lado de él. Su dedo apuntaba al botón del parking cuando el ascensor se paró con una fuerte sacudida dejándonos colgados y sin luz.
Maldije la tormenta. Estaba furiosa.
Con la sacudida literalmente caí encima de él. Sentí vergüenza y agradecí por unos instantes que no hubiera luz para que no pudiera verme, estaba segura que mi cara era el reflejo de un tomate. Me disculpé pero al intentar mover los pies, un quejido salió de mi garganta.
-¿ Estás bien?, ¿te has hecho daño, Clara?
No podía contestar, no solo por dolor que tenía en el tobillo, sino porque supiera mi nombre.
- Estoy bien gracias, solo qué me duele un poco el tobillo. He debido de torcérmelo con la caída.
- No te preocupes, es unos segundos todo habrá vuelto a la normalidad. Volverá la luz y podremos marcharnos y sino no puedes caminar, llamaremos a una ambulancia.
Tanteé con mis manos el tobillo y comprobé con satisfacción que todo estaba bien. Deduje que el dolor era la consecuencia del golpe y de la torcedura. Me aparté de su lado para sentarme mejor y poder estirar las piernas. Durante esos momentos ninguno de los dos dijo nada, tan solo se oían los truenos y los relámpagos. Todo estaba oscuro y los minutos se me hacían eternos.
- ¿Te sigue doliendo el pie, Clara?- me preguntó con voz pausada intentando infundirme tranquilidad.
- Sí aun me duele un poco, pero por lo que he tocado, no parece nada grave. Estoy segura que solo es una pequeña torcedura.
- Déjame verlo, creo que con un pequeño masaje se te pasará el dolor.
Me saqué los zapatos y a tientas y guiada por la pared del ascensor me moví hasta que mi pie descansó sobre su pierna. Sus manos se posaron con seguridad en mi pie, como si esto lo hiciera todos los días. Sus hábiles dedos recorrieron mi tobillo. Sus manos desprendían un calor que desconocido. Una sensación que avivó las olvidas fantasías que día tras día tenía con él. Todo seguía en silencio entre nosotros, solo nos acompañaba la tormenta.
- ¿Mejor así?- irrumpió de esta manera mis pensamientos
- Sí mucho mejor- contesté intentando que mis palabras sonaran convincentes.

No pude engañarlo, mi respiración me delató. Pensé que él pararía pero no fue así. Sus manos ascendieron por mi pierna suavemente con un delicado masaje e intuí que no se iba a detener allí. Yo no tuve fuerzas para decirle no, en el fondo lo deseaba, ansiaba eso y mucho más. Continuó ascendiendo por mis muslos y mi respiración era cada vez más sonora. Se detuvo en la goma de mis medias y jugueteó con ellas. En aquellos momentos hubiera deseado tener luz, para ver su cara y sus ojos, pero sabía que si mi deseo se cumpliera, todo acabaría y yo me quedaría con un calor encendido y sin poderlo apagar. Su mano empujó mi falda hacia mis caderas al ver que no yo no me oponía a sus caricias. Sus hábiles dedos recorrieron mi ingle. El se acercó más a mí. Notaba su aliento en el cuello y su respiración como la mía era cada vez más agitada. Tocó el borde mi tanga y comenzó a acariciar mi pubis encima del encaje. Poco a poco notaba como la humedad llegaba a mi tanga. Paseaba su mano sin reparo por encima de mi vientre. Bajaba y se detenía entre mis piernas sin llegar tocar mi piel, todas las caricias eran por encima de la finísima tela que cubría esa zona tan deseada. Detuvo su mano pero uno de sus dedos fue introduciéndose entre mis labios, mi tanga estaba totalmente mojado. En ese instante me olvide de todo, de donde estaba, con quien estaba... tan solo quería que ese dios del placer me hiciera estallar.
El no decía nada, solo pequeños sonidos salían de su garganta, sonidos que eran gloria para mis oídos y que me indicaban que disfrutaba tanto como yo. Apartó con cuidado el borde de mi tanga y con gran habilidad buscó entre mis labios la perla de mi placer. Con dos de sus dedos comenzó a estirarlo. Eran tirones suaves pero que hacían aumentar mi locura, mi deseo desenfrenado. Enseguida noté como el botón de mi locura se engrosaba entre sus dedos. Estaba a punto de estallar, mis caderas no paraban de moverse, buscando ser saciada por él. Paró para introducir uno de sus dedos dentro de mí. Mi humedad mojó su dedo que pronto comenzó a moverse. Al  instante noté como introducía otro dedo más... Para mis adentros proclamaba al cielo que me había enviado aquella delicia. Con sus dos dedos dentro mí, comenzó a moverlos a ritmo increíble a la vez que yo empujaba su mano con mi cadera. El orgasmo llegó entre envestida y envestida liberando una pasión que desconocía.
Justo en ese instante las luces se encendieron y nuestras miradas se cruzaron. Sacó sus dedos y se los chupó.

