28 febrero 2013

Voyeur

ESTA SEMANA OS PRESENTAMOS EL RELATO 
DE UNO DE NUESTROS SEGUIDORES
TITULADO: VOYEUR 




Voyeur


El jardín trasero de mi casa era uno de mis lugares favoritos, sobre todo ahora que el verano se había adelantado. La noche sin luna era tibia, y una suave brisa me acariciaba. No sé si por producto de la cerveza que estaba tomando, o por lo invitadora de la noche, comencé a sentir una fuerte excitación. Tres muros y varios árboles, separaban mi intimidad de los vecinos. Por eso no me molesté en ocultar la erección que imprevistamente estaba teniendo. De pronto, una luz se encendió y tiñó algunas  flores de color. Era el baño de Claudia. Luego de una pelea muy breve que tuve con la tentación que me invadía, silenciosamente arrimé una silla al ventanuco y con mucho cuidado, me puse a espiar. Allí estaba. Tan tentadora como una frutilla en primavera, enfundada en su ropa de oficina cepillando su cabello largo y negro. Podía ver su rostro reflejado en el espejo. Aún tenía puestos los lentes que enmarcaban sus ojos rasgados y verdes, y que tanto me gustaban. Su camisa estaba desabrochada, y la puntilla de su sostén marcaba el límite entre una simple tela y los pechos, que pedían a gritos su libertad. Como si los hubiera escuchado, con un rápido movimiento se sacó la camisa y liberó a los cautivos que por un instante vibraron felices. Tanto como yo. Bajó el cierre de su pollera y no sin trabajo, la deslizó por sus piernas interminables. Quedó frente al espejo,  solo con su brevísima bikini. Mirándose. Mirándola.  Su culo, atlético y orgulloso parecía mirarme invitadoramente. Ya no resistía mi calentura, pero lo peor fue cuando sus manos comenzaron a deslizarse por su cuerpo. Lentas, seguras.  Su piel se erizó cuando los dedos, juguetones, se instalaron en su entrepierna. Los  pezones comenzaron a inflamarse, y yo con ellos. Algunas gotas de sudor cayeron de mi frente y me dificultaban la visión. Sin dudarlo las limpié con mi mano temblorosa, lo que provocó que perdiera el equilibrio y cayera estrepitosamente.
—¡Juan! ¡¿Sos vos?! —la escuché gritar desde el suelo.
Lo último que quería era ser descubierto. Entré lo más silencioso y rápido que pude y con mi mejor cara de sorprendido dije:
—Hola, Claudia. Estaba afuera. No te oí llegar.
—¡Me alegra qué estés! ¿Te duchás conmigo?

Dando por sentado cual iba a ser mi respuesta, entró en el duchero y abrió las canillas. Rápidamente me saqué la ropa pero en vez de entrar, preferí quedarme allí en la puerta observando cómo el agua se deslizaba por su cuerpo  acariciándolo, haciéndolo brillar. Introduciéndose por todas sus partes a la vez. Una envidia tonta se apoderó de mí, y quise convertirme en agua para así poder hacer mío, en su totalidad, el cuerpo de esa mujer que me enloquecía, y que ahora estiraba su mano agarrando mi miembro invitándome a entrar con ella. Me recibió con un beso largo. Nuestras lenguas se encontraron, al principio tranquilas, pero rápidamente la pasión se apoderó de ellas. Con un pequeño salto, se colgó de mí abrazándome con sus piernas. Comencé a besarle el cuello, mientras llenaba una mano con su pecho, con la otra acariciaba su entrepierna. Mientras tanto, ella se divertía lamiéndome la oreja. La bajé, y apoyé sus manos contra la pared de la mampara. Sus pechos erguidos me miraban desafiantes. Comencé a besarlos, a lamerlos. Pronto sus pezones respondieron a la caricia inflamándose, pidiendo más. Llené mi boca con ellos mientras mi lengua jugueteaba con sus puntas. Lentamente fui bajando por su vientre y me entretuve con su ombligo. Elevé mi mirada, y pude ver en su expresión silenciosa el placer que le daban mis caricias. Ella sabía lo que venía, pero no cuando.

Al fin llegué al sitio tan anhelado. Ella, sin que se lo pidiera, estiró una pierna apoyándola en la jabonera. Por unos instantes me quedé observando esa parte de su cuerpo que en la intimidad me gustaba llamar “la puerta del paraíso”. Brevemente afeitada dejaba  para mi placer, al descubierto sus labios carnosos. Comencé a lamer a su alrededor, sus ingles y parte de sus piernas. Ella, que tenía sus manos apoyadas en mi cabeza, trataba de dirigirme al lugar que estaba esperando. Decidí que ya era el momento y con mis pulgares separé los labios, y el más hermoso color rosado de todos, apareció. Empecé a lamer, primero despacio para poder saborear su gusto. Luego más rápido. Por momentos metía toda mi lengua en su vagina, como si fuera su boca, para luego dedicarme solo al clítoris. Metí dos dedos en su hueco, suplanté la lengua por el pulgar y me incorporé. La di vuelta, y como si fuera un policía con un sospechoso, la apoyé contra la pared y le hice separar las piernas. El agua de la ducha golpeaba mi espalda y salpicaba la de ella. Las gotas se deslizaban señalando un camino. Lo seguí. Separé sus nalgas y por un buen rato dibujé el contorno de su hoyo con la lengua. Tomé su mano y la llevé a su entrepierna. Entendió y comenzó a frotarse, despacio, con un movimiento circular. Volví a separar sus nalgas y escupí en su ojete. Despacio, metí un dedo lo saqué y volví a escupir. Muy lentamente fui entrando en ella. Hasta que al fin toda mi verga estuvo en su interior. El delicioso túnel me recibió tibio, deseoso. Pero todavía faltaba algo. Estiré mi brazo y tanteé en la repisa que estaba llena de frascos y pomos. Elegí un desodorante que tenía forma de bala y lo coloqué en su vagina. Gimió sorprendida al sentirse doblemente penetrada, pero no opuso resistencia. Separó un poco más las piernas y elevó el culo para hacer más sencillos los movimientos. Y comenzó el balanceo, al principio suave. Pero el principio fue muy breve. Casi de inmediato nuestros cuerpos tomaron un ritmo frenético buscando la explosión, el “Big Bang” más maravilloso. Deseaba explotar dentro de ella, pero a la vez no quería que esto terminara. Sentí cómo su mano apuraba la caricia, cada vez más rápido. Yo hice lo mismo con el dildo improvisado. Sus gemidos, mi cuerpo chocando contra su culo y el sonido de la ducha, eran la música perfecta para el apoteótico final. Para el mágico final. Acabamos juntos. No siempre podíamos hacerlo. Sentados bajo el agua nos abrazamos y nos dimos un beso de mutuo agradecimiento.
—¡Lo había olvidado! Vamos a vestirnos —dijo levantándose.
—¿Vestirnos? ¿Para qué?
—Es el casamiento de Patricia. ¿Te habías olvidado?
Sí. Me había olvidado, y no tenía muchas ganas de ir. Pero cuando llegué al dormitorio y la vi poniéndose el vestido negro, las ganas se apoderaron de mí. Iba a ser muy divertido, cuando volviéramos, espiarla sacándoselo. 

Autor: hectorock










21 febrero 2013

Solo amigos


ESTA SEMANA OS PROPONEMOS 
EL RELATO DE UNA DE NUESTRAS SEGUIDORAS:





"Sólo amigos"


Mientras todos mis amigos veían la película de terror que habíamos rentado, yo solamente podía concentrarme en su sonrisa sensual, varonil y picaresca. Luke era mi mejor amigo desde que tenía memoria. Habíamos estudiado juntos la primaria, secundaria y la prepa, y ahora que era toda una profesionista hecha y derecha, comunicóloga para ser precisos, continuaba fielmente a mi lado... Y a lado de su actual adquisición: “La estúpida sin sesos número cuarenta y cinco, y contando”.
No toleraba a la tipa. Me sacaba de mis casillas con más facilidad que un niño malcriado y latoso que cuestiona todo. Era sumamente delgada y de cuerpo espectacular, eso tenía que reconocerlo. Rubia, de ojos azules y senos y glúteos firmes y musculosos, todo un cliché, ah, ¡y cómo le encantaban a Luke los clichés! No obstante, lo que le sobraba de hermosura le faltaba de inteligencia. Mi amigo disfrutaba de ser el amo y señor de sus mujeres. Como todo buen macho, detestaba que una chica le retara o demostrara saber mucho más que él. Yo era una de esas chicas. Eso me convertía en la mejor de todas, según decía, para conversar y realmente ser amiga, hermana, pero la peor candidata como pareja. Tal vez tenía razón. No había tenido novio desde hacía un año. Era una persona bastante solitaria y con el único hombre que me sentía realmente cómoda era con Luke. Me hacía reír con sus deliciosos sarcasmos y me consolaba en las penas diligentemente, aunque siempre termináramos discutiendo por quien tenía la razón en cualquier tontería.
Uno de nuestros temas intocables era la ideología política. Una vez que las palabras: partido, capitalismo, socialismo, globalización o presidente se atravesaban en nuestro camino, lo mejor era seguir de largo con alguna discusión sin sentido de "¿cómo le gusta hacer el amor a Luke?", o en su defecto, "¿cuánto tiempo hace que Kay no lo hace?" Ésa era su favorita; no puedo decir que la mía también, ya que llevaba en un periodo de sequía más largo de lo que me gustaba admitir.
Le adoraba profundamente y, ahora que éramos adultos, me parecía que su magnetismo me arrastraba cada día más. Sus interesantes puntos de vista, su gran corazón para con los desvalidos, a quienes ayudaba a través de su programa de radio,  y la magnificencia con que exponía sus filosofías,  resultaban exquisitos. Me atraía tanto como el hierro al rayo, lo cual era muy inconveniente para nuestra amistad, así que me limitaba a admirarle a lo lejos y dejar las cosas ser lo que eran, porque no quería perderlo. Moriría sin él.
Aquella noche, Luke dejaría a Carly en su dormitorio de la fraternidad (de nuevo, cliché), y pasaría a botarme a la casa que recién había adquirido. Era el sitio de encuentro para nuestras interminables tertulias. No deseaba irse a su departamento porque odiaba estar solo, así que decidimos compartir una botella de vino o dos.
Platicábamos de nuestros encuentros amorosos no mutuos y compartíamos risas.