- ¡Eres deliciosa, Clara!- exclamó mientras volvía a poner sus dedos dentro de mí.
Los sacó y me los acercó a mi boca con la invitación a que yo lo probara.
- Siento mucho ser tan cortante, pero debemos recomponernos, pronto estaremos en la puerta del parking y tal vez haya alguien abajo.
Parecía frío y calculador, pero en realidad tenía razón. No entendía nada de por qué había pasado y cómo, pero no me arrepentía. Había sido el mejor orgasmo de mi vida.
- ¡Clara, quiero más de ti!. Esto solo ha sido un aperitivo de todo lo que puedo darte, piénsalo.
Las puertas se abrieron y mientras se dirigía hacía el coche, yo lo observé quieta apoyada en la primera columna que encontré.
Después de aquel encuentro en el ascensor, pensé mucho en lo que ganaba y en  lo que podía perder. Al día siguiente en la oficina llegó un mail suyo, donde me explicaba la inmensa atracción que sentía por mí, pero que no por eso estaba dispuesto a dejar su familia. Lo que él me proponía eran encuentros seguros para los dos, pero llenos de fantasía, morbo, pasión y placer. Estaba muy confusa para tomar una decisión tan rápido, no estaba segura de poder mantener una situación así y convertir a Miguel en amante; porque me gustara o no, si aceptaba acabaríamos siendo amantes.
Tarde unos días en decidirme, el tiempo que me llevó a comprobar que el sexo con mi marido, nunca me haría sentir lo que me hizo sentir Miguel en unos minutos. Así pasados cinco tormentosos días, decidí aceptar su proposición.