-Deberíamos darle una medalla a aquel último tipo que se acostó contigo, ¿cómo se llamaba? ¿Daniel "gimo tu nombre al correrme?" ¡Jajajá! Ése pobre incauto me ha causado más risa que cualquiera de los falsos orgasmos de mi compañera de cuarto en la universidad -mofó.
-¡Hey! La que se debería llevar una medalla por tener sexo con él soy yo. ¡Ésa manera de moverse como chiquillo virgen de secundaria era terrible! Pero juro que no me molestaría sentir su peso encima de mi cuerpo ahora. Estoy tan deseosa que hasta al cajero del supermercado le guiñé el ojo -fruncí los labios un tanto avergonzada.
-¡Jajajá! ¡Asco! No tienes remedio. Lo que necesitas es a alguien que te haga sentir como jamás te has sentido. Que te prenda hasta la última de las terminales nerviosas y te deje tan adolorida, que no puedas andar por una semana -arqueó la ceja.
-¿Una semana? Al paso que voy, el primero que me tome es el que va a estar sin andar por un mes -exagerado, pero real. Reí.
-Lo dudo. ¿Qué tan buena resultaría una socialista utópica como tú? -Cuestionó para provocarme.
-No voy a caer en tu juego -el alcohol comenzaba a calentarme la sangre. Si continuaba dándole rienda a mis impulsos, iba a caer irremediablemente en un abismo sin fondo llamado "incomodidad post-coito con mi mejor amigo". No podía permitirme dejarme llevar por mis deseos más obscuros.
-Ése no es el tipo de juegos que me gusta jugar -esbozó una sonrisa de suficiencia.
-Conozco tus juegos a la perfección. Sueles ser bastante detallista al describirlos  -fruncí el entrecejo.
-Vamos, preciosa. No te pongas celosa -me acarició la barbilla suavemente con las yemas de los dedos-. Todas las mujeres con las que he estado no se comparan contigo en lo más mínimo. Eres la única a la que amo –sonrió con esa perfecta sonrisa de dientes de porcelana.
No me ames tanto y mejor tómame -gritaba mi cerebro. Se veía increíblemente sensual con esos jeans desgastados y su camisa blanca en cuello "v". Solía usar zapatos deportivos o sandalias. Ante todo, prefería su comodidad. Físicamente era muy alto y de nariz afilada. Su barbilla fuerte le hacía parecer el clásico chico rebelde, más todavía por los vellos que le crecían desordenados en el hermoso rostro.
-Gracias por tanto amor -le guiñé el ojo y fingí una sonrisa. ¿Por qué no podía ser mío? -Si fueras un verdadero amigo, me harías el favor de terminar con mi miseria -¡Diablos! ¿En verdad había dicho eso? Toda la sangre se me subió a las mejillas, ruborizándome. Obviamente se percató de esto y aprovecho para hacerte sentir lo mas incómoda posible. Una de sus tretas favoritas.
-Así que, ¿te gustaría probar un poco de lo que tengo para ofrecer? -Se puso de pie y se acercó a mí. Las piernas comenzaron a temblarme y tragué saliva. Su cercanía me ponía sumamente nerviosa. El poder que tenía sobre mí era inmenso. Quedó a centímetros de mis labios y luego fue rozando mi mejilla con la nariz hasta llegar al lóbulo de mi oreja. Me ericé y solté un leve quejido. Él olisqueó mi cuello-. Tu aroma es intoxicante -regresó a mis labios, clavando sus pupilas penetrantes en mi faz. Justo cuando me acerque lo suficiente para sentir la suavidad de su boca, se separo de golpe y soltó la carcajada.
-¡Jajajá! ¡Guau! ¡Vaya que te urge un hombre! Mira que verme de forma tan apasionada solamente por proximidad –mofó divertidísimo. Quise asesinarlo.
-¡Eres un idiota! -Me paré y le empujé hasta tirarle en el mueble de piel negro de mi sala. Me dirigí al refrigerador y abrí la segunda botella de vino, tirando el corcho en el lavabo, furiosa.
-No te pongas así, preciosa. Siempre he jugado contigo y nunca te has molestado tanto.
-Estoy cansada de juegos, Lu. Será mejor que te vayas a casa -empiné la botella, tomándome un cuarto de ella de golpe.
-¿No pensarás en serio dejarme solo? Me quedaré como siempre, en tu sofá. Mañana estarás matando porque te cocine unos waffles.
-Es en serio, Luke. Quiero que te vayas -ordené. Mi mirada se tornó seria. La sangre me ardía por la furia contenida durante tanto tiempo. Un poco más e iba a explotar, por eso necesitaba alejarme de él unos instantes.
-Kay, por favor, perdóname. No quise ofenderte -se acercó a abrazarme fuertemente y le volví a empujar.
-Que te vayas he dicho.
-¿Cuál es tu problema? -Exclamó-. En serio necesitas un hombre.
Sentí como las palabras se atiborraban en mi boca sin poder evitar que estallaran.
-¡Te necesito a ti, maldita sea! ¡Te deseo a ti! ¡¿Cómo es posible que después de todos estos años no te dieras cuenta?! ¡Estúpido insensible! Todo lo que tienes de inteligente lo tienes de neófito en cuestiones de amor. Tus relaciones son tan patéticas como tú, y ni hablar de tus descerebradas. Tienes terror de estar con una mujer verdadera y por eso te reduces a una piltrafa –la verborrea me había hecho su presa. Luke me miraba fijamente con los ojos desorbitados. Creo que todavía no asimilaba lo que sucedía. Se quedó en silencio por varios minutos y después dijo:
-Tienes razón, es mejor que me vaya -tomó su abrigo y salió. No me podía quedar así. Esta vez no sería el que tuviera la última palabra.
Salí a buscarle y le detuve del brazo. La calle estaba desierta. Eran aproximadamente las cuatro de la mañana.
-No me vas a dejar con la palabra en la boca -musité.
-Es mejor que te guardes tus opiniones para ti. No estas siendo coherente, es el alcohol el que habla -desdeñó.
-¿Por qué te empeñas en rechazarme? ¿Acaso no soy mujer suficiente para ti y tus pretensiones? -Inquirí furiosa.
-¡Eres demasiada mujer para cualquiera! -Gritó sulfurado-. Hablas de mis relaciones como algo patético y no miras lo que hay detrás de ti. ¡No duras más de un año con ningún hombre porque es imposible seguirte el paso! Te fascina retarles, manejarles y sacarles hasta la última gota de paciencia. No soy uno de tus pusilánimes amiguitos. Estás equivocada si piensas que me dejaré manipular por tus caprichitos de escuincla mimada. Nada de lo que hagas me interesa. Sigue con tu vida y déjame vivir la mía como me plazca –se volteó hacia el auto. Le tomé del brazo y le obligué a mirarme.
-Si no te interesa lo que haga, ¿por qué sacaste de tu departamento a John cuando era mi novio? ¿Por  qué cada que me ves con alguien, te nace la urgencia de salir conmigo y acaparar mi atención con tus relatos de fallidos intentos para tener una verdadera relación, llorando porque una de tus descerebradas resulto más astuta que tú y huyó de ti cuando debía?
-¡Jamás he hecho tal cosa! -Bajó el rostro por unos segundos.
-¡Claro que sí! Incluso lloraste cuando Rizo te abandonó.
-Estaba totalmente ebrio. No cuenta -intentó justificarse sin éxito.
-¡Eso es lo más tonto que me has dicho! Y no has respondido a mi pregunta. Si no quieres nada conmigo, ¿por qué siempre me buscas y quieres mi atención?
-¡Porque te amo! –Exclamó enardecido-. ¡Mierda! ¡¿Estas satisfecha?! -Gritó estrellando un puño contra el capirote de su auto. Me dio la espalda, tomando con una palma la manija de la puerta del Accord plateado y llevándose la otra al cabello lacio y negro. Bajo el rostro, lleno de frustración, como si lo que dijo significara su perdición. Mientras tanto, yo no podía creer lo que había escuchado. Me quedé boquiabierta y muerta de frio, ya que llevaba una sport negra y mi pantalón de mezclilla favorito y entallado, sin zapatos.
-No era necesario darme por mi lado -murmuré. Ya no tenía fuerza para discutir. Me había desarmado.
-Hazme el favor de callarte, señorita “sabelotodo” -respondió en un susurro y, separándose bruscamente del carro, se volteó para aprisionarme contra la reja que dividía mi casa de la calle. Estampó sus labios ardientes en los míos, acallando mis ansias. Su lengua se abrió camino en mi boca, dibujando círculos intensos y húmedos que provocaron el aceleramiento de mi corazón. Sus besos eran apremiantes y desquiciados. Sus manos se movían sin sentido, apresuradas por tocarme, por grabar en ellas hasta el más mínimo recoveco de mi cuerpo. Yo no actuaba de forma más coherente. Tenía demasiada urgencia de sí. Las luces de un auto nos alumbraron y él se detuvo lo suficiente para mirarme y percatarse de que nos encontrábamos al descubierto, en plena calle. Sus pupilas se dirigieron a mi rostro y los dos supimos que nada nos detendría. Ni siquiera el hecho de que alguna patrulla de policía nos pudiera descubrir.
Sin separarse de mí, me llevo hacia un lado de la casa, donde el terreno estaba vacío y era pequeño, aunque siempre al descubierto. Sin cuidado alguno, continuó besándome. Eran demasiados años de pasión contenida desatándose en unos minutos. Me besaba el cuello, enredando una de sus manos en mi larga cabellera y aferrando la otra a uno de mis senos. Mi respiración se tornó pesada y me faltaba el aire, pero quería perderme en la locura que suponía la calidez de su piel en la mía. Empujaba sus caderas contra las mías, haciéndome sentir el esplendor de su erección. Su miembro firme y excitado me provocaba, y mi sexo humedecido se prendía cada vez más.
-No sabes por cuánto tiempo te deseé susurró-. Mis labios siempre quisieron saborearte. Eres tan deliciosa como imaginaba.
Gemí y continué besándole. No podía hablar. Luke se abrió paso entre mis pantalones y metió la mano en mi entrepierna. Al sentirme, abrió las pupilas sorprendido y divertido.
-Estás sumamente mojada -susurró-. Me alegra tanto que nadie te haya penetrado en este tiempo. No podía soportar que un estúpido más te pusiera una mano encima -dijo mientras adentraba sus dedos índice y medio en mí. Con el pulgar jugaba mi clítoris, acercándome cada vez más al borde de un orgasmo prematuro.
-Vamos, preciosa. Suéltate más, sé que puedes –murmuró redoblando sus esfuerzos-. Me lo has dicho.
-Harás que me termine –jadeé sin control. No podía amedrentar el calor que emanaba mi entrepierna. Sentía estar hirviendo.
-Eso es justamente lo que deseo -continuó ansioso, observando mi rostro desdibujarse en placer. El peligro de que alguien saliera y nos viera solamente añadía más intensidad a nuestro delirio.
-Vente, córrete en mi mano. Lo deseo -rozaba las paredes de mi vagina con vehemencia y no soltaba mi seno, tirando de mi pezón con desenfreno. Metía y sacaba los dedos hasta hacerme perder la razón, deteniéndose cuando estaba a punto de llegar al clímax, torturándome. Cuando su dedo pulgar presionó ligeramente mi clítoris y su miembro quedó pegado a mi vientre, exploté en un orgasmo delicioso, temblando, evidenciando mi cansancio y deleite. Mis piernas flaquearon. Pensé que caería pero me sostuvo fuertemente. Creí tontamente que ya habíamos acabado, que en ése instante querría irse, pero estaba equivocada.
Sacó la mano y se la llevo a sus labios.
-Sabes dulce, muy dulce -me besó para que probara mi sabor. Jadeé y logré incorporarme.
-Si quieres irte ya, entenderé... –susurré.
Se rió y volvió a besarme.
-¿Y que hay de mí? ¿No pensarás que me dejarás con este problema? -Tomó mi mano y la puso en su erección, que no perdía furor.
Metió mi mano a su pantalón, haciéndome sentir la suavidad de la piel que rodeaba su miembro viril. Una pareja pasó junto a nosotros caminando. Al percatarse de lo que ocurría, nos miraron con recelo. Luke me besó con más fuerza, mordiendo mi labio inferior y desabrochándome los jeans con rudeza animal. La pareja se asusto y aceleró el paso para salir de ahí. Reímos.
Él hizo que me bajara hasta la altura de su cintura y colocó su sexo en mis labios.
-Quiero sentir la humedad de tu boca.
Su dureza me placía. Succionaba ligeramente, percibiendo lo tremendo de su excitación. Jadeaba y sujetaba mi cabello hasta que dolía. No me molestaba la presión que ejercía sobre mí. Mi necesidad de ser dominada por él era apremiante.
-Quiero sentirte ya -me levantó de golpe y me bajó los jeans junto con las bragas, volteándome y haciendo que me inclinara hacia adelante, levantando levemente el trasero mientras lo masajeaba con ambas manos. Tomándome de los hombros, introdujo su virilidad en mí. Se percibía tan duro que me llenaba. No pude evitar gritar y Luke puso su palma en mi boca para callarme.
Me penetraba pausadamente pero con fuerza. Jaló mi cabello y me mordió el cuello por debajo de la oreja. No quitaba la mano de mi boca. Comenzaba a sofocarme. Me dejé gustosa por la excitación tremenda. Al notar que me desvanecía, me soltó y me pregunto:
-¿Has tenido suficiente?
-No –gemí-. Deseo todo, todo –respondí en un susurro.
Me penetró con más fiereza, adentrándose hondamente, mientras mis glúteos golpeaban contra él.
-Tienes las nalgas firmes y deliciosas. Me encantan. Toda tú me encantas.
-Sigue follándome, por favor. Sigue -rogué. Sentía el peso de su cuerpo en mi espalda. Continuó tirando de mi cabello y dándome palmadas en las nalgas. El frio se evaporó en lo caliente de nuestro idilio.
-Voy a vaciarme en tus nalgas, pero quiero que me bañes con tu líquido. Hazlo. Dámelo todo -llevó su mano a mi vientre y presiono la parte baja. Su calor me envolvía. Pronto, mas pronto de lo que esperaba, llegue al clímax de lo que fue una noche abrasadora con el único hombre al que amaba en realidad. Él se corrió casi al mismo tiempo que yo, gimiendo mi nombre sin poder evitarlo. Sonreí ante el recuerdo de lo que habíamos platicado horas antes, mofándome en mis adentros de su comentario.
Una vez que todo acabó, se quitó la camisa para limpiarme y la tiró en el bote que teníamos a nuestro costado. Se erizó porque el frio comenzó a meterse de nuevo en sus poros debido a mi falta de cercanía. Le abracé, temiendo que quisiera alejarse de mí para siempre. Le conocía bien. Temía al compromiso tanto como a la muerte. Inhalé su aroma a madera y frutas, apoyando ligeramente la cabeza en su hombro. El quedó inmóvil unos instantes que me parecieron eternos. Me volvía loca la idea de nunca volver a verle, pero debía dejarle libre para saber si en realidad era mío, así que le solté. Le mire unos segundos y el agacho la mirada. Me giré en redondo y caminé hacia la entrada de la casa.
-Te quiero. No importa que suceda, siempre te querré –dije en un murmullo.
Trabó la mandíbula, guardando palabras que no quería pronunciar. Entré a la casa sintiéndome todavía mareada, y entre lágrimas, completamente desnuda, me dormí.