Nunca en la vida me había planteado tener sexo fuera del matrimonio, porque creía que ese espacio de mi vida estaba completo. El problema fue probar el dulce veneno de Miguel y comprobar que mi vida sexual era sosa. Por eso lo necesitaba, precisaba sus caricias, su arrebato, su pasión y su sensualidad...  por eso para mí, él no era un amante. Él es la parte que complementa mi vida con mi marido. Amo a mi marido; pero él, mi amante, es el complemento ideal. No me gusta llamarlo así, pero sé cual es su sitio y el mío, siendo el resultado amantes apasionados, reconociendo cada uno su lugar.
Giré la cabeza para no recordar. Aparte mis ojos de él para no embobarme. Agarré el vaso de mi martini y di un sorbo largo. Centré mi atención en mi hija y en todas esas pequeñas tonterías que hacen los niños para llamar la atención de sus padres. Miré de reojo para ver donde se sentaban. A la izquierda, pasadas tres mesas, allí estaba él y su perfecta familia. Nadie de los que estaban allí, podía sospechar que es lo que había entre nosotros. Actuábamos con normalidad, pero estoy segura que mi mente y la suya se encontraban en el mismo lugar.
Sentí la necesidad de moverme. Estaba segura que él me había visto, pero con la duda instalada en mi mente, me levanté y me excusé con los míos diciendo que iba al baño. Podía ir por dos caminos, pero estaba muy claro por cual ir.
Caminé con paso corto y más bien despacio. Tenerlo cerca y no poder tocarlo aumentaba mi deseo. Al pasar por su lado, hubiese dado un mundo por que en ese momento él, me llevará al cielo, como cada vez que nos encontrábamos. 
Empujé una puerta donde ponía “aseos”, pero no especificaba sexo. Entré y a mi derecha había dos puertas con sus respectivos símbolos anunciando para quien eran. Me quedé en la zona común, una encimera con dos lavabos. Apoyé mis manos en el granito y acalorada por su presencia bajé la cabeza. Tenía que relajarme o todo se iría al traste. Respiré profundamente. El ruido de la puerta me indicaba que alguien entraba. Sin levantar la cabeza comprobé quien era.
-  ¿Tu?
- Sí, yo. ¿Acaso no era eso lo que querías con este encuentro?
No me dio tiempo a responder. Sus labios taparon mi boca. Con gran habilidad me empujó hacía la puerta donde había un símbolo de mujer. Entramos medio enlazados y cerró la puerta con el pestiño. Apoyó su espalda a la puerta y con sus brazos me atrajo hacía él.
Su lengua invadió mi boca buscando con urgencia la mía. Se entrelazaron como si en ello nos fuera la vida, como si fuera el último encuentro. Nos movimos mientras nuestras bocas seguían unidas. Mi espalda era ahora la que se encontraba contra la pared. Sus manos corrieron mi cuerpo y se detuvieron en mi culo. Me apretó a él con energía. Un bulto duro en su entre pierna, indicaba que estaba listo. Sin despegarse de mí, subió mi vestido, separó el tanga e introdujo dos dedos en mi vagina, estaba húmeda y preparada para él, para gozar de su intensidad. Me aferré a él con firmeza, mis manos en su espalda sintiendo su calor. Ahogaba mis suspiros, todo era silencio. Su boca se perdió en mi cuello y su lengua hacía círculos en mi piel. Sus dedos habían preparado el terreno para su pene erecto. Un miembro que me hacía enloquecer.

 Me penetró con rapidez y comenzó ese movimiento de caderas que me volvía loca. Mi cuerpo quería más y acompasó sus movimientos. Unidos en un solo son, llegamos al orgasmo. No pudimos hacer más, pero el morbo de la situación era suficiente. Esperamos a que nuestras respiraciones se clamaran con las manos entrecruzadas.
-Chato, me vuelves loca. Cubres todo el morbo y fantasías soñadas- susurré al oído.
Él me sonrió y tras comprobar que fuera no había nadie, salió. Yo me quedé dentro recuperándome. Respiré profundamente, me recompuse el vestido. La puerta del aseo se oyó y sus pasos se perdieron tras ella. Salí y me miré al espejo. Me refresqué y sonreí pensando en la excitante propuesta. Abrí la puerta y me dirigí a la mesa donde se encontraba mi familia.

12 septiembre 2013

Relato SEGUIDOR DE FACEBOOK: Hoy no!

 

 

Hoy no!

Hoy no veré tus senos balancearse suavemente sobre mi pecho por el impulso de tu cadera ansiosa, mientras tus pezones endurecidos buscan afanosamente mis labios.

Hoy no quiero mirar como tus labios se proyectan hacia adelante justo antes de que el éxtasis los distienda entreabriéndolos para dejar escapar ése tu reclamo tan musical y único.

¿Te dije que tampoco me apetece la imagen de tus ojos entrecerrados dejando ver un poco de blanco bajo tus pupilas marrones y brillosas mientras te concentras en la inminencia de tus orgasmos? Y hoy no has de paladear en mi boca el sabor de tu sexo, ni te contemplaré al momento en que te incorpores arqueándote contra mis muslos para exponerte plena a mi mirada y a mis manos, haciéndome alcanzar el límite de los ángulos que puede asumir mi pene erecto sin abandonar tu guarida, con esa sabiduría con que me depositas en el límite entre el placer máximo y el dolor.