Al día siguiente, el golpeteo de la puerta me despertó. Eran golpes desesperados y contundentes. Me puse una bata y abrí la puerta. Llovía torrencialmente. Era él. Tenía los ojos hinchados y un brillo de angustia dibujado en el rostro.
Sus palmas estaban posadas en las orillas de la puerta, y su hermoso cabello negro caía sobre su cabeza gacha. Levantó la mirada. El agua le había empapado.
-Vas a enfermarte, tonto –regañé, aunque mi corazón delataba con cada latido la emoción que me embargaba la tenerlo frente a mí-. ¿Qué haces aquí? -Cuestioné haciéndome a un lado para que pasara. No se movió-. ¡Entra, Luke! -Exclamé desesperada. Me preocupaba sobremanera que se enfermara.
-No sin que antes me asegures que no te he perdido para siempre -respondió angustiado. Sonreí.
-Jamás me perderás -me tiré a sus brazos, sintiendo las gotas de lluvia derramarse en todo mi cuerpo. Sin soltarme, me llevó dentro de la casa y soltó el amarre de mi bata,  separándome de sí para contemplarme. Esbozó una sonrisa completa.
-Eres increíblemente hermosa.
-Lo dices porque me amas -levanté una ceja.
-Tengo que admitir que así es -me tiró en el mueble, despojándose de sus ropas en un santiamén. Besó mis senos y comencé a reír.
-¿Qué te causa tanta gracia, tontuela? -Inquirió enarcando la ceja.
-Deberían darme una medalla por acostarme con el tipo de ayer. Creo que se llamaba "Luke, gimo tu nombre al correrme" -carcajeé.
-Nunca te "acostaste" con él -me besó la barbilla y nos perdimos de nuevo en la pasión desenfrenada de nuestros cuerpos hambrientos.

Autora: Maríela Villegas (Mexico).





14 febrero 2013

Mente Perversa



 

Mente perversa
-¡Hazlo!-
-¡Esta es la última vez que te hago caso!- gritó
-¿ La última?... tu no puedes exigirme, yo soy la que mando y harás lo que yo te diga..o...-
-¡O que... estoy harta de tus amenazas!-
-¡Acuerdate lo que le pasó a tu querido Armando aquel día que tú negaste a colaborar... y tu no querrás que tu siguiente encuentro sea peor, no?-¡Maldita seas … mil veces!- maldijo Verónica mientras lloraba amargamente.

Se sentó en el borde la cama, se sentía derrotada y abatida. Sabía que tenía que obedecer para poder llevar una vida normal, pero ella no era así y le obligaba a hacer cosas con los hombres que ella jamás hubiera hecho. Ella, la Verónica que trabajaba, la que comía y dormía, era tranquila y a la vez tímida, pero la otra Verónica, la que habitaba dentro de ella, era perversa, dominante y manipuladora.
Quería a Armando y deseaba profundamente que lo suyo funcionara, pero sabía que era difícil, ya que no podía controlar a ella, a ese demonio que habitaba dentro de su mente.

Cuando estaba con los hombres que ella le buscaba, la otra la dominaba de tal manera que simplemente era un títere en sus manos, pero no estaba dispuesta a que nadie se enterara de su secreto, por eso jamás llevaría una vida en común con Armando por mucho que se lo suplicara.

Se miró el reloj y suspiró. Tan solo faltaban 30 minutos para que llegara el último hombre que respondió al anuncio. En el fondo le daban pena porque la otra siempre hacía con ellos lo que quería. Debía darse prisa o la otra se enfadaría y cuando se lo hacía, su cuerpo pagaba las consecuencias.
Cerró la puerta del piso y con pies cansados subió a la planta siguiente, era “la guarida de la otra Verónica”, era donde hacía con los hombres las mil y una perrerías.

Abrió la puerta y se dirigió al vestidor dispuesta a sacar a la otra. Se quitó las grandes gafas de pasta negra y las dejó con cuidado encima de la mesita que había en esa habitación. Se miró al espejo y mientras lo hacía se deshizo el moño, cayendo su melena negra ondulada por su espalda. Como una autómata comenzó a desvestirse, fue desabrochandose la camisa blanca poco a poco y la colgó en el perchero. Se descalzó dejando sus mocasines entre el perchero y la mesita. Se quitó el pantalón y lo colgó con la camisa. Miró su hermoso cuerpo, moreno y observó el inmenso contraste con su impoluta blanca ropa interior, mientras se despojaba de ella, solo pensaba en todas esas personas que la conocían, en sus compañeros de trabajo de la Biblioteca, si se llegaran a enterar  y sollozó...