¿Sabes? ni siquiera me incita sostener tu cabeza a la altura de mis ingles mientras tu lengua y tus manos liberan la represión de mis palabras. Mucho menos que entremos juntos a la ducha tibia para enjabonarnos el cuerpo y el alma.

Prescindiré del todo de la belleza de tu rostro y de tu busto. Hoy no te dejaré hacer travesuras, no te permitiré sorprenderme con tus variaciones.

Hoy no.

Porque hoy es mi día. Hoy quiero ser egoísta.

Por eso en cuanto cruzaste mi puerta te vendé los ojos con una pañoleta, por eso hice que permanecieras de pie apoyando los codos en la mesa y mis dedos recorrieron tu espalda para curvarla justo en la cintura. Ah, te advierto que tras esta caricia saldrán de la escena. Será su única intervención importante, no esperes que se alternen a ambos lados de tu clítoris con la cadencia que tanto les aprecias, ni que rodeen tus areolas jugando a las escondidillas con tus pezones magníficos.

Ten confianza, seré cuidadoso. Me hinco tras de ti, muerdo el dobladillo de tu falda y la voy levantando, haciendo que mi barbilla surque la parte interna de tus muslos. Lo haga tan lento que mis palmas se adelantan para llenarse en tus curvas, en tu cadera bien torneada, con tus nalgas únicas.

Llego a la cima, me levanto y doy tres pasos atrás para admirar el gusto que tienes para la lencería y adivino tras tus prendas los relieves, surcos y pliegues que tan bien conozco y me siguen asombrando. Pero también es hora de que esas ropas abandonen el escenario, aunque aún tiene en un papel que cumplir: quedarse entre tus tobillos para impedirte la huida. Allí las dejo, justo arriba de tus zapatillas e inicio nuevamente el ascenso, pero ahora es mi lengua la que asume el rol protagónico: pasea por los senderos que antes recorriera la barbilla. Sube y baja, besa los pliegues de las pantorrillas, brinca de un lado al otro hasta llegar al punto de unión de tus piernas.

No la detengo, ella ahora merece ser la primera en bucear tus profundidades, para eso sabe hacer a un lado los pliegues que te resguardan, los recorre hasta donde confluyen resguardando la pequeña seta roja, la paladea, la succiona, se deleita con su aroma, devora esa amanita deliciosa.

Shhhh, no digas nada...

Que ya estoy listo, de pie tras de ti. Quiero poseerte ahora. Mi sexo está ansioso de tu sexo. Pero lo refreno apenas empieza su recorrido, lo retraigo, hago que memorice la forma en que lo arropas apenas entra y el sonido que protesta su salida, una y otra vez.

Que no se estremezcan tus piernas...

Porque ahora recorreré tu interior en su totalidad. quiero sentir como te aferras a mi virilidad desatada, como me aprisionas y tratas de retenerme. Mientras, yo te sostengo por la cadera, te impulso de adelante hacia atrás sincronizando mi movimiento con el que le doy a tu cuerpo. Y mis ojos se vuelven a llenar de ti, no dejo de verte, de olerte, de gozarte, de imponerte mi ritmo.

Y ahora no refrenaré mi orgasmo, ya lo siento venir. Sobreviene de a poco, anunciando su grandeza, como todos los que he alcanzado contigo. Pero permaneceré dentro, hasta que no me expulses, porque quiero sentirte aún como me presionas, como te adueñas de mí.

Mientras, permanece en silencio.

Porque hoy quiero ser egoísta. Hoy es mi día.
Autor: Ged. De su blog. "El taller de Ged". SEGUIDOR DE NUESTRO FACEBOOK

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