-¡Venga, no seas mojigata!... a estas alturas y ¿ aún estás así?, ¡Visteta ya!- le ordenó la otraVerónica levantó su cabeza y mirándose en el espejo contestó con rabia:
- ¡Juro que algún día, todo esto se acabará! ,¡Juro que me las pagarás!, ¡Zorra, puta!-

Un pellizco en su antebrazo la hizo gritar de dolor, y sumisamente y sin decir nada más comenzó a vestirse para recibir a su nueva presa.

El sonido del timbre le anunciaba que él ya estaba allí. Por el pasillo solo se oían el ruido de los tacones al pisar, una pisada con firmeza.. 

¡¡Verónica... la otra,  había regresado!

-Hola, ¿eres Juan?- preguntó Verónica con voz dura pero a la vez melosa.
-Sí, soy yo-

Verónica abrió la puerta y delante de él apareció un hombre de unos cuarenta años, de estatura media, moreno y corpulento. Cerró la puerta y se mordió el labio pensando en el caramelito que había entrado.
-A partir de ahora, soy para ti, Tu ama y señora. Soy tu ama Verónica, pero tu solo me llamarás  Ama y solo contestaras cuando yo te lo pida. Sígueme- le ordenó clavando su fría mirada gris en él.
El la siguió y entrando en un cuarto donde la luz natural era muy escasa. Toda la estancia estaba iluminada con luz artificial, una combinación de luces neutras y blancas. En el medio una silla, una sola silla.
-¡Entra, pasa y desnudate para mi, quiero ver que es lo que tienes-

Aunque conocía el nombre de sus presas, nunca las llamaba por su nombre, pensaba que era demasiado ñoño. Cuando quería decirles algo, simplemente, eran “ehh tu”.... y poco más.

Mientras el hombre se desnudaba, Verónica daba vueltas a su alrededor sosteniendo y acariciando entre sus manos un látigo de cuero y de tiras.

-ummmm.. me gusta... muy bien dotado...- dijo mientras pasaba las tiras de cuero por su polla- Siéntate, obedece y quédate quieto-

El hombre se acomodaba en la silla y Verónica se puso detrás de él. Pasó un cinturón negro de cuero por su cuerpo y lo abrochó con el respaldo. Agarró sus manos y con un cordón de seda negro se las ató.

Verónica se puso delante de él y le djio:
-¿Vas a ser bueno, verdad?. ¿tu no quieres enfadarme?-
- Seré bueno mi ama. No, no la enfadaré
-Así me gusta, si eres obediente y te portas bien, no te castigaré-
Agarró el cojín que había dejado debajo de la silla y lo colocó debajo de su rodillas. Con un gesto rápido abrió las piernas de él y se colocó en medio.
-Hoy estoy de buen humor, solo quiero que me des tu placer- le ordenó soltando una carcajada.
Enérgicamente agarró su polla medio erecta y le dio unos pequeños golpecitos con su palma consiguiendo que se bajara totalmente su pequeña erección.
Se la metió en la boca y comenzar a chuparla. La succionaba con fuerza sacándole pequeños suspiros de placer. La polla había comenzado a hincharse, la tenía dentro de su boca. La rodeaba con su lengua, la saboreaba.
El jadeaba sin decir palabra. Ella chupaba con ansiedad. Se la sacaba,  la lamía con la totalidad de su lengua. Agarró con su mano la polla y mientras apretaba con fuerza mordisqueaba su glande.
Se paró en seco para ver como disfrutaba. El con la cabeza hacía atrás jadeaba para ella, jadeaba con el placer que ella le estaba dando.
Agarró su látigo y mientras golpeaba con las tiras suavemente la polla le dijo:
- Aun no es el momento, espera. No te puedes correr aun.
Le golpeó varias veces la polla con la mano consiguiendo bajar su erección.Dejó el látigo en el suelo y volvió a chupar con ansiedad. Succionaba, lamía. Agarraba la polla con una mano para poderla entrar y sacar  de su boca cuando ella quisiera. La polla estaba dura, y por los jadeos de él, estaba a punto de correrse. Se la metió de una sola vez y cuando él comenzó a correrse, ella sacó su polla de su boca y dejó que caer el semen por su sujetador negro.

Cuando el hombre entró en el piso, el reloj marcaba las 20:00 y cuando él comenzó a vestirse exhausto, porque no podía más y porqué de su polla ya no salía nada,  eran las 23:00

Verónica se despedía de él satisfecha por la dulce sesión que había tenido.
-¡Tal vez te llamé otro día, mi dulce caramelito!, ¡Ha sido toda una sorpresa para mi encontrarte!... ¡Has sido tan bueeenooo!. y si otro día te portas bien tal vez te deje probarme, pero te lo tienes que ganar- le susurró al oído mientras él permanecía quieto. 

Con una palmada en su culo se despidió de él.

Autora: Selene.

06 febrero 2013

Un Matrimonio Aburrido













Un matrimonio aburrido


Había pasado. Tras diez años de matrimonio la monotonía había tomado el control de su dormitorio. Pero eso estaba a punto de cambiar… se dijo Laura mientras observaba dos disfraces diferentes en la tienda erótica a la que le había costado tanto entrar. Ante ella tenía el uniforme de colegiala y el de sirvienta, dos clásicos en lo que a disfraces eróticos se refiere, por un momento pensó que aquello sería un tópico ¿una mujer adulta disfrazada de colegiala y pidiéndole a su “profe” que la castigue porque ha sido mala? Le vino a la cabeza la imagen del anciano profesor de biología que siempre la castigaba y soltó el disfraz con un poco de asco. Mejor el de criada. Lo compró y salió tan rápido como pudo, esperando que ningún conocido la sorprendiese en aquel sitio. ¡Como si estuviese haciendo algo malo! Se reveló contra su propia vergüenza y levantó la cabeza, ella no estaba haciendo nada de lo que avergonzarse.
En casa sacó el vestido y empezó a prepararse. Su marido no tardaría en llegar.
El disfraz era de una pieza, una camiseta de tirantes de seda transparente negra ribeteada de un encaje blanco, una vez que llegaba a la cintura se abría en un volante del mismo material hasta la altura del muslo, conjuntado con un pequeño delantal blanco. No había bragas y se alegró de haberse decidido a rasurar su zona más intima, que a la vista entre aquella transparencia negra resultaba de lo más tentadora. Añadió al atuendo unas medias de red negras y unos tacones altos, se peinó con el pelo suelto en una melena salvaje, pero colocando la cofia de criada en su sitio. Estaba lista.
Cuando él entró lo primero que vio fue un culo. Un culo desnudo que se movía en ritmos ondulantes mientras su dueña, a cuatro patas limpiaba el suelo con un trapo. Pronto la dueña de aquel maravilloso trasero se volvió, pero sin incorporarse del todo, quedando de rodillas, le dijo:
-Buenas tardes, señor. La señora todavía no ha llegado. ¿Quiere que le prepare algo?
Por un momento Daniel estaba demasiado desconcertado para entender, su mujer estaba tan sexy… sonrió comprendiendo el juego.
-No, en absoluto, siga limpiando.
Se dirigió al sofá y se sentó, desde allí siguió observando a Laura. Esta se quedó frotando el suelo un poco más, así Daniel pudo ver como se bamboleaban sus pechos al repetir los movimientos circulares de la limpieza, en ese momento, se sentó sobre sus rodillas y suspiró fingiéndose agotada del trabajo.
-¿Quieres conservar este trabajo mucho tiempo, preciosa?
-Por supuesto, señor, lo necesito.
Daniel sonrió perversamente
-¿Y qué estás dispuesta a hacer?
Laura le miró como si no comprendiera
-Cualquier cosa…
-Ven aquí.
Laura se levantó y fue hasta su marido.
-Limpia aquí.
Daniel señaló el suelo que tenía apenas a un metro de distancia.
Laura cogió el trapo y se puso donde le indicaba, otra vez de espaldas a Daniel.
Él volvió a ver el movimiento rítmico de las caderas, y aquel precioso culo que lo volvía loco dando círculos. Alargó la mano y empezó a acariciarlo, Laura no pareció percibirlo y siguió con su limpieza. Entonces él fue bajando la mano derecha hacia los muslos y notó lo suave y depilada que estaba aquella zona. Hundió un dedo entre los pliegues de su sexo, acariciando al mismo ritmo que ella seguía, empezó a notar la humedad que iba naciendo en ella, así que decidió meter el dedo directamente ahí, lo movió en círculos, acariciando las paredes desde dentro. Ella no pudo evitar un gemido.
-¡Señor!
-Calla, o te despediré.
-Sí, señor.
Laura logró sonar apurada, como si temiese por su trabajo de verdad.
-Date la vuelta.
Cuando Laura se giró se encontró con que Daniel no tenía pantalones y su miembro erecto se erguía frente a ella. Fue a ponerse de pie.
-No, sigue de rodillas. Lámela.
Laura se quedó de rodillas y se metió el miembro en la boca. Primero dio dos embestidas hasta la empuñadura, después se lo sacó y lo lamió de abajo a arriba jugando con la punta de su lengua en el glande, para finalmente metérsela entera en la boca. Daniel estuvo a punto de alcanzar su clímax en aquel instante, pero era aún pronto.
-Para.
-Como desee, señor.
-Quiero saborearte.
Laura fingió un rubor, aquello se le daba muy bien.
-Pero señor…
-Nada de peros. Túmbate en el sofá.
Ella hizo lo que le ordenaban, y enseguida él se situó con la cabeza entre sus muslos. No tardó en saborearla, estaba tan húmeda y excitada que su boca se llenó del sabor de ella en cuanto la puso allí, jugó con sus pliegues intentando descubrirlos, como si a fuerza de lengüetazos fuesen a alisarse, después lamió como si fuese un helado, y cuando ella ya no pudo más, la penetró.
No fue una penetración dulce, pero ella estaba tan lista para él que entró como si estuviese lubricada, rápido, hasta el fondo. Desde allí hasta el final no hubo mucho tiempo. Todo había sido demasiado intenso como para que ahora, a la hora de la verdad, la cosa fuese lenta y suave. La tomó, como un truhán tomaría a una doncella, rápido, duro y sin miramientos. Y ella lo disfrutó. Cuando se derrumbaron en el sofá, ambos lo tenían claro. La monotonía había llegado a su dormitorio, pero desde luego no estaba en su salón.

Autora: Layil